Escribe Giovanni Papini que «a cada largo período de la brevísima historia espiritual humana corresponde un genio máximo que lo resume y lo representa: La Antigüedad es Homero; el Renacimiento es Shakespeare; el Romanticismo es Goethe; la Modernidad es Dostoievski; y el Medievo le corresponde al Dante».
Partiendo de este presupuesto, algunos comentaristas consideran al Dante como inserto en un mundo completamente difunto: el mundo oscuro y sepultado de la Edad Media.
Sin embargo, en contra de esta opinión, hay quienes hablan sin rodeos de una modernidad del Dante. Opinión que se me presenta más adecuada a la realidad, como más abajo desarrollaré.
I. Nota biográfica
Dante Alighieri nace en pleno siglo XIII ( 1265 aprox. ), en la hermosa ciudad de Florencia. En su niñez queda huérfano de madre. Es probable que su educación corriera a cargo de los franciscanos, lo cual marca su posterior modo de interpretar las realidades.
A los nueve años conoce a Beatriz, «gloriosa señora de sus pensamientos», amor platónico, y fuente de inspiración poética; personificación del amor y de la Teología en la Divina Comedia.
Participa en la vida política de su ciudad, siendo desterrado por sus adversarios de la misma. Muere en el destierro a principios del siglo XIV(1321).
II. Actualidad del Dante
Es posible encontrar diversas coincidencias entre el pensamiento de Dante y el pensamiento católico moderno. Centrémonos en dos de las mismas, señaladas por Papini como quizás las más importantes:
Primeramente la aversión a que se interfieran en la misión sacerdotal del clero -fundamentalmente espiritual- actividades típicamente laicales, principalmente la acción política.
La timidez excesiva de los laicos en todas aquellas cuestiones que se hallan fuera de la teología, de la mística y de la liturgia, contribuyen a que los sacerdotes perteneciesen a partidos, aspirasen a gobernar países y tomasen parte en intrigas políticas.
Y si en algunos períodos de la historia de la Iglesia hubo abades que fueron señores feudales, cardenales que fueron ministros de los monarcas... la Historia nos enseña que esto produjo a la Iglesia más mal que bien.
¿Y qué otra cosa sino eso decía el Dante cuando arremetía contra los papas de su tiempo, que en vez de consagrarse a la pacificación del mundo en desorden, buscaban ventajas temporales, alianzas siniestras y contribuían a crear divisiones y guerras fratricidas?
Encontramos, pues, una primera semejanza entre el católico del Concilio Vaticano II, que clarifica y delimita las misiones del laico y del sacerdote, como distintas en su naturaleza, y el Dante que ataca la centralización de acciones diversas por parte del sacerdote, como acto contrario al espíritu de la Iglesia. Y acciones que por sacarse de su contexto natural, muchas veces desembocan en pecados capitales.
En segundo lugar, la modernidad del Dante se revela también en su concepción política de Europa.
Esta concepción fue la restauración del Imperio, pero no como poder absolutista, sino como realidad que instaure en Europa el orden, la concordia y la justicia.
La creación de los estados nacionales que, comenzada en la Edad Media ha durado casi hasta nuestros días, ha creado un estado de ánimo contrario al concepto de una autoridad universal, como era pretendida por Dante. Pero la experiencia dolorosa de los últimos tiempos nos enseña que la creación de los estados nacionales ha constituido una fase necesaria, pero no definitiva de la ordenación del mundo. La disolución de la Cristiandad medieval y el florecer de los nacionalismos y los separatismos ha llevado a los pueblos al dolor y a la miseria.
Una vez más se busca por otros caminos la unidad. Se descubre que Europa, como también la especie humana, está condenada a los más espantosos desastres si no se consigue llegar a reconstituir una gran unidad política, que no será precisamente el Imperio romano, pero siempre habrá de ser un organismo múltiple en una unidad de cultura regido por una ley unida; por una suprema autoridad, desde la que se lleve a cabo el cumplimiento universal del los derechos humanos.
Dante, pues, no es extranjero entre nosotros, ya que sus inquietudes de unidad de Europa se presentan hoy como remedio urgente, para suprimir las peligrosas rivalidades que amenazan el mundo. ¡Ojalá que la unidad de Europa sea un paso sólo para llegar a la unidad universal!
Podemos afirmar que hoy Dante está íntimamente vivo en nuestra conciencia, como jamás lo estuvo desde su tiempo acá.
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