La Iglesia. Vida y compañía
¿Qué cosas nos ha puesto el Señor delante para mirar este año? Sobre todo la amistad que ha surgido con Rosa. En noviembre de 2016, mi hermano Javier, de 54 años, tuvo un ictus. Vivió dos años más, años llenos de una gran intensidad, y falleció en 2018. Años duros y difíciles ya que estuvo ingresado 12 veces. Sobre todo fue dura la relación con mi madre, que siempre había cuidado a mi hermano desde que tuvo el accidente en el que se quedó tetrapléjico. Ella pensaba que la vida de su hijo solo dependía de ella, y además no confiaba en nadie, ni siquiera en los médicos, según me confesó. Mi hermana y yo tuvimos muchas confrontaciones con ella al tener que tomar decisiones médicas que ella no aceptaba. Por la tensión acumulada, tuve varias contracturas musculares y empecé a ir a que me tratara Rosa, la masajista que se había ocupado de mi hermano y mi madre en los últimos años. Y allí, echada en la camilla, le hablaba de las dificultades con mi madre y del camino que estaba haciendo yo dándome cuenta de que no podía obviar cómo era ella y cómo mi corazón, a veces lleno de dolor y rabia, se iban pacificando. Al cabo de un tiempo, empezó a hacerme muchas preguntas. Quedé un par de veces con ella y con una amiga. Por fin, un día la invité a venir a la Escuela de comunidad. Y allí empezó a descubrir el cristianismo tal como es, el encuentro con una compañía carnal, como las demás pero con personas cambiadas siguiendo a Cristo. Rosa es una mujer de la que, a ojos humanos, muchas cosas me separaban (ideas políticas, culturales, de carácter, sociales...) y sin embargo se ha convertido en una compañía para mi vida. He podido comprobar que «todas las diferencias quedan abolidas en la amistad con Cristo». Cuando llegó el confinamiento, Rosa ya formaba parte de mi vida y participaba en los encuentros online que teníamos con mi grupo de Fraternidad y otros amigos de CL, encuentros de todo tipo para acompañarnos y en los que ella colaboraba proponiéndonos sesiones diarias de gimnasia.
Está haciendo un camino precioso descubriendo el verdadero rostro de Cristo y de la Iglesia.
Ya no se pierde ni un encuentro ni ningún gesto que propone el movimiento. Su amistad, su seriedad y sus constantes preguntas me ayudan a profundizar en qué es Cristo para mí. Al preguntarle qué ha supuesto para ella conocer el movimiento me ha respondido lo siguiente:
«Las dos cosas más importantes han sido descubrir la vida y la compañía. Por mi historia personal, no me había sentido querida y no creía que mi vida le importara a alguien. He descubierto el valor de estar viva, ya que antes no me importaba morirme. Este encuentro ha sido un revulsivo total y ahora me siento querida por bastantes personas. Yo he tenido siempre un anhelo y un deseo de sentido que he buscado en la meditación y en las filosofías orientales. Quería llenar un vacío interior. Y aquí lo he encontrado. La verdad es que al principio no entendía el lenguaje que utilizáis. Pero como soy muy curiosa me he ido quedando para intentar entender más. Antes iba sola con mi bandera feminista y con mucha rabia. Ahora estoy en compañía y se me ha quitado mucha rabia que tenía dentro. Muchas palabras y gestos de la Iglesia que yo había conocido de joven no los aguantaba. Ahora me echo la siesta escuchando el rosario con unos auriculares. Ni yo misma me lo creo. Por último me ha costado entender el poder de la oración, y ahora con humildad pido. A menudo me paro y veo que alguien me está ayudando, todavía me cuesta decir Cristo o Dios. Pero estoy comprobando que dejándome llevar suceden cosas, pequeñas a menudo, que me hacen sentir que voy agarrada de la mano de alguien».
Silvia (y Rosa), Madrid
Un milagro en plena pandemia
Durante la pandemia han surgido una creatividad y energías impensables. No solo seguimos con las Escuelas de comunidad por Zoom, sino que la comunidad se agrandó con la presencia de personas que hacía años que no participaban y, gracias a la tecnología y al deseo de cercanía humana, comenzaron a compartir nuestros encuentros. Un milagro a raíz de la pandemia. Lo que para todo el mundo era una catástrofe para nosotros se convirtió en una oportunidad de salir de la nada, de ganarle al pesimismo. Además, al cabo de 20 años, pudimos comenzar una caritativa comunitaria. ¡Quién lo hubiera dicho! Cuando todo el mundo se retraía en sus casas, nosotros salíamos al Hospital de Niños de Mendoza a colaborar con la Pastoral de la salud de Jesús Misericordioso, llevando alivio y la compañía de Cristo a los más necesitados. Todo empezó con la invitación de una amiga de la secundaria que colabora en el hospital, yo me involucré con la propuesta de una amiga del movimiento, y así surgió esta caritativa de nuestra comunidad. ¡Los caminos del Señor son ciertamente misteriosos! Como nos recuerda don Gius, «no son los hombres mejores quienes forman parte de esta compañía; precisamente por esto es por lo que resulta evidente el milagro de la comunicación del Señor que ha ocurrido en nuestra vida». Es un nuevo inicio cada día. Es la humanidad de Cristo que nos renueva y entusiasma para vivir más humanamente.
Silvia, Mendoza (Argentina)
El gusano de la esperanza
Es temprano en la mañana. Solo estoy yo en la escuela. Entro y enciendo las luces en el pasillo desierto de todo el instituto. Todas las persianas están bajadas: los pupitres no esperan a nadie. Entro en “mi quinto”. Debido a las medidas de seguridad sanitaria, los chicos están en casa. Ninguno de los compañeros aparece, tal vez alguien llegue más tarde. El estado de ánimo está bajo mínimos y me pregunto: «¿Cómo estar frente a esos rostros con una esperanza en los ojos? Un mensaje en un el grupo de WhatsApp me devuelve a la realidad. Teresa, una amiga de bachilleres, pregunta: «¿Rezamos juntos el Ángelus?». Realmente no me apetece. Me parece más justo quejarse y enfadarse con las circunstancias. Al salir me doy cuenta de que unos cuantos colegas profesores están en el vestíbulo hablando con el director. Algunos sonríen, otros bromean. Han venido al instituto, quieren estar aquí. Persisto en mi mal humor huyendo de todos. Mi compañera Caterina me sonríe detrás de la mascarilla: «¿Rezamos el Ángelus con los chicos?». No puedo decirle que no. Nos sentamos en un aula, tomo el teléfono y me conecto por Zoom. Teresa está ahí esperándonos. Se burla porque la cámara de video de mi teléfono es nefasta y Cate y yo parecemos sumergidas en un mar de niebla o en un halo de luz como si ya estuviéramos en el Paraíso. Otros dos chicos se conectan, e incluso dos colegas que están fumándose un cigarrillo afuera antes de que empiecen las clases. «Quería leeros algo antes de rezar», dice la chica. «Por la mañana, solo podemos levantarnos y enfrentarnos al día si estamos seguros de algo. Y lo más seguro que tenemos es una relación. Si la hay, es posible permanecer erguidos frente a la realidad en su conjunto. Si no la hay, se derrumba el sentimiento de nosotros mismos y de la realidad. Lo perdemos todo. Es como si un padre le dijera a su hijo de tres años: “Ve a la bodega a buscarme una botella de vino”. El niño tendría miedo. Pero si su papá le dice: “Ven conmigo al sótano a buscar el vino”, entonces el hijo también iría adonde fuera sin miedo». Rezamos el Ángelus. Así comienza la jornada laboral. Con un gusano de esperanza que ha comenzado a roer mi estado de ánimo malhumorado. Y que trabaja tanto en mí que al día siguiente rezo con los de primero leyendo lo mismo, por cuánto me había ayudado el día anterior a no dar por descontado el gesto con el que empezamos el día. A menudo, como profesora, me sorprendo por cómo alguien de diecisiete años puede ser ya profundamente adulto a la hora de afrontar los problemas “esenciales” de la vida, hasta el punto de corregirme. Yo rezo, rezo las Horas, voy a misa todos los días, muchas veces mecánicamente, pero afortunadamente «el Verbo se hizo carne». Ese día, Dios me dio a Teresa para redescubrir que, sin una relación, ni siquiera tener alumnos en clase sería suficiente para vivir, y que en el trance oscuro de las circunstancias hay alguien que me toma de la mano.
Norma, Milán
Un lugar y unos rostros
Me casé en 1991 y ese mismo año conocí el movimiento de Comunión y Liberación a través de dos personas en particular: Vincenzo y Patricia. Con ellos comencé a hacer la Escuela de comunidad y lo que me fascinó e intrigó de inmediato era su forma diferente, incluso dentro de la tradición, de vivir la Iglesia y el cristianismo. Al principio no entendía todo, nunca había oído hablar de CL y de don Giussani, sin embargo, percibí que era algo bueno para mí. Era toda una comunidad la que vivía de una forma hermosa y nueva para mí. De ahí nació la decisión de unirme a la Fraternidad, con el mismo entusiasmo con que dije “sí” a la invitación para asistir a la Escuela de comunidad. En 2004 me quedé viuda con dos niños de 8 y 10 años, y muchos problemas por resolver. Mi familia de origen, que vive en el Trentino, habría querido que volviera a casa para poder ayudarme mejor. He decidido quedarme porque lo que había percibido, leído y aprendido, iba tomando una forma concreta. La compañía de amigos que han estado a mi lado me ha ayudado a vivir las circunstancias, incluso las más difíciles y dolorosas. Encontrar el movimiento había sido algo maravilloso para mí, y no quería que mis hijos se vieran privados de la posibilidad de conocer esta realidad, empezando por sus amigos, la parroquia y la catequesis, donde estaba segura de que percibirían la misma mirada que yo percibí. También este año la realidad es agotadora. Con mi pequeño grupo de Fraternidad nos conectamos para contarnos y juzgar lo que nos ha pasado, algo bonito o fatigoso, y rezamos juntos el Ángelus. Tengo un lugar y unos rostros, Alguien que está presente para mí, ahora.
Tiziana, Buccinasco (Milán)
Correo electrónico para clientes y colegas
En este período, en el enésimo cambio de titularidad en el banco donde trabajo, al cabo de veinticinco años en el mismo lugar, me tocó un cambio total de compañeros y tareas. Durante meses, la situación laboral estaba marcada por el nerviosismo, las peleas verbales y el descontento, debido a la incertidumbre ante el futuro. Entonces pensé escribir un mensaje a los clientes y colegas por correo electrónico, que resumo brevemente: «Configuré el trabajo con todos vosotros poniendo en el centro las relaciones humanas. El corazón de todo hombre indomable, más aún en el último año, tiene sed de esta humanidad compartida. No es que sea “muy bueno”, pero trato de aprender de amigos más grandes que yo, que viven con este corazón el reto de su vida cotidiana». Con asombro, los setenta correos electrónicos respondidos me preguntaron en cuatro casos quiénes eran estos amigos y si podía presentárselos. He visto de primera mano lo que dice la Escuela de comunidad: «No son los mejores entre los hombres los que participan en esta empresa. Precisamente por eso lo que queda patente es el milagro de la comunicación del Señor que ha ocurrido en nuestra vida». He vivido durante años de forma árida mi trabajo, pensando que el ambiente estaba “equivocado”, que allí no se podía dar a conocer a Jesús, pero, confiando en los testimonios de mi grupo de Fraternidad y de la Escuela comunidad, he entendido que era mi actitud la que estaba equivocada y no el ambiente que me rodea. Me he dado cuenta de que mi vida depende de Otro. Gozo del fruto de una conversión, que pasa por el asombro y un trabajo diario.
Luigi, Varese
En la caritativa
Un día, una mujer argentina me llamó comentándome sus dificultades económicas. Me pidió si podía ayudarla llevándole alimentos. Un poco reactiva, traté de derivar el asunto hacia la parroquia, pero luego, por escrúpulos, la volví a llamar por teléfono. Secundando la provocación, y con ganas de conocerla mejor, concerté con ella una cita en nuestro Banco de Solidaridad. Me habló de sí misma y de sus problemas: es trabajadora estacional en espera de que se recupere la actividad, recientemente su compañero la ha dejado y tiene que pagar una hipoteca. Así es como llegamos a hablar también de mí, del movimiento, de Dios. Mientras, preparo el paquete de víveres y luego decido llevarla a casa. Tan pronto como entramos, abre el paquete y se sorprende y agradece lo que contiene. «De nada», le digo. «Eso es lo que tenemos y lo que entregamos normalmente». En ese momento, me dice que le gustaría participar como voluntaria en este gesto de caridad. Le doy la revista Huellas de enero y febrero que tenía en el coche, y le explico un poco lo que es. Me voy llena de alegría, pensando qué bueno es ver al otro feliz y con los ojos brillantes. El Señor me ama y usa todo, hasta mi “no”, para hacerme feliz y más firme en la fe. Me había llamado la atención una pregunta del artículo “Abiertos en un mundo cerrado” en Huellas de febrero: «¿Qué es lo que permite reconocer al otro como a un hermano?». Me había llamado la atención, pero no sabía responder. Hoy entiendo que el Misterio se ha hecho realidad presente dentro de este encuentro y él mismo me ha ofrecido la respuesta que estaba buscando. Cuando tienes delante personas, se pulverizan todas las posibles cavilaciones mentales, caen las barreras y me encuentro más viva y más libre. En los días siguientes, envié a esta nueva amiga un mensaje para saber cómo estaba y si estaba leyendo la revista. Como respuesta me envió la foto de la página con las palabras de Giussani: «No puedo encontrar otra esperanza que no sea el multiplicarse de estas personas que son presencias». Y pensar que yo tampoco había leído Huellas de enero... Le envié el enlace de YouTube al encuentro con Mikel Azurmendi en español, su lengua materna.
Viviana, San Benedetto del Tronto (Ascoli Piceno)
Ese almuerzo inesperado
Donde trabajo hay una persona del movimiento y en estos años siempre hemos encontrado momentos para cenar juntos y hablar un poco de todo. Luego se casó, han crecido los compromisos familiares y la pandemia ha hecho el resto. Además, ha cambiado de área dentro de la empresa y las oportunidades para encontrarse han disminuido. Recientemente, le invité a almorzar y de camino al restaurante me dije a mí mismo: «Espero que no pasemos una hora hablando de problemas de trabajo, me gustaría saber cómo está…». Tan pronto como nos sentamos, me salió espontáneo preguntarle: «¿Pero cómo nos ayudamos aquí en el trabajo a vivir el carisma?». Esta pregunta, inesperada para él y para mí, que podría haber sido lo más lejano de nuestras preocupaciones, generó una familiaridad que llevaba tiempo sin experimentar. Para responder, comenzamos a hablar justo del trabajo, de lo que está en juego, con ganas de entender cuál es el punto que nos interesa, qué hay dentro del malestar que vemos en muchos compañeros, y qué responsabilidad tenemos aquí nosotros. Salimos del restaurante casi en silencio: era obvio para ambos que había sucedido algo. ¿Por qué ese almuerzo se ha vuelto mucho más interesante de lo que esperaba? Estoy seguro de que la realidad la cambia Otro y para mí se hizo evidente allí. Pero también hay otra cosa evidente: si no hiciera el trabajo de la Escuela de comunidad, el punto de partida sería diferente, no habría planteado esa pregunta. No tiene nada que ver con un “esquema del movimiento” que hay que aplicar. Es un intento de identificación sincera con el contenido y la experiencia. Creo entender que muchas veces el desconcierto que inevitablemente vivimos en un primer momento ante lo que sucede se vuelve duradero en el tiempo y sin salida porque no partimos de una hipótesis diferente que se nos ofrece continuamente, la de mirar la realidad y a nosotros mismos. Cae una sombra sobre esa misteriosa posibilidad, tan concreta, de que ya tengamos todo para hacer frente a cualquier realidad, aunque no siempre exista una solución.
Enrico, Parma
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón