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Huellas N.04, Abril 2021

PRIMER PLANO

Estados Unidos. Volver a empezar en Atlanta

Anna Leonardi

En una ciudad donde «la gente siempre está de paso», Marco vive de un profundo vínculo que nunca le abandona. Y que en plena pandemia ha llegado a otros. Hasta Alabama

Vivir en Atlanta es como vivir en un puerto de mar. Lo que antaño fue un territorio de los indios creek y cherokee, y más tarde la tierra natal de Martin Luther King, hoy es la sede de prestigiosas universidades y grandes colosos como Coca Cola y la CNN. «La gente aquí siempre está de paso. Se quedan unos años, una temporada, un máster, y luego se van. El carácter nómada típico de la vida americana en Georgia se hace macroscópico», cuenta Marco Saccaggi, ingeniero milanés que trabaja en Atlanta, adonde llegó hace once años después de pasar otros doce en Dayton, Ohio. Llegó a Estados Unidos en el año 2000, con mujer, hijos y un contrato de dos años. «Nos parecía una buena ocasión también para los chicos, que por aquel entonces estaban en edad escolar». Pero América se ha convertido en su casa. Con un único centro afectivo: la comunidad del movimiento. «En la época de Dayton pasábamos las vacaciones con las comunidades de los estados más cercanos. Nos “tragábamos” catorce horas en coche para pasar cuatro días juntos. Luego, cuando llegamos a Atlanta, las únicas personas del movimiento que había aquí se marcharon y nos encontramos solos, con los hijos mayores, que empezaban a salir de casa para ir a la universidad».
Marco y su mujer se unieron a la parroquia. Durante estos diez años han tenido muchos encuentros por ese continuo vaivén de gente, han conocido a un montón de personas, y los que les conocen se sorprenden por ese vínculo estable que mantienen con la gente del movimiento. «Se dan cuenta de que en nuestra vida hay algo más fuerte que cualquier mudanza, un flujo de relaciones y afectos que nos acompañan allí donde vayamos. Y que nos permite abrirnos a todos». A sus nuevos amigos, Marco siempre les propone la Escuela de comunidad. El salón de su casa en Atlanta ha reunido a muchos grupos que, con el tiempo, por las razones más variadas, han ido naufragando. Pero no hablan de ello como una colección de salidas en falso. En sus ojos prevalece, más bien, la gratitud por aquellos con los que han compartido una parte del camino. Y la paciencia de quien sabe que la vida es una promesa. «Siempre hemos secundado lo que nos iba sucediendo, sin el proyecto de construir nada, volviendo a empezar siempre. Para nosotros, son los pasos lentos y misteriosos del camino de nuestra vida».

Después, el pasado mes de abril, el estallido de la pandemia se convirtió paradójicamente en el terreno en el que empiezan a brotar nuevas relaciones. Marco se ha llevado sorpresas en varios frentes.
El primero, la universidad, donde nunca había nacido una verdadera comunidad del CLU hasta que el padre Branson Hipp, un joven cura diocesano que conoció el movimiento en el seminario, fue destinado como capellán al Instituto de Tecnología de Georgia, una de las universidades más importantes de todo el estado. «Esta nueva tarea, unida a las restricciones sanitarias, empezó a disipar nuestros encuentros», recuerda Marco. Pero lo que podía parecer un contratiempo más, fue el inicio de otra cosa que empezó en la cafetería del campus donde el padre Branson desayunaba una mañana. En su mesa había un gofre, un café y el libro de Escuela de comunidad. En un momento dado siente unos ojos que le miran fijamente. Se gira y ve a dos jóvenes un poco atemorizados que hacen un tímido gesto de saludo. Son italianos que van a estudiar allí ese semestre. Al ver a un cura leyendo un libro de don Giussani se sintieron como en casa. «Esa mañana nació la Escuela del gofre, media hora de lectura del texto mientras desayunan, a la que poco a poco se han unido otros estudiantes».

El otro frente se abre en el estado vecino de Alabama. A finales de agosto Marco recibe un correo electrónico de la hermana Magdeleine Marie, de la diócesis de Birmingham, donde hace poco había llegado un nuevo obispo, monseñor Steven Raica. Ella le había contado que había conocido a jóvenes de CL durante la universidad y él la animó a buscar una Escuela de comunidad y retomar el hilo de aquella experiencia. Pero no solo eso. Le pidió que extendiera la invitación a muchos otros que también prestan sus servicios en la diócesis. «Así fue como a partir de septiembre me empecé a encontrar por Zoom, todas las semanas, con una quincena de personas que casi no conocía y a las que probablemente nunca veré en persona. Pero es increíble la familiaridad y lealtad de nuestras conversaciones», cuenta Marco. Muchos de ellos dan catequesis, por lo que es recurrente la pregunta sobre cómo comunicar la fe a los jóvenes. Marco no tiene recetas, pero les invita a todos los gestos del movimiento, aunque sean online.
Algunos de ellos participaron en un encuentro nacional con Julián Carrón y se quedaron asombrados por la libertad con que se puede afrontar cualquier aspecto de la vida. Le pidieron a Marco retomar aquella charla durante su encuentro de los lunes. «Cada vez que nos vemos, antes de despedirnos, siempre les pregunto: “¿Entonces queremos continuar? ¿Nos vemos el próximo lunes?”. Ninguno ha faltado nunca a una cita, me piden el texto que hay que trabajar para preparar sus preguntas».
El último frente de novedades es el pequeño grupo de Escuela de comunidad de Marco, formado por varias familias jóvenes que han conocido durante los últimos años. «La cita habitual en nuestra cada los domingos por la tarde, a la que siempre seguía una cena, se suspendió por el Covid, igual que todos los demás momentos de encuentro». Emma, madre de dos niños pequeños, durante el último Zoom contaba cómo había llegado a entender algo que Marco le decía desde el principio. «Siempre me ha fascinado del movimiento su manera de convivir. Cantar, jugar, comer juntos. Ahora me doy cuenta de que lo que de verdad deseo de esta amistad es que me mantenga pegada a mi humanidad, a mis preguntas. Es lo que me pasa desde que Carrón empezó a preguntarnos: “¿Qué nos arranca de la nada?”. ¿Quién tiene en este mundo el coraje de desafiarnos así? Empezar a responder esta pregunta ha coincidido con empezar a unirme más profundamente a este lugar».
Esta claridad no solo se da en Emma. Para los demás, estos meses que han pasado alejados también han marcado un cambio de ritmo. En cambio, Marco, que a sus ojos es el “veterano” de la situación, lo mira todo como si fuera el último en llegar. «Me encuentro ante una madurez que he esperado mucho, y me impresiona que esto suceda en un momento tan complicado y desfavorable. Esta plenitud no es el resultado de nuestra actividad sino algo que nos sorprende cuando Dios quiere».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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