"La Iglesia se ocupa del problema de la salvación individual mientras la creatividad se ocupa del mundo secular". Este dualismo inaceptable en que parece debatirse la mayor parte de la cultura cristiana y la necesidad de una superación son el centro de la atención del filósofo ruso.
En 1926 Nikolaj Berdjaev dedicó un largo articulo a uno de sus temas preferidos, el del deber que el cristiano tiene de transfigurar el mundo. No nos salvamos jamás solos, solos solamente nos podemos perder, dice un querido proverbio de la tradición rusa. Así el cristiano no se salva si al mismo tiempo no salva a sus semejantes y al universo entero; el cristiano no es verdaderamente santo si no reconoce la santidad del otro, y este reconocimiento no es verdadero si no se cumple el reconocimiento del destino de santidad del universo. No hay cristianismo lleno, en fin, si no nace del mismo un deseo de cultura, de ciencia y de arte; una afirmación de Bien, de Verdad, de Belleza en la vida.
La correlación entre los caminos de la salvación del hombre y los caminos de la creatividad humana es el problema central, el más tormentoso y agudo de nuestra época. El hombre sucumbe y anhela la salvación. Pero el hombre es también, por su naturaleza, creador, edificador, constructor de la vida, y la sed de creatividad surge también de dentro de él. ¿Puede el hombre salvarse y al mismo tiempo, crear, puede crear y al mismo tiempo salvarse? Esto es intentar entender qué es el cristianismo: ¿El cristianismo es exclusivamente la religión de la salvación del alma para la vida eterna, o además también la creación de una vida más elevada está justificada por la conciencia cristiana? Todos estos interrogantes atormentan al ánimo de los contemporáneos, aunque
no siempre se reconozca toda su profundidad. Por desear justificar la propia vocación existencial, la propia obra creativa, los cristianos no siempre reconocen que es aquí donde se juega la concepción misma del cristianismo, la posibilidad de asumirlo en plenitud.
a dramaticidad del problema de la salvación y de la creatividad se refleja en la división entre Iglesia y mundo, entre espiritual y mundano, entre sacro y laico. La Iglesia se ocupa de la salvación, mientras de la creatividad se ocupa el mundo secular, las obras creativas de que se ocupa el mundo secular no vienen justificadas ni bendecidas por la Iglesia. Existe una actitud de profunda suficiencia, casi de desprecio de parte del mundo eclesial en las confrontaciones de estas obras creativas en la vida de la cultura, en la vida de la sociedad, de que está lleno el movimiento global del mundo. En el mejor de los casos se deja hacer, se deja andar, se hace la vista gorda, siempre que la creatividad tenga una profunda justificación. La salvación es la cuestión de máxima importancia, la única necesaria, la creatividad viene en segundo o tercer lugar, es una añadidura a la vida, no lo esencial. Nosotros vivimos bajo el signo de un profundísimo dualismo religioso ( ... )
EL PECADO DEL DUALISMO
Pero la represión del principio humano, el sofocamiento de su expresión original creativa, es un empobrecimiento del cristianismo, religión de la Divino-humanidad. Cristo ha sido el Dios-hombre, no el Dios-ángel, en El se ha realizado la perfecta unidad en una sola persona de la naturaleza divina y de la naturaleza humana, y de este modo la naturaleza humana ha sido realzada hasta la vida divina ( ... )
El dualismo entre Iglesia y mundo entre Iglesia y cultura, el marcado dualismo entre sacro y laico, depende del hecho que la religión no ha sido capaz de poner el principio humano como parte orgánica de la Divino-humanidad, no ha sido capaz de abrirse a la libre vocación del hombre.
Para el cristiano vienen así a crearse dos vidas, una vida cualitativamente superior y otra cualitativamente inferior. Y este dualismo, este desdoblamiento de la experiencia existencial alcanzan una particular aspereza en el cristianismo de la época moderna. El hombre se ha rebelado en nombre de la propia libertad y se ha encaminado por la senda del propio arbitrio. Para la religión se ha quedado un reducto del alma. Se ha comenzado a entender la Iglesia de modo diversificado. El cristiano de la época moderna vive dos ritmos, en la Iglesia y en el mundo, en la vida de la salvación y en la vida de la creatividad.
LA CREATIVIDAD
En la sociedad teocrática, en la cultura teocrática, el principio humano era reprimido, la libertad del hombre no daba aún su adhesión a la realización del reino de Dios. En la sociedad y en la cultura humanística de la época moderna el elemento humano se está separando de Dios y de la acción de la gracia divina. No se ha alcanzado la unidad de lo divino y lo humano. Los caminos de la creatividad del mundo humanístico eran sin Dios y contra Dios. Es el drama de la historia humanística moderna y el drama de la separación de las vías de la creatividad e la vida, respecto de las vías de la salvación, de Dios, y de la gracia divina. El dualismo entre Iglesia y mundo alcanza formas de expresión que las épocas precedentes, orgánicamente unidas a los valores sagrados, no conocían. El mundo ha asistido a un gigantesco movimiento creativo en el ámbito de la ciencia, de la filosofía, del arte, de la vida de los estados y de la sociedad, de las conquistas de la técnica, de las aportaciones morales entre los hombres y hasta en el ámbito del pensamiento religioso y de la mística.
Nosotros todos, creyentes y no creyentes, aquí no hay diferencia, participamos en este movimiento del mundo, el movimiento de la cultura, al que dedicamos una parte considerable de nuestro tiempo y de nuestra fuerza. Cierto, el domingo vamos a misa. Pero seis días de la semana los dedicamos al trabajo de crear, de edificar. Y nuestro aporte creativo a la vida no queda justificado, ni bendecido, ni subordinado al principio religioso de la vida. Ya la vieja justificación y bendición teocrática-jerárquica que en el medievo investía todo el proceso vital, no tiene ninguna autoridad sobre nosotros y queda en todo y para todos como letra muerta. Los mismos creyentes, los mismos ortodoxos participan en la vida del mundo, una vida privada de justificaciones y de bendiciones, se someten a una ciencia laica, privada de santidad, a un derecho laico, privado de santidad, a una economía laica, privada de santidad, a una vida que en su cotidianidad ha perdido ya hace mucho tiempo el carácter sagrado. Los creyentes, los ortodoxos viven la Iglesia en la Iglesia, van al templo los domingos y los días de fiesta, guardan el ayuno en Cuaresma, rezan a Dios por la mañana y la tarde, pero no viven la Iglesia en el mundo, en la cultura, y en la sociedad. Su creatividad, en la vida política y económica, en las ciencias y en las artes, en los descubrimientos y en las invenciones, en la moral cotidiana, queda ajena a la Iglesia, a la religión, queda laica, mundana.
Se tiene que construir aquí un ritmo de vida totalmente diverso. El movimiento impetuoso de creatividad se ha realizado en el mundo, en la cultura. Y en la Iglesia en cambio desde hace mucho tiempo ha calado una relativa inmovilidad, una especie de petrificación o de osificación. La Iglesia ha comenzado a vivir exclusivamente siguiendo una actitud conservadora, en el vínculo con el pasado, es decir ha expresado sólo un aspecto de la vida eclesial. La jerarquía eclesiástica ha asumido una posición hostil contra la creatividad, sospechosa contra la cultura espiritual, humilla al hombre y tiene miedo de su libertad, contrapone la vía de la creatividad a la vía de la salvación. Nosotros nos salvamos en un determinado plano, mientras creíamos la vida en un plano totalmente di verso. Y queda siempre el temor de sucumbir, de no podernos salvar en el plano en que creíamos. Y no hay ninguna esperanza de poder superar este dualismo, que por lo demás no se puede tolerar por mucho tiempo, volviendo a la sumisión de toda nuestra vida y de todos nuestros impulsos creativos al principio jerárquico, regresando a la teocracia en el antiguo sentido de la palabra. Es inadmisible un retorno al simbolismo condicional de la sociedad y de la cultura jerárquica. Sería tan sólo una reacción temporal, que no acepta la creatividad. Se plantea aquí en toda su agudeza el problema del hombre, de su libertad y de su vocación creativa. Y no es sólo un problema del mundo, un problema que ha llegado a maduración en la cultura contemporánea y que ésta sufre es también un problema de la Iglesia, el problema del cristianismo como religión de la Divino-humanidad. (...)
Las corrientes eclesiásticas de pensamiento más conservador han hecho propia la concepción nominalista de la Iglesia. Han dejado de concebir a la Iglesia como unidad integral, como organismo espiritual universal, como realidad ontológica, como cosmos cristificado. Ha prevalecido una diferente concepción de la Iglesia como institución, como sociedad de creyentes, como jerarquía y templo. La Iglesia se ha transformado en un instituto médico-asistencial, en el que las almas entran individualmente para ser curadas. De esta forma se refuerza el individualismo cristiano, indiferente al destino de la sociedad y del mundo. La Iglesia existe para la salvación de las almas particulares, pero no se interesa en la creación de la vida, en la transfiguración de la vida de la sociedad y del cosmos.
Una ortodoxia de este género, exclusivamente monástico-ascética, en Rusia ha sido posible sólo por el hecho de que la Iglesia ha descargado toda la tarea de la edificación de la vida sobre el estado. Sólo la existencia de una monarquía autocrática consagrada por la Iglesia ha hecho posible tal individualismo ortodoxo, tal división entre cristianismo y vida del mundo. La monarquía ortodoxa tuvo toda la tarea de regir y tutelar el mundo, y por eso regía el mismo sistema eclesiástico. La Iglesia quedaba indiferente no sólo a la edificación de la vida cultural y social, sino también a la edificación de la misma vida eclesial, a la vida de las parroquias, a la organización de una autoridad eclesial independiente (...).
CONSTRUIR LA IGLESIA
La caída de la teocracia ortodoxa debe llevar al despertar de la actividad creadora del pueblo cristiano mismo; de la actividad humana, a la edificación de un sociedad cristiana. Este cambio de rumbo comienza antes que nada de la actitud de responsabilidad de los cristianos ortodoxos en las confrontaciones del destino de la Iglesia en el mundo, en la realidad histórica, de sus decisiones de asumir la edificación de la Iglesia, la vida de las parroquias, la manutención de los oficios del culto, la organización de la vida eclesial, de la fraternidad, etc. Pero este cambio de la psicología ortodoxa no puede limitarse a la edificación de la vida de la Iglesia, debe difundirse también en todos los aspectos de la vida. Toda la vida puede ser intensa como vida de la Iglesia. Todos los aspectos de la vida regresan a la Iglesia. Es indispensable una vuelta hacia una concepción integral de la Iglesia, es decir, hacia la superación del nominalismo y del individualismo en el modo de concebirla. Concebir el cristianismo exclusivamente como religión de la salvación individual significa restringir la entidad de la Iglesia a una realidad que está al lado de todo el resto (mientras en la Iglesia está la verdadera plenitud del ser) y ha sido en el pasado fuente de grandísimos desconciertos y catástrofes en el mundo cristiano. El envilecimiento del hombre, de su libertad y de su vocación creativa, generada de una tal concepción del cristianismo, ha suscitado también la revuelta y rebelión del hombre, en nombre de la propia libertad y de la propia creatividad. En el vacío dejado en el mundo del cristianismo, el anticristo ha comenzado a edificar su torre de Babel, y su construcción está en buen punto.
Nikolaj Berdjaev, nace en 1874 y después de un periodo de adhesión al marxismo y de actividades ilegales, por las cuales fue encarcelado en 1898, se fue acercando progresivamente a la fe cristiana, y a la Iglesia ortodoxa, hasta convertirse en uno de los máximos representantes de la filosofía cristiana de nuestro siglo. Expulsado de la Unión Soviética en 1922, pasó el resto de su vida principalmente en Paris donde murió en 1948.
En castellano podemos acercarnos a su pensamiento en libros como:
- El cristianismo y el problema del comunismo. AUSTRAL 26
- El cristianismo y la lucha de clases. AUSTRAL 61
- El sentido de la historia. Ediciones Encuentro
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