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Huellas N.04, Abril 2021

PRIMER PLANO

Brasil. Días hermosos a oscuras

Davide Perillo

Casi un mes de apagón en uno de los rincones del mundo más sacudidos por la pandemia. ¿Qué da la fuerza necesaria para no desesperar? El testimonio de Cláudia desde Macapá

Blecaute. Así llaman en Brasil a un apagón que sufrieron durante 26 días seguidos en el estado brasileño de Amapá hace justo seis meses. El 3 de noviembre, la explosión de un gasoducto hace saltar la luz en 13 de sus 16 municipios, incluida Macapá, la capital situada al lado del río Amazonas. Cien horas de apagón total, más de tres semanas con la electricidad racionada: tres horas al día, cuando todo va bien. Y más de ochocientas mil personas que se quedan a oscuras, sin electrodomésticos, teléfono, televisión, en un rincón del mundo que en ese momento ya estaba siendo golpeado como pocos a causa de la pandemia. ¿Cómo se afronta una situación así sin ser aplastados? ¿Qué puede dar la fuerza y energía necesarias para volver a empezar?

Cláudia Figueiredo, tres hijos, empleada de una empresa pública en Macapá, vivió esos días de noviembre a tope, sin esperar a que se acabara el apagón para poder respirar. «La primera noche no pudimos dormir, hacía mucho calor. Pero los problemas serios llegaron después». Sin energía, los teléfonos se quedaban apagados. No había agua porque no funcionaban las bombas ni los pozos. No había luz ni seguridad por las calles. Los hospitales dependían de generadores, esperando que siguiera habiendo carburante. Pero apagón quiere decir que las neveras no funcionan, la comida se estropea, las tiendas cierran, los bancos se bloquean, las gasolineras se colapsan… Un efecto cascada que en pocos días llevó a muchos, literalmente, al borde del hambre. «Y hablo de familias que normalmente están bien. Imagínate los pobres o los enfermos de Covid».
Sin embargo, incluso en esa cuarentena enloquecida, que se multiplicaba a cada instante y con cada acción («como en esas películas donde ves escenas del fin del mundo, con gente en fila por todas partes»), Cláudia asegura haber vivido unos «días preciosos». Sabe que puede sonar absurdo, «con tanto sufrimiento, pero así es». Explica por qué. «Sobre todo, vi mucha solidaridad». Un hermano que sale a buscar agua y trae la mayor cantidad posible «por si alguien más lo necesita». Un vecino que llama porque tiene hambre y sed, y compartes con él lo que hay. «Eso ha pasado en mi casa y lo he visto en muchas otras casas, una avalancha de generosidad». Gestos humanos que «rescataban continuamente mi humanidad, la mantenían despierta». Sobre todo, la invitaban a mirar. «Me he dado cuenta de que incluso en este drama, todo se puede recuperar. Podemos ver la belleza y experimentar la gratitud cuando tenemos los ojos abiertos para captar la realidad. Todo se convierte en oportunidad para profundizar en nuestra amistad con Cristo, para ser más nosotros mismos». Cláudia se aferra a las palabras que escuchó a Julián Carrón, responsable de CL. «Decía que no podemos controlar la pandemia. No tenemos el control de la realidad. Pero tenemos la posibilidad de vivir las circunstancias de una manera distinta. Eso me ha pasado a mí».

Habla de ayudas inesperadas, gestos y palabras que la han sorprendido. «Nuestros amigos de la comunidad de São João Del-Rei, con los que no teníamos mucha relación, nos llamaron: “Hemos visto lo que ha pasado y os queremos ayudar, compartiremos con vosotros nuestro Fondo común”». Los de Belo Horizonte hicieron lo mismo. El Banco de Alimentos destinó a Macapá una parte de la colecta de este año. «La convertimos en bolsas para familias con dificultades». O la llamada del padre Ignacio, «que llama todos los días para preguntar “¿cómo estás?”, y no es una pregunta retórica, se interesa de verdad por mí». Hechos que muestran «la grandeza de lo que hemos recibido. Afrontar la realidad así no es una capacidad mía, no es algo que me doy yo sola. Pero tengo un lugar, personas a las que mirar. Y que me ayudan a ver».

Cuenta que durante los días del apagón «estábamos haciendo la Escuela de comunidad sobre el capítulo quinto del libro Un brillo en los ojos. Empieza con esta pregunta: “¿Cómo nos ayuda Cristo a no ser arrollados por la parcialidad de las cosas y de las situaciones?”. Me pregunté muchas veces: ¿qué respondemos? ¿Qué respondo yo, Cláudia, cuando nada va como debiera, o cuando todo va como debiera? Lo que veo es un lugar que me sostiene porque me ayuda a tener esta conciencia. Para mí, esto es lo que Cristo ha donado a los hombres, nos testimonia que tenemos un Padre. Y si tenemos un Padre, podemos estar seguros. Porque todo sirve para profundizar en la relación con Él».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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