Va al contenido

Huellas N., Noviembre 1982

CULTURA

El deber de transfigurar el mundo

N. Berdjaev

"La Iglesia se ocupa del problema de la salvación individual mientras la creatividad se ocupa del mundo secular". Este dua­lismo inaceptable en que parece debatirse la mayor parte de la cultura cristiana y la necesidad de una superación son el centro de la atención del filósofo ruso.

En 1926 Nikolaj Berdjaev dedicó un largo articulo a uno de sus temas preferidos, el del deber que el cris­tiano tiene de transfigurar el mundo. No nos salvamos jamás solos, solos solamente nos podemos perder, dice un querido proverbio de la tradición ru­sa. Así el cristiano no se salva si al mismo tiempo no salva a sus seme­jantes y al universo entero; el cristiano no es verdaderamente santo si no reconoce la santidad del otro, y este reconocimiento no es verdadero si no se cumple el reconocimiento del destino de santidad del universo. No hay cristianismo lleno, en fin, si no nace del mismo un deseo de cul­tura, de ciencia y de arte; una afirmación de Bien, de Verdad, de Belleza en la vida.
La correlación entre los caminos de la salvación del hombre y los caminos de la creatividad humana es el proble­ma central, el más tormentoso y agudo de nuestra época. El hombre sucumbe y anhela la salvación. Pero el hombre es también, por su naturaleza, creador, edificador, constructor de la vi­da, y la sed de creatividad surge también de dentro de él. ¿Puede el hombre salvarse y al mismo tiempo, crear, puede crear y al mismo tiempo salvarse? Esto es intentar entender qué es el cristianismo: ¿El cristia­nismo es exclusivamente la religión de la salvación del alma para la vida eterna, o además también la creación de una vida más elevada está justifi­cada por la conciencia cristiana? To­dos estos interrogantes atormentan al ánimo de los contemporáneos, aunque
no siempre se reconozca toda su pro­fundidad. Por desear justificar la propia vocación existencial, la pro­pia obra creativa, los cristianos no siempre reconocen que es aquí donde se juega la concepción misma del cris­tianismo, la posibilidad de asumirlo en plenitud.
a dramaticidad del problema de la salvación y de la creatividad se re­fleja en la división entre Iglesia y mundo, entre espiritual y mundano, en­tre sacro y laico. La Iglesia se ocupa de la salvación, mientras de la creati­vidad se ocupa el mundo secular, las obras creativas de que se ocupa el mundo secular no vienen justificadas ni bendecidas por la Iglesia. Existe una actitud de profunda suficiencia, casi de desprecio de parte del mundo eclesial en las confrontaciones de es­tas obras creativas en la vida de la cultura, en la vida de la sociedad, de que está lleno el movimiento global del mundo. En el mejor de los casos se deja hacer, se deja andar, se hace la vista gorda, siempre que la creativi­dad tenga una profunda justificación. La salvación es la cuestión de máxima importancia, la única necesaria, la creatividad viene en segundo o tercer lugar, es una añadidura a la vida, no lo esencial. Nosotros vivimos bajo el signo de un profundísimo dualismo reli­gioso ( ... )

EL PECADO DEL DUALISMO
Pero la represión del principio huma­no, el sofocamiento de su expresión original creativa, es un empobrecimien­to del cristianismo, religión de la Divino-humanidad. Cristo ha sido el Dios-hombre, no el Dios-ángel, en El se ha realizado la perfecta unidad en una sola persona de la naturaleza divi­na y de la naturaleza humana, y de este modo la naturaleza humana ha sido realzada hasta la vida divina ( ... )
El dualismo entre Iglesia y mundo en­tre Iglesia y cultura, el marcado dua­lismo entre sacro y laico, depende del hecho que la religión no ha sido capaz de poner el principio humano como parte orgánica de la Divino-huma­nidad, no ha sido capaz de abrirse a la libre vocación del hombre.
Para el cristiano vienen así a crearse dos vidas, una vida cualitativamente superior y otra cualitativamente infe­rior. Y este dualismo, este desdobla­miento de la experiencia existencial alcanzan una particular aspereza en el cristianismo de la época moderna. El hombre se ha rebelado en nombre de la propia libertad y se ha encaminado por la senda del propio arbitrio. Para la religión se ha quedado un reducto del alma. Se ha comenzado a entender la Iglesia de modo diversificado. El cristiano de la época moderna vive dos ritmos, en la Iglesia y en el mundo, en la vida de la salvación y en la vida de la creatividad.

LA CREATIVIDAD
En la sociedad teocrática, en la cultu­ra teocrática, el principio humano era reprimido, la libertad del hombre no daba aún su adhesión a la realización del reino de Dios. En la sociedad y en la cultura humanística de la época moderna el elemento humano se está separando de Dios y de la acción de la gracia divina. No se ha alcanzado la unidad de lo divino y lo humano. Los caminos de la creatividad del mun­do humanístico eran sin Dios y contra Dios. Es el drama de la historia huma­nística moderna y el drama de la sepa­ración de las vías de la creatividad e la vida, respecto de las vías de la salvación, de Dios, y de la gracia divina. El dualismo entre Iglesia y mundo alcanza formas de expresión que las épocas precedentes, orgánicamente unidas a los valores sagrados, no cono­cían. El mundo ha asistido a un gigan­tesco movimiento creativo en el ámbito de la ciencia, de la filosofía, del arte, de la vida de los estados y de la sociedad, de las conquistas de la técnica, de las aportaciones morales entre los hombres y hasta en el ámbito del pensamiento religioso y de la mís­tica.
Nosotros todos, creyentes y no creyen­tes, aquí no hay diferencia, participa­mos en este movimiento del mundo, el movimiento de la cultura, al que dedi­camos una parte considerable de nues­tro tiempo y de nuestra fuerza. Cier­to, el domingo vamos a misa. Pero seis días de la semana los dedicamos al trabajo de crear, de edificar. Y nuestro aporte creativo a la vida no queda justificado, ni bendecido, ni subordinado al principio religioso de la vida. Ya la vieja justificación y bendición teocrática-jerárquica que en el medievo investía todo el proceso vi­tal, no tiene ninguna autoridad sobre nosotros y queda en todo y para todos como letra muerta. Los mismos creyen­tes, los mismos ortodoxos participan en la vida del mundo, una vida privada de justificaciones y de bendiciones, se someten a una ciencia laica, priva­da de santidad, a un derecho laico, privado de santidad, a una economía laica, privada de santidad, a una vida que en su cotidianidad ha perdido ya hace mucho tiempo el carácter sagrado. Los creyentes, los ortodoxos viven la Iglesia en la Iglesia, van al templo los domingos y los días de fiesta, guardan el ayuno en Cuaresma, rezan a Dios por la mañana y la tarde, pero no viven la Iglesia en el mundo, en la cultura, y en la sociedad. Su creatividad, en la vida política y econó­mica, en las ciencias y en las artes, en los descubrimientos y en las inven­ciones, en la moral cotidiana, queda ajena a la Iglesia, a la religión, queda laica, mundana.
Se tiene que construir aquí un ritmo de vida totalmente diverso. El movi­miento impetuoso de creatividad se ha realizado en el mundo, en la cultura. Y en la Iglesia en cambio desde hace mucho tiempo ha calado una relativa inmovilidad, una especie de petrifi­cación o de osificación. La Iglesia ha comenzado a vivir exclusivamente siguiendo una actitud conservadora, en el vínculo con el pasado, es decir ha expresado sólo un aspecto de la vida eclesial. La jerarquía eclesiástica ha asumido una posición hostil contra la creatividad, sospechosa contra la cul­tura espiritual, humilla al hombre y tiene miedo de su libertad, con­trapone la vía de la creatividad a la vía de la salvación. Nosotros nos sal­vamos en un determinado plano, mien­tras creíamos la vida en un plano to­talmente di verso. Y queda siempre el temor de sucumbir, de no podernos sal­var en el plano en que creíamos. Y no hay ninguna esperanza de poder supe­rar este dualismo, que por lo demás no se puede tolerar por mucho tiempo, volviendo a la sumisión de toda nues­tra vida y de todos nuestros impulsos creativos al principio jerárquico, re­gresando a la teocracia en el antiguo sentido de la palabra. Es inadmisible un retorno al simbolismo condicional de la sociedad y de la cultura jerár­quica. Sería tan sólo una reacción temporal, que no acepta la creati­vidad. Se plantea aquí en toda su agu­deza el problema del hombre, de su libertad y de su vocación creativa. Y no es sólo un problema del mundo, un problema que ha llegado a maduración en la cultura contemporánea y que ésta sufre es también un problema de la Iglesia, el problema del cristianismo como religión de la Divino-humanidad. (...)
Las corrientes eclesiásticas de pensa­miento más conservador han hecho pro­pia la concepción nominalista de la Iglesia. Han dejado de concebir a la Iglesia como unidad integral, como or­ganismo espiritual universal, como re­alidad ontológica, como cosmos cris­tificado. Ha prevalecido una diferente concepción de la Iglesia como institución, como sociedad de creyentes, como jerarquía y templo. La Iglesia se ha transformado en un instituto médico-asistencial, en el que las almas en­tran individualmente para ser curadas. De esta forma se refuerza el individua­lismo cristiano, indiferente al desti­no de la sociedad y del mundo. La Igle­sia existe para la salvación de las almas particulares, pero no se intere­sa en la creación de la vida, en la transfiguración de la vida de la socie­dad y del cosmos.
Una ortodoxia de este género, exclusi­vamente monástico-ascética, en Rusia ha sido posible sólo por el hecho de que la Iglesia ha descargado toda la tarea de la edificación de la vida sobre el estado. Sólo la existencia de una monarquía autocrática consagra­da por la Iglesia ha hecho posible tal individualismo ortodoxo, tal divi­sión entre cristianismo y vida del mundo. La monarquía ortodoxa tuvo toda la tarea de regir y tutelar el mundo, y por eso regía el mismo sistema ecle­siástico. La Iglesia quedaba indiferen­te no sólo a la edificación de la vida cultural y social, sino también a la edificación de la misma vida eclesial, a la vida de las parroquias, a la organización de una autoridad eclesial independiente (...).

CONSTRUIR LA IGLESIA
La caída de la teocracia ortodoxa debe llevar al despertar de la actividad creadora del pueblo cristiano mismo; de la actividad humana, a la edifica­ción de un sociedad cristiana. Este cambio de rumbo comienza antes que nada de la actitud de responsabilidad de los cristianos ortodoxos en las confrontaciones del destino de la Igle­sia en el mundo, en la realidad histó­rica, de sus decisiones de asumir la edificación de la Iglesia, la vida de las parroquias, la manutención de los oficios del culto, la organización de la vida eclesial, de la fraternidad, etc. Pero este cambio de la psicología ortodoxa no puede limitarse a la edificación de la vida de la Igle­sia, debe difundirse también en todos los aspectos de la vida. Toda la vida puede ser intensa como vida de la Igle­sia. Todos los aspectos de la vida regresan a la Iglesia. Es indispensa­ble una vuelta hacia una concepción integral de la Iglesia, es decir, ha­cia la superación del nominalismo y del individualismo en el modo de conce­birla. Concebir el cristianismo exclu­sivamente como religión de la salvación individual significa restringir la entidad de la Iglesia a una reali­dad que está al lado de todo el resto (mientras en la Iglesia está la verda­dera plenitud del ser) y ha sido en el pasado fuente de grandísimos descon­ciertos y catástrofes en el mundo cris­tiano. El envilecimiento del hombre, de su libertad y de su vocación creati­va, generada de una tal concepción del cristianismo, ha suscitado también la revuelta y rebelión del hombre, en nombre de la propia libertad y de la propia creatividad. En el vacío dejado en el mundo del cristianismo, el anti­cristo ha comenzado a edificar su to­rre de Babel, y su construcción está en buen punto.

Nikolaj Berdjaev, nace en 1874 y después de un periodo de adhe­sión al marxismo y de actividades ilegales, por las cuales fue encarcelado en 1898, se fue acercando progresivamente a la fe cristiana, y a la Iglesia ortodoxa, hasta convertirse en uno de los máximos representantes de la filosofía cristiana de nuestro siglo. Expulsado de la Unión Soviética en 1922, pasó el resto de su vida principalmente en Paris donde murió en 1948.
En castellano podemos acercarnos a su pensamiento en libros como:
- El cristianismo y el problema del comunismo. AUSTRAL 26
- El cristianismo y la lucha de clases. AUSTRAL 61
- El sentido de la historia. Ediciones Encuentro

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página