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Huellas N.04, Abril 2021

PRIMER PLANO

Honduras. Dentro del huracán

Luca Fiore

La vida de la pequeña comunidad de CL en Honduras, donde a la emergencia sanitaria se han sumado dos tormentas tropicales

«Cuando la situación empezaba a volver a la normalidad, llegaron dos huracanes». Así se planteó en Honduras el año de la pandemia. En el momento en que pensaban que lo peor ya había pasado, la naturaleza golpeó más duro. Las llamaron Iota y Eta: tormentas tropicales que dejaron a su paso víctimas y destrucción. José es español y lleva 21 años viviendo en este país centroamericano. Llegó con un proyecto de la ONG CESAL tras uno de los peores huracanes de la historia del océano Atlántico, el Mitch, que en 1998 doblegó a Honduras. Iba a quedarse un año y medio, pero en 2006 se casó con Elly, hondureña, tuvieron dos hijos y hoy su casa está aquí.
José forma parte de la pequeña comunidad de CL, con una quincena de personas. Algunos de ellos recibieron el bautismo tras encontrar el movimiento, algo muy raro en un país cada vez más cristiano-evangélico. Honduras es uno de los países más pobres de América central. Las desigualdades sociales son muy violentas, así como el narcotráfico. Muchos deciden marcharse, y algunos de la comunidad lo han hecho.
«La situación que nos impone este tiempo», cuenta José, «me está haciendo mirar a la realidad de cara. Durante el confinamiento, todo sucedía “en casa”. Fue una gran ayuda seguir y cuidar cosas concretas: el camino de la Escuela de comunidad, las misas del Papa, los encuentros online con amigos, volver a rezar Completas antes de irse a dormir… Todos gestos en los que percibes que el Señor está contigo». Luego, los huracanes. Ambos en el mes de noviembre. Ráfagas de viento de hasta 260 kilómetros por hora. Las cabañas salían volando. Hubo decenas de muertos. José, que llevaba meses deseando volver a viajar por su trabajo, nunca habría querido tener que hacerlo así. «Qué impresión llegar a zonas abandonadas por las inundaciones, los mismos lugares que había visto llenos de gente y de vida». Pero cuenta que se vio viviendo algo paradójico. «Volvía a casa agradecido de estos viajes porque me daba cuenta de que no estoy hecho para estar aislado sino para ir al encuentro de los demás, para mirar su necesidad y descubrir cuál es la mía. Esto me hacía preguntarme y estar más atento».
José afirma que ha sido decisivo para crecer, en medio del aislamiento, estar atentos en la comunidad a las necesidades concretas de cada uno. De una amiga a la que le detectaron un tumor, acompañándola al médico, o estando al lado de otro dedicado tenazmente al cuidado de su padre para que pudiera asistir a la diálisis en pleno Covid. O sorprendiéndose con una amiga que se asombra por la alegría que ve en el rostro de su abuela, afectada por una enfermedad degenerativa, en la que percibe esa «ilógica alegría».
Elisa es una italiana que está casada con Danny, hondureño. Tienen una niña de tres años y un bebé recién nacido. Con otras madres de la mancomunidad en la que vive, se han organizado para ayudarse a cuidar de sus hijos, para que pudieran jugar juntos mientras ellas teletrabajaban. «La relación con estas madres se ha hecho tan familiar e intensa que hemos empezado a juntarnos por la noche para contarnos lo que nos pasa durante la jornada, nuestras preocupaciones y deseos. Hoy estas amigas son para mí un don inmenso».

A finales de 2020, Elisa se fue a Italia para dar a luz a su segundo hijo. Allí empezó a plantearse con su marido si realmente valía la pena volver a Honduras. «Pasamos mucho tiempo calculando, de la manera más matemática posible, aspectos positivos y negativos de la vida en un país y en otro». Lo que les preocupaba era su hija mayor, de tres años, no poderla llevar a la guardería. Pidieron consejo a un amigo pediatra que, aparte de su opinión médica, empezó a hacerles preguntas sobre su vida en Honduras. «Para responder, nos vimos obligados a mirar atrás y ver todas las cosas buenas que nos habían pasado. Fue la ocasión de retomar nuestra vocación, revivir las razones que nos llevaron allí y que estábamos olvidando». Vivir la vida como vocación, según Elisa, «es algo que me parece fundamental. De otro modo caigo en una lógica de cálculos. Y reconozco la importancia del movimiento, que me ayuda a vivir así. Por eso volvimos a Honduras agradecidos por la presencia de los amigos de la comunidad, con el deseo de cuidar de cada uno de ellos en este camino. Y nos quedamos asombrados al ver cómo nos esperaban las familias de nuestra vecindad».
Mariela, profesora, nos habla de una alumna que este año ha faltado muchas veces y que el anterior casi nunca iba a clase. Recientemente murió su madre de cáncer y hace unas semanas volvió a conectarse. Cuando acabó su hora de clase, Mariela se quedó charlando con ella, y esta se abrió y le contó su dolor. Al despedirse, Mariela corrió a avisar a la profesora de la hora siguiente para pedirle disculpas y explicarle que la chica se había retrasado por su culpa. «Me sorprendió que la otra profesora me dijera que no la esperaba. Me sentí muy triste por ella y creo que esta reacción se debe al hecho de que yo quiero que alguien me espere. No quiero que me borren de una lista por mis faltas. Deseo que alguien siga teniendo esperanza en mí. Como me espera Cristo, yo también quiero seguir esperando a mis alumnos».


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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