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Huellas N.04, Abril 2021

PRIMER PLANO

Hay una historia que sucede ahora

Fernando de Haro*

Rechazamos lo que sucede. Nos gustaría tacharlo. Desafiando a esta mentalidad y en plena pandemia, el Papa ha ido a Iraq a señalar testigos. Porque la vida no es cuestión de resiliencia, sino «respuesta a una llamada», mediante acontecimientos que se suceden

Seamos sinceros. Todos nos hemos reconocido de algún modo en una de las últimas portadas de la revista Time. Sobre un fondo blanco, los números del año de la pandemia, 2020, tachados con una cruz en rojo. Todos, de algún modo, hemos deseado que esos diez meses no hubieran existido, que no hubiéramos tenido que estar encerrados en casa, que la enfermedad no estuviera tan cerca, que la muerte volviera a ser algo escondido y lejano, que las oleadas de angustia no fueran tan obstinadas. Y cuando ese deseo no se ha cumplido nos hemos sentido derrotados, incapaces de vivir en un tiempo difícil, en un tiempo nunca imaginado, en un tiempo en que las circunstancias no se ajustaban a la idea que teníamos de cómo debían ser las cosas. Nuestra normalidad no estaba preparada para algo así. Y por eso nuestra normalidad ya era una crisis.

Lo hemos descubierto ahora. Los hombres y mujeres de comienzos del siglo XXI renegamos de la historia, de los acontecimientos y de las circunstancias que no entran en nuestros esquemas previos. Hace 30 años nos decían que la historia se había acabado, que el triunfo de la democracia liberal, la globalización, la internacionalización de las cadenas de suministro y la creación de un gran mercado mundial iban a satisfacer casi todos nuestros anhelos. Había que amar la historia porque nos iba a dar todo. Ahora hay que tacharla, cancelarla.
Jake Angeli se despertó el día 6 de enero, se disfrazó de búfalo y se fue a asaltar el Capitolio porque no podía aceptar una historia en la que el presidente de su país no fuera Donald Trump. Era necesario tachar la victoria de Biden. Meses antes, en junio, siete jóvenes amanecieron en Miami con el propósito de cancelar no el presente, sino el pasado. Se pertrecharon de pintura roja y se dirigieron a paso decidido hasta la estatua de Cristóbal Colón. Se sentían parte del movimiento de cancelación.

En realidad, la cancel culture no es solo una forma de protesta que haya saltado desde las redes sociales a la vida pública para boicotear a los abusadores, para atacar estatuas de supuestos o reales racistas, colonialistas de otros siglos. La cancel culture es la expresión de un yo débil que no sabe qué hacer con la historia y las circunstancias en las que vive. Una historia y unas circunstancias que, tercamente, se resisten a someterse a los filtros de nuestras aplicaciones más usadas.
No es un problema de resiliencia, palabra de moda. No es que no sepamos aguantar con estoicismo lo que nos sucede. Si solo necesitáramos entrenamiento temperamental sería fácil. Pero la debilidad del yo no es solo y fundamentalmente psicológica. Es la debilidad propia de quien no comprende que el yo es vocación, respuesta a una llamada que usa la gramática y la sintaxis de la historia, de los acontecimientos que se suceden. Lo más singular, lo más propio que tenemos, nuestro yo, solo se puede desarrollar y crecer respondiendo libre y confiadamente al Misterio que nos convoca a través de determinadas condiciones y situaciones. Pero concebimos la historia como una hija sin padre porque no conseguimos reducirla a nuestros análisis. Y, por eso, nos parece enigmática, una sucesión de hechos desfavorables que carecen de sentido.
En este contexto es en el que se ha producido el viaje del Papa a Iraq. Ha sido el viaje más oportuno para responder a la cancel culture. Cuando aún no ha terminado la pandemia, Francisco ha querido viajar al lugar en el que Dios llamó a Abrahán, en el que surgió el yo como respuesta a una vocación que tenía la forma de una historia, de unas circunstancias no elegidas. «Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia. Nosotros somos el fruto de esa llamada y de ese viaje», decía en Ur. Nos ha invitado a fijarnos «en el patriarca Abrahán». Al que «Dios le promete una gran descendencia, pero él y Sara son ancianos y no tienen hijos. Y es precisamente en su vejez paciente y confiada cuando Dios obra maravillas y les da un hijo». Francisco ha querido reunirse con Alí Al Sistani, líder musulmán, hijo del patriarca, autoridad de un chiismo que, a diferencia del chiismo que gobierna en Irán, no ha entregado la llamada que el Misterio hace a través de circunstancias a la interpretación ideológica de una teología política.

Francisco ha viajado a la zona cero del yihadismo en este comienzo de siglo, allí donde la voluntad de cancelar la historia se convirtió en un nihilismo violento que nos estremece por sus consecuencias. Ha viajado al lugar en que los cristianos iraquíes, los cristianos de Oriente Próximo, han ofrecido a todo el mundo un testimonio de cómo una circunstancia tan negativa como una persecución puede ser ocasión para afirmar una positividad, un amor vencedor. Aquí, «en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz», ha señalado.
En Mosul, donde no hace mucho ondeaban todavía las banderas negras del califato de la muerte, entre escombros, Francisco nos ha hecho recordar una «tempestad deshumana que desalojó por la fuerza a miles de personas de sus casas y las asesinó». Y ha querido indicarnos a los que, en esa condición, agradecían «al Señor que los sostuviera en los tiempos buenos y en los tiempos malos, en la salud y en la enfermedad».
El Papa no ha parado de señalar historias particulares, convencido de que «el testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas». Francisco nos ha invitado a recuperar la respuesta de unos testigos para los que «el terrorismo y la muerte no tienen la última palabra».

Testimonio y circunstancias. Así es como emerge el yo, un yo sólido, consciente de una herencia, de una pertenencia en la que está su fuerza. Cuando los desafíos de la vida aprietan, y en Iraq han apretado mucho, es necesario que haya testigos que acompañen, que ayuden a generar un yo sólido, de otro modo se recurre a la cancelación. «¿Y yo cómo reacciono ante las situaciones que no van bien? Ante la adversidad hay siempre dos tentaciones –decía Francisco en Bagdad–. La primera es la huida. Escapar, dar la espalda, no querer saber más. La segunda es reaccionar con rabia, con la fuerza». Es en esos momentos cuando queda claro lo que sirve para vivir. Francisco ha confesado haberse sentirse tocado en Qaraqosh por Doha Sabah, una joven mujer que perdió a sus hijos en los primeros bombardeos y que cree «que el perdón es necesario para permanecer en el amor». El Papa ha dicho verse impactado por «el testimonio de Dawood y Hasan, un cristiano y un musulmán que, sin dejarse desalentar por las diferencias, estudiaron y trabajaron juntos». Ha subrayado también «el ejemplo heroico de Najy, de la comunidad sabea mandea, que perdió la vida intentando salvar a la familia de su vecino musulmán».
En la mirada de Francisco, el método: solo una vida puede mover la vida. «No olvidemos nunca que Cristo se anuncia sobre todo con el testimonio de vidas transformadas por la alegría del Evangelio –subrayaba–. Como vemos en la historia antigua de la Iglesia en estas tierras, una fe viva en Jesús es “contagiosa”, puede cambiar el mundo».

* Fernando De Haro es codirector de La Tarde (Cope)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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