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Huellas N., Noviembre 1982

NUESTRA PRESENCIA

Trabajadores de nueva tierra

Charo Nuñez

Vamos creciendo... en el número de gente, en el compromiso cristiano, en la espiritualidad... y también, inevitablemente, en edad. Así, a los grupos de confirmación creados en un primer momento se han añadido las reuniones de universitarios y este curso las de trabajadores y postgra­duados (sin olvidar a los opositores o gente en paro).

A todos nos une algo muy concreto: llevar el mensaje cristiano al mundo laboral, mediante nuestra presencia diaria. Y aquí ya no nos podemos quedar en el plano sentimentaloide, en el panfleto catequético o en el aspecto meramente racionalista. Es preciso demostrar que hemos optado por un determinado tipo de vida, que hemos optado por la vida que nos da Jesucristo.
Queremos compartir los problemas, las preocupaciones, las ilusiones, el es­fuerzo y el deseo de una formación que en cierto modo nos ayude también en el quehacer diario.

Charo Nuñez, Rosa Mª Vallejo y Mª Elena Simón nos cuentan sus experien­cias de trabajo.

¿Quién dijo que enseñar era fácil?
Nuestra querida Gloria me ha metido en un buen lio, primero llama amiga­blemente y como el que no quiere la cosa me suelta -"Escribe tu expe­riencia de trabajo"-¡ Qué horror! Piensa, haz balance, estructura tus ideas y empieza a escribir... pero ¿por dónde? No sé, por si os interesa comenzaré por el primer día.

Nervios, muchas ilusiones, ganas de trabajar, temor ante la nueva respon­sabilidad y un poco de miedo al pri­mer encuentro con los alumnos y los compañeros, pero quizás lo más carac­terístico era la enorme esperanza que llevar a cabo el baul de planes, propuestas de renovación y de métodos pedagógicos bien aprendidos en la escuela.

Caen varias hojas del calendario, na­die se opone abiertamente al cambio, pero como renovarse significa traba­jar doble, tampoco hay quien se pro­nuncie á favor; cada profesor se en­cierra en su clase y hace en ella lo que más cómodo le resulta, o lo que está acostumbrado a hacer a través de sus años de trabajo. No hay diálo­go, ni intercambio de experiencias, ni nada de lo que yo pensaba que debía existir entre los maestros de un colegio. Solo encuentro individua­lismo-indiferencia.

En el ámbito de la enseñanza tampoco podía desarrollar la labor que había programado, La clase no cuenta con el espacio ni con los medios que yo esperaba y me encuentro con 34 alum­nos de 4 y 5 años en un espacio menor a 16 m. cuadrados. Entre los niños hay graves problemas fami­liares, de relación con los compañeros y de evolución lenta en el apren­dizaje, lo que les lleva a un nivel de agresividad muy grande, así que de maestra pasé a árbitro de boxeo. Y aquí ni la pedagogía ni la psicolo­gía, solo tenía mi propia impotencia, inexperiencia, in... todos los in.

Y en esta situación se desarrollaba el curso cuando empezaron a aparecer los padres angustiados que quieren que su hijo sepa leer, escribir y un poco de álgebra a los 2 meses de ser escolarizados y que no les convence que la ley de educación sitúe el aprendizaje de la lecto-escritura en 1 de EGB (lo peor de todo es que estos mismos padres se suelen olvidar de sus hijos en el momento que apren­den los "cuatro reglas").

Con la aparición del primer padre, entra en escena mi problema más gor­do: el Director, que se dedicó siste­máticamente a vigilarme, regañarme y gritarme, si así se le antojaba,
no importa si delante de alumnos, profesores o padres. No quería oír a los niños, ¡disciplina, orden!. De pronto todo lo que no estaba a su gusto en el colegio se debía sólo y exclusivamente a "la nueva".
Y os puedo asegurar que la angustia, la desesperanza y hasta el miedo que llegué a sentir cada mañana al diri­girme al trabajo no os la podría explicar en 100 folios.

Aparecieron mis primeros problemas graves de conciencia... ¿cómo aceptar a aquel hombre entrado en los 70 que me estaba amargando y creándome senti­mientos de rencor, impotencia...?
?¿qué actitud profesional debía tomar?

Internamente me rebelaba, me hubiera gustado gritarle y dar puñetazos en la mesa como él hacía conmigo; soñaba que le encerraba en la clase con los 34 niños rabiosos, y todos los días pensaba en despedirme y mandarle...
Es en estos momentos de desesperanza cuando se presenta claramente la op­ción del cristiano, o ahora o nunca. La Eucaristía y el Evangelio me recor­daron las Bienaventuranzas: Bienaven­turados los que lloran, los que aman la justicia porque de ellos es el Reino de los cielos.

¡Eureka! pero si este puede ser el negocio de mi vida... y decidí seguir buscando la mejor manera de tratar a los niños de 4 y 5 años y rogé todos los días que se me diera paciencia para convivir y comprender, dentro de lo posible, a los niños y al Director que se negaba a envejecer y perder el mando del colegio.

Hay una cosa más que me gustaría deciros a todos los que trabajéis, la opción de las Bienaventuranzas es siempre dura y arriesgada, porque bus­car y amar la justicia trae consigo el proclamarla y muy fácilmente la persecución... "el despido" por su causa. Nosotros cristianos no nos po­demos conformar con lo medianillo y mediocre. Oíd a Cristo "el que no está conmigo está contra mi". Así que me digo: si hay que denunciar, denuncia; 'si hay que callar' calla y trabaja mientras te dejen.

Con este espíritu he comenzado el nuevo curso, con tan buena suerte que casi no he tenido que ponerlo en práctica, porque mi Director ya se ha olvidado dé mí, y tengo 23 alumnos normales "casi todos" con los que trabajo bien y hasta disfruto con ellos...

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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