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Huellas N.03, Marzo 2021

RUTAS

El hombre de los sueños

Giuseppe Frangi

En el mes de san José y en el año jubilar dedicado a él, un recorrido por la fascinante iconografía que lo representa. A través de otro retrato: la carta apostólica Patris corde

De él nos han llegado pocos datos esenciales. Pero sabemos una cosa: era un hombre de sueño profundo y que soñaba con facilidad. Se trata de José, de la casa de David, natural de Belén, hijo de Jacob, esposo de María y “cabeza legal” de la familia de Jesús. El evangelista Mateo se esmeró más que otros para recabar información sobre él. Como escribe Giuseppe Ricciotti, «podemos suponer razonablemente que recurrió a fuentes de Galilea que conocieran a José». Mateo nos cuenta en pocas líneas cuatro sueños. Por tanto, un viaje por la inmensa y fascinante iconografía de José solo puede comenzar así. Con su sueño y con sus sueños.
El primero es el de Nazaret, cuando aún con el corazón turbado por la noticia del embarazo de María y por la idea de tener que «romper su compromiso en secreto», se abandona en cambio al sueño de los justos. Así lo vemos en Varallo Sesia, en la cuarta capilla del Sacro Monte: sentado en una silla, las piernas ligeramente estiradas, la cabeza echada hacia atrás. Imagen tierna y muy humana, modelada en terracota por el escultor Giovanni d’Enrico (1630), uno de los protagonistas de esa extraordinaria obra al pie de los Alpes que Giovanni Testori rebautizó como «el gran teatro de la montaña». Allí está la reja que protege estas obras y la capilla, de lo contrario darían ganas de acercarse realmente, tal es la emoción que transmite su sueño. Sabemos cómo terminó. Al final, José, persuadido por el ángel, toma a María por esposa, aunque las cosas no salieron exactamente como muchos artistas lo tradujeron a imágenes, empezando por Rafael, que se basó en la historia del protoevangelio de Santiago. José no está cómodo en esa perspectiva tan explícitamente idealizadora, pero incluso en Las bodas de la Virgen de Rafael (1504) hay un detalle que recuerda al José real: es el único que está descalzo, como reafirmando que él era «el hombre de los sueños pero con los pies en la tierra», como señaló el papa Francisco al anunciar el Año de San José para este 2021 y publicar la carta apostólica Patris corde, con motivo del 150 aniversario de la declaración del padre de Jesús como patrono de la Iglesia universal.

Hay infinitas variaciones en las representaciones de san José. Y cada patrón encierra una sabiduría específica que revela la profundidad de su figura, dentro de ese gran diseño que lo vio como un protagonista humilde y silencioso. La propensión a “dormir”, por ejemplo, resalta su confianza en el Señor más que en sus propias capacidades. Bergoglio escribe que «es custodio porque sabe escuchar a Dios y se deja guiar por su voluntad». Es un santo que trabaja hasta dormido. Por eso, Francisco guarda en su aposento una pequeña estatua de san José dormido, debajo de la cual coloca las notas con las causas más difíciles. En cuanto a hacerse una idea de su sueño, nada mejor que contemplar una obra maestra de Orazio Gentileschi, El descanso en la huida a Egipto (1626). José ocupa casi todo el cuadro transversalmente, tendido sobre los enseres domésticos, con la cabeza cayendo pesadamente hacia atrás. Duerme como un tronco, aunque debería estar preocupado por la amenaza que se cierne sobre la cabeza de ese niño, migrante y aún sin hogar. Evidentemente, solo su certeza de que Dios le guía puede explicar un sueño tan profundo.
Por supuesto, José también es conocido como un hombre que trabaja duro y que, tras los sueños, no duda en tomar la iniciativa. Hay una obra que es una síntesis maravillosa de este otro aspecto de su figura. Se trata del llamado Tríptico de Mérode (1427), pintado por Robert Campin, el gran maestro francés protagonista de la temporada alta de la pintura flamenca. En el centro del Tríptico está la escena de la Anunciación, pero en total continuidad vemos en el compartimento derecho a José trabajando en su taller de carpintería. Las dos habitaciones son contiguas y forman parte de una misma casa, frente a la cual se asoman, en el compartimento izquierdo, los dos donantes. Campin, por tanto, altera lo señalado por los Evangelios, anticipando el tiempo de la convivencia («antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo», dice Mateo 1,18). Pero es una alteración que esconde una estrategia precisa, como escribe uno de los mayores estudiosos de “josefología”, Tarcisio Stramare. Los objetos esparcidos sobre el banco de trabajo recuerdan la pasión del Señor en varios aspectos: la cruz (arriba), las tenazas, el martillo y sobre todo los numerosos clavos. Pero junto a estos objetos, sorprendentemente, aparece también una ratonera. Escribe Stramare: «Los críticos ven en ello una referencia a san Agustín, que considera la Encarnación como muscipula diaboli, es decir, una ratonera que atrapa al diablo. Al ocultar la naturaleza divina bajo la naturaleza humana, Jesús había engañado al diablo de tal manera que este ignoró su verdadera identidad; el diablo, furioso contra la humanidad de Jesús, vino a realizar en la práctica la voluntad de Dios de salvar a la humanidad mediante la muerte de Cristo». José, el hombre sencillo, el artesano de la madera, no solo tiene una profunda conciencia del misterio del que Dios le hizo partícipe, sino que también tiene la astucia para deshacerse de los malvados: la misma reja en la que trabaja es un dispositivo que simbólicamente debe velar por la verdadera generación de Jesús y mantener a la familia a salvo de cotilleos y escándalos. La reja también indica que «María y José viven bajo el mismo techo “separados”, mostrando a la “plaza”, es decir al pueblo, que están casados como los demás», sigue escribiendo Stramare. Como señala Francisco en Patris corde, «José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte».

En los primeros años complicados de la vida de Jesús, José se empeña a fondo en las pequeñas tareas domésticas y es muy cariñoso con el Niño. Para protegerlo del frío, no duda en cortar sus calzas para transformarlas en pañales, como se ve en una tablilla flamenca de principios del siglo XV, conservada en el museo Mayer van den Bergh de Amberes. Un lienzo de Lucio Massari (1633), conservado en los Uffizi, nos muestra a José ocupado en tender la ropa, ayudando a María. José también hizo jugar a Jesús, como vemos en un lienzo muy cariñoso de Murillo, conservado en el Prado (1650), donde un perrito es objeto de entretenimiento. Muchas veces es él quien sostiene al Niño en sus brazos, como en el retablo de Pontormo, de San Michele Visdomini, en Florencia, o en las múltiples variaciones, todas tan llenas de ternura, pintadas por Guido Reni. También Tiepolo, en un lienzo conservado en Bérgamo en la iglesia del Santísimo Salvador, pintó un maravilloso San José con el Niño en brazos (1733): apoya suavemente la cabeza en la cabellera rubia de Jesús y su mirada está velada por una profunda tristeza, presentimiento del destino que le espera a ese Niño. En un lienzo pintado el año anterior para la basílica de San Marcos, en Venecia, también Tiepolo coloca a Jesús en los brazos de su padre: la sábana blanca sobre la que yace es otro presagio de la Pasión. José se ocupa, obedece, sigue pero también “sabe”.
«Se enfrenta a una realidad que lo aplastaría por todos lados si no la reconociera en su ontología: el misterio de Dios que se revela, el Dios que comienza a revelar al hombre la respuesta a su porqué, la respuesta a su grito», escribió don Giussani, que dedicó a san José páginas muy intensas.
Incluso cuando crece y se convierte en un chaval, Jesús siempre puede contar con esa presencia tan discreta y paternal. Con motivo del “incidente”, cuando a Jesús, dado por perdido, lo encuentran en el templo discutiendo con los doctores, José está naturalmente presente. En una maravillosa tablilla de Simone Martini (1342), conservada en la Walker Art Gallery de Liverpool, lo vemos invitando a su joven hijo a escuchar la reprimenda de su madre. José habría podido vacilar en esa circunstancia, ya que Jesús se defiende refiriéndose a «las cosas de mi Padre» (Lc 2,49), en cambio permanece tranquilo, totalmente consciente de su papel. Por otro lado, Jesús, durante su vida pública, se dejará identificar en múltiples ocasiones como el “hijo de José”. Entre ellos no había sombras ni dudas calladas...

La secuencia que sigue a ese reproche aparece sorprendentemente en los frescos de Giotto y de su escuela, en la Basílica Inferior de Asís (1311): la familia ya ha dejado Jerusalén y se dirige a Nazaret; es José quien encabeza la caravana, continuando animadamente la discusión con Jesús. Como subraya el Papa, «nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace solo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente… Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad».
Es lo que hace José con Jesús tomándolo en su taller para enseñarle el oficio, como se ve en una pintura muy icónica de Georges La Tour (1642): el niño sostiene la vela, protegiendo la llama con su mano, mientras que el padre perfora una viga con un punzón. Se trata una vez más de una prefiguración de la Pasión. José realmente “sabe”. Después de todo, en otra famosa obra de La Tour lo vemos mientras se le aparece un ángel en sueños. Pero José tiene ante él un gran libro abierto: un atributo inesperado para un hombre sencillo, operativo y concreto. El ángel sugiere la lectura de Isaías 7,14 como clave de lectura para entender lo que le ha pasado. «Entonces comprendió lo que habían dicho los profetas», escribe san Juan Crisóstomo. «Se le abrió el entendimiento y comprendió las profecías porque era un hombre justo, que solía meditar esos textos». José es el hombre que “escruta las Escrituras”. A menudo se le representa con un libro en la mano, como en la estatua solemne de Ambrogio Buonvicino (1612) en Santa María la Mayor, en Roma.

Con el mismo pudor con que entró en la historia, salió de ella. Nada sabemos de su muerte. El hecho de que Jesús en la cruz confíe su madre a Juan indica que José ya no vivía, aunque Lorenzo Lotto, en un retablo conservado en Sant'Alessandro en Colonna, en Bérgamo (1522), imaginó que estuviera presente en el momento de la deposición: lo vemos aislado, retorciéndose de dolor. En realidad, a modo de despedida, acuden al rescate ciertas palabras en lugar de imágenes. Las de san Francisco de Sales, que dijo de sí mismo: «Yo soy todo de san José. (…) Para nada debemos dudar de que este glorioso santo tenga un enorme crédito en el cielo, al lado de Aquel que lo favoreció hasta el punto de elevarlo junto a sí en cuerpo y alma. Lo cual se confirma por el hecho de que no tenemos reliquias de su cuerpo en la tierra. Por eso me parece que nadie puede dudar de esta verdad. ¿Cómo habría podido negar a José esta gracia aquel que le obedeció en todo a lo largo de su vida terrena?».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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