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Huellas N.04, Abril 2021

PRIMER PLANO

Canadá. «Voy yo»

Paola Bergamini

Toronto, Montreal, Winnipeg… En un año complicado, la sorpresa de una nueva vitalidad que tiene su origen en el camino de la Escuela de comunidad

«No, lo siento pero no me voy». La respuesta de Kristina, fisioterapeuta en el hospital St. Mary’s de Montreal, es categórica. La propuesta de la gerencia hospitalaria es enviarla a trabajar a una residencia de ancianos. «Casi todos están contagiados, no quiero caer enferma. Además, no soy enfermera», piensa. La situación empeora, falta personal y unos días más tarde le proponen lo mismo a una compañera suya, madre de dos hijos. La mujer se echa a llorar, tiene miedo y Kristina, casi sin darse cuenta, dice: «Voy yo». Tres semanas atendiendo a los residentes, hasta en las necesidades más básicas de higiene. No era su trabajo, pero «cambiar pañales es lo más “beato” que he hecho nunca», y usa esa palabra, “beato”, en la conexión con su Escuela de comunidad. «No me quedé en la idea que tenía sino que lo viví dándome por entero, hasta el punto de que cuando tenía que marcharme no podía contener las lágrimas. Es una experiencia que me ha sorprendido, una vida nueva que tiene su origen justo aquí, ahora».
Ese “aquí” es el encuentro de la Escuela de comunidad. «Este año», cuenta John Zucchi, responsable del movimiento en Canadá, «he visto en nuestra comunidad una fidelidad y una riqueza en los relatos que me han sorprendido. Todos y cada uno perciben la urgencia de estar, de ir hasta el fondo de su necesidad en este tiempo tan particular. Los que antes venían esporádicamente ahora no se pierden ni un encuentro online. Lo que está en juego es el significado de la vida. Cada viernes me parece estar como los apóstoles, por el modo en que esperamos lo que pueda suceder». Esta vivacidad ha generado una manera nueva de estar en la vida cotidiana, una atención a la propia humanidad y a la de los demás. Uno se vuelve –podríamos decir que casi inconscientemente– transparente, testigo de ese plus que el encuentro con el cristianismo dona a la vida. Y así intentamos contarlo.

Cristiano, memor Domini, oncólogo, atiende a una mujer rumana que vive sola. Cuando su enfermedad avanza y el sufrimiento físico aumenta, Cristiano le pregunta a Paula, de la Fraternidad de San José, si puede ir a verla. «Te advierto que no tiene un carácter fácil, a veces llega a ser agresiva, pero necesita a alguien que esté con ella», le dice. Así es como Paula se presenta todas las semanas en casa de esta mujer. Un día le lleva un termo de café. Ella, casi con rabia, le pregunta: «¿Por qué haces todo esto por mí? ¿Por qué eres así?».
Entre los pacientes de Cristiano está también Ernesta, una italiana judía ortodoxa. Durante una visita, la mujer le confiesa: «No tengo familia aquí, en Canadá. Sé que se acerca el final y me gustaría poder contar con un rabino. Si usted por casualidad conociera a alguno…». No, no conoce a nadie, pero entre sus amigos de la comunidad hay un matrimonio, Joel y Nathaly, donde él es judío. Los llama esa misma noche para preguntarles si podrían ponerse en contacto con ella. «Solo para indicarle el nombre de algún rabino», les dice. Pero Joel no se limita a buscar. Cuando la situación de Ernesta empeora, va a verla con Annamaria, memor Domini que trabaja en el hospital donde está ingresada. Unos días antes de morir, la mujer les dice a Annamaria y Joel: «Ha venido el rabino. Estoy en paz. Pero hay algo que me urge deciros: el Paraíso existe y nosotros tres nos reencontraremos allí».
Marco se agacha ante un hombre tumbado en el suelo. Le da un golpecito en la espalda para despertarlo. «Esto es para usted», y le da una bolsa humeante. Una vez al mes, varios jóvenes y adultos de la comunidad recorren los pasillos del metro de Montreal y Toronto para llevar comida caliente a los sintecho que buscan un refugio subterráneo cuando la temperatura desciende varios grados bajo cero. Las familias preparan los platos en casa, luego los guardan en recipientes y los embalan en bolsas con agua, cubiertos y servilleta. «Esto también es fruto de la “vida” de la Escuela de comunidad», explica John. «Empezaron unos cuantos y ahora son más de veinte».

Hace quince años, Vicente se trasladó a Canadá con su mujer desde Paraguay, donde había conocido el movimiento de CL. Al principio se instalaron en una islita del Pacífico, luego en Toronto y finalmente en Winnipeg. Siempre han estado solos con otro amigo, Mik, que llegó hace tres años. «Nunca ha faltado a una conexión en este tiempo», continúa John. «Siempre me conmueve oír sus intervenciones porque parten de su necesidad de vivir intensamente. En este sentido, ha conocido a cinco personas que ahora siguen con él la vida del movimiento en Winnipeg. Me recuerda mi historia con Giussani, cuando volví de Italia a Montreal y en la comunidad éramos cuatro gatos. Hablábamos por teléfono. Ahora él me hace revivir esa frescura del inicio».
Parada en la acera, dando saltitos por el frío, Paula mira su reloj. Es la hora. Abre la puerta y al otro lado de la calle aparece Cecilia: «Hola, ¿cómo va?», le dice alzando la voz. Hablan durante diez minutos, lo que les permite aguantar la temperatura. Con el confinamiento, en Canadá no se puede ir a casa de amigos y familiares, a menos que sean ancianos dependientes, solos o enfermos.
«Visitar a los amigos en el portal parece muy poco», concluye John, «pero dice de la vitalidad nueva que ha surgido este año, el deseo de compartir la vida. Un deseo tal que, aunque por motivos de trabajo estés todo el día pegado a la pantalla, no puedes renunciar a conectarte para la asamblea, el grupo de Fraternidad, la Escuela de comunidad con Carrón… No se trata de oír “palabras”, sino de que la vida urge. Y así se comunica al mundo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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