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Huellas N., Noviembre 1982

CULTURA

Un cristiano en el museo del prado. Murillo y el "triunfo de la virgen"

Félix González Nuñez

Nos habíamos prometido un cierto or­den en la rueda de visitas a nues­tra primera Pinacoteca, pero la verdad es que no hemos podido sustraer­nos al gran acontecimiento del home­naje a Murillo en el III Centenario de su muerte y, por lo tanto, acer­carnos a la contemplación de su obra en la magna exposición de las salas del Museo del Prado.

Una vez ante los cuadros del sevilla­no no sólo se ve uno arrastrado por la originalidad, la exquisitez, la amabilidad, la delicadeza o la depu­rada técnica de las que hace gala (como ha apuntado el profesor Lafuen­te) , sino -ante todo y sobre todo- ­por el contenido estético de sus te­mas. La religiosidad y el humanismo que salen de cada pincelada parecen inundarlo todo y ponen de mani­fiesto el "compromiso" del pintor, del que habla con acierto el P. Sope­ña en el catálogo de la exposición. Este compromiso le lleva a presentar­nos los deliciosos ciclos de Sagra­das Familias, vidas de Santos, vida de la Virgen (desde su "nacimiento" hasta su Asunción al cielo", pasando por la "Presentación en el templo", el "Aprendiendo a leer junto a Santa Ana"), apariciones de santos... en una gradación ascendente que cul­mina en un tema sobre los demás: el­ triunfo total de María, la Virgen, sobre el mundo. Triunfo que se nos muestra en el ciclo de las Inmacula­das (haciéndose eco del exaltado jú­bilo que produjo el tema en tiempos del artista), y que transformado por los pinceles murillescos, en "Corona­ción" o "Asunción", llega al alma de todos y arranca las más cariñosas exclamaciones.

Y ahí estriba el gran mérito del artista exquisito que es Murillo: ha­ber sabido conciliar de manera única la sencillez de la paleta con la grandeza de un tema que a pesar de su ininteligibilidad para la razón popular de todos los tiempos, no de­jó de ser decisiva fuente de fe in­contaminada para quien sabe poner sus sentimientos por delante del frío raciocinio.

Pero bástenos ya lo dicho del pintor y acerquémonos al cuadro de la "Inma­culada".
En él nos vamos a encontrar la más clara expresión de la ternura y la delicadeza que nos habla de la grandeza excelsa de quien un día se supo "Esclava del Señor". ¿Recordáis las palabras que S. Lucas pone en boca de Ntra. Sra.?: "...Me llamarán bienaventurada" nos estará cantando en el Magníficat (Lc. 1, 46) mien­tras estamos contemplando aquella hermosura siempre joven, siempre frá­gil, con cierto rubor de saberse ad­mirada tanto y por tantos. ¿Cómo no sentirnos niños, enamorados y prote­gidos, seducidos y fortalecidos por su ejemplo?

Si profundizamos un poco más en la contemplación del lienzo fijémonos en la actitud de María y notaremos que es idéntica a la del principio, cuando le es "anunciada" su misión (recordemos la obra de Fra Angélico): humildad y aceptación (dos pilares fundamentales de nuestro ser cristia­no) es la síntesis de su misterio.
¡Cómo se eleva por encima de las miserias del mundo!
Las manos sobre el corazón; la cabeza con cierta majestuosidad, aún cuando exenta de soberbia y vanidad, deja al descubierto un rostro lleno de turbado gozo; los ojos mirando a la altura son seguidos por un cuer­po que, sin la gravedad suficiente para retenerlo abajo, sube venciendo al mal -a sus pies- del que ella ha sido preservada.

La designada por Dios para llevar ante Él mismo la grandeza de su obra. En Ella no hay superficiali­dad. Las materialidades y las triste­zas; el rencor y la envidia; el an­sia de poder y la violencia han que­dado abajo, aplastadas por la pure­za, para que se cumpla la promesa del Padre en el paraíso. (Gen. 3, 15) . Sólo se eleva la dulzura, la sencillez, la alegría de ver cumpli­da la voluntad de Dios.

¡Qué hermoso dejarse arrastrar hacia arriba!

Es la apoteosis de la Reina, la Rei­na de los Angeles, a quien los queru­bines-niños ayudan a ascender al cie­lo. Reina concebida sin mancha, vic­toriosa su albura sobre el blancor de las nubes. Y, sin embargo, todo ello ha sido plasmado sin afec­tación. Murillo, en efecto, ha sabi­do captar la expresión dulce y com­placida de la que sabe simple criatu­ra e instrumento de Dios, que, com­partiendo la debilidad humana, ha si­do constituida la mediadora purí­sima de la salvación.
Reina de todos... ¡Santos!
Y porque han sido el artista y su pintura quienes han hecho posible es­te momento con la Virgen María, no quisiera terminar sin agradecer a Bartolomé Esteban Murillo, 300 años después de su muerte, el habernos hecho mucho más cercano ese mis­terio que él ya ahora, debe estar admirando en el cielo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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