No se trata de confiar en “esperanzas colectivas” y universales. La fraternidad es una experiencia concreta, cotidiana. Adrien Candiard, monje dominico en Egipto, se confronta con la encíclica. «El moralismo busca el límite. La fraternidad es lo contrario. Con un hermano nunca se llega al límite»
Un papelito escrito a mano, una carta de pocas líneas. Pero lleva dentro un mundo entero, una revolución que cambiará la historia aunque, como diría Emmanuel Mounier, suceda «por casualidad», como «efecto colateral» de un gesto de fraternidad verdadera. También será luminoso para comprender mejor la última encíclica del Papa, Fratelli tutti, un texto que va penetrando con el tiempo en la vida del pueblo de Dios, dejando sin grandes aspavientos la señal de una conciencia nueva. El autor de esa nota es san Pablo, pero quien narra esta historia con la pasión propia de un hombre de 2021 es Adrien Candiard, monje dominico de origen francés. A sus 39 años, lleva sobre sus espaldas una carrera juvenil dedicada a la política de primer nivel, que lo puso en contacto con la élite política y financiera que gobierna el mundo. Ahora Candiard vive en El Cairo, donde forma parte del Instituto Dominico de Estudios Orientales. «Me pidieron que viniera aquí y acepté», aclara. Se dedica al islam y ha escrito varios ensayos de espiritualidad. Uno de ellos, titulado En el umbral de la conciencia, aborda precisamente el tema de la “libertad del cristiano según Pablo”. Candiard conjuga la precisión lógica y lingüística típica de los dominicos con imágenes icásticas y en cierto modo periodísticas. Hemos querido profundizar con él en los temas que plantea la última encíclica, tratando de descubrir su origen y al mismo tiempo identificar la tarea que indica a la Iglesia en un momento especialmente trágico de la historia de la humanidad. Empezando por Francisco, el santo que ha inspirado al Papa, concretamente por su nombre.
La inspiración de la Fratelli tutti nace de un episodio histórico de la vida de san Francisco de Asís, su visita al Sultán. Es la época de las cruzadas, pero aun así el santo realiza ese gesto. Escribe el Papa en la encíclica: «Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas». Me llama mucho la atención este comienzo de la encíclica, unido al recuerdo del encuentro entre el papa Francisco y el gran imán Ahmad Al Tayyeb en Abu Dabi. En su opinión, ¿qué significa este comienzo?
A veces puede parecer que el diálogo es una actividad a la que hay que dedicarse en tiempos de paz. Hay quien piensa que en tiempos de violencia, de hostilidad por todas partes, el diálogo no sirve, que ni siquiera es oportuno. Hay quien pone en duda la necesidad, afirmada por el Magisterio, del diálogo interreligioso, sobre todo entre musulmanes y cristianos. Afirmando que en los años cincuenta y sesenta, en una época de optimismo, se pensaba que con los musulmanes se podía dialogar, pero ahora, con el terrorismo, con la amenaza del islam radical, eso sería imposible, así que nada de diálogo. ¿Pero qué nos dice el Papa? En tiempos de guerra, de cruzadas, ¿qué hizo san Francisco? No dijo: “vamos a esperar a que pase esta época tan complicada”. Precisamente cuando los tiempos son difíciles, el diálogo es más necesario. El recuerdo de esta aventura, un poco loca, de Francisco de Asís es la memoria de una acción profética. Justo ahora necesitamos dialogar.
El “sueño de fraternidad y de amistad social” que esta encíclica propone al mundo tiene un origen totalmente gratuito, dando así un vuelco a la cultura dominante. De hecho, el mundo actual parece dominado por una actitud de indiferencia, descarte, violencia, explotación, una serie de cosas que la encíclica describe muy bien. No solo me refiero al Covid, también a la revuelta de Washington para revertir el voto o la oleada de haters y mentiras en las redes sociales… Si hubiera un título para la situación del planeta sería justo lo contrario, un Nemici tutti (Enemigos todos, ndt.)…
Intentemos ir al fondo de esta profecía franciscana. Podemos vivir nuestra fe con un espíritu competitivo, que además es el que domina el mundo actual. No necesariamente enemigos, pero sí rivales. Siguiendo con esa imagen, yo diría más bien “Rivales todos”. Si pensamos en la fe cristiana como en una ideología, entramos en una competición, de acuerdo con el clima mundano, y nuestro problema es vencer. Como si estuviéramos en un mercado de competencias religiosas. Entonces tenemos que vencer, ganar la competición, evangelizar para vencer, para prevalecer. En cambio, nuestro problema es que la verdadera evangelización es justo lo contrario. Lo contrario de poner las manos sobre alguien, lo contrario de ganar una carrera entre varios equipos. Evangelizar es decir al otro: “tú eres amado por Dios, en el Señor Jesús”. Punto final. La misión de la Iglesia consiste en ser hermanos de la gente, en anunciar el amor de Dios.
La Iglesia debe sustraerse de una carrera identitaria, ideológica…
Sí, esa es la cuestión.
Las luminosas páginas de Fratelli tutti sobre la política ponen en evidencia ese concepto. Recientemente, en el libro El cielo en la tierra (LEV), el Papa, después de recordar el error siempre presente de Pelagio, insiste muy claramente en este aspecto y dice: «El cristianismo no transformó el mundo antiguo con tácticas mundanas o voluntarismos éticos sino solo con el poder del Espíritu de Jesús Resucitado. Todo el río de pequeñas o grandes obras de caridad, una corriente de solidaridad que ha estado fluyendo a través de la historia durante dos mil años, tiene esta fuente única. La caridad nace de la emoción, el asombro y la gracia. Desde el principio, históricamente, la caridad de los cristianos se convirtió en atención a las necesidades de las personas más frágiles, las viudas, los pobres, los esclavos, los enfermos, los marginados... Compasión, sufrimiento con los que sufren, compartir». No un proyecto ni un propósito más o menos moralista, sino «el misterioso reflejo de la Misericordia».
En el siglo XX, el siglo pasado, vivimos con especial intensidad la contraposición entre momentos de búsqueda de soluciones colectivas y momentos de búsqueda de soluciones individuales. Momentos de esperanza colectiva que se alternaban con momentos de esperanza individual. Probablemente hoy estemos atravesando un periodo más individualista. El Papa ofrece una tercera vía, que es la de la tradición cristiana: la fraternidad. No se trata de buscar soluciones abstractas, sino de practicar el amor al prójimo. No es la búsqueda de un logro individualista ni espiritual. Tampoco confía en grandes esperanzas colectivas. El amor fraterno es fecundo, productivo. Es un amor verdadero, a la persona concreta, lo que verdaderamente cambia el mundo. Un amor profundo. No se trata solo de cambiar las estructuras sino de evangelizar los corazones. Eso es lo que puede cambiar el mundo. Y eso es lo que dice el Papa de la política, algo tan viejo como el cristianismo.
Usted también ha hecho política antes de entrar en la orden dominica y ahora vive en El Cairo. Personalmente, ¿cómo vive la fraternidad?, ¿cómo la recibe?, ¿dónde la ve en acto?
Fraternidad no es lo mismo que amistad. La amistad es fruto de una elección. En cambio, la fraternidad nos viene dada, nos constituye. Yo la experimento sobre todo con mis hermanos dominicos aquí, en El Cairo, donde me han pedido que esté. Es como una familia. Nadie pide tener hermanos o hermanas. Nos los encontramos y los queremos, si no la vida sería imposible. La fraternidad es un hecho, un dato objetivo. Se ve perfectamente en una familia, en una comunidad religiosa. Cuando el Papa habla de san Francisco, nos recuerda que esa objetividad afecta a todos los seres humanos, especialmente a los que tienen dificultades. En cierto sentido, la fraternidad es una obligación, es un hecho universal. Pero no abstracto. Es la tarea de amar a personas concretas. La experiencia humana nos muestra que la fraternidad es algo difícil.
El profesor Francesco Botturi decía en L’Osservatore Romano a propósito de esta encíclica: «La gran propuesta del papa Francisco necesita hechos fundados que la encarnen y la Iglesia y sus comunidades no pueden no implicarse, aprovechando esta “gran ocasión histórica para expresar” su vocación fraterna». «Hechos fundados», ¿qué le parece?
Depende de lo que se entienda con esa expresión. La fraternidad no está hecha de momentos que guardamos en fotos, de imágenes que enseñar. Cuando el Papa se encuentra en Abu Dabi con el Gran Imán, realiza un gesto profético. Pero la hermandad no afecta solo a los líderes, a las instituciones, a los grandes gestos, sino a las personas concretas en su vida cotidiana. Se trata de miles de relaciones interpersonales.
Esos son los «hechos fundados»...
La mejor encarnación de la encíclica no se hará con grandes eventos, sino con pequeños gestos entre personas. A nosotros nos toca encarnarla día a día con nuestros prójimos, y no esperar a que lo decidan las instituciones.
¿Qué es la fraternidad vivida? El Papa pone el ejemplo de san Pablo, que a usted le gusta especialmente y al que ha dedicado un libro precioso donde, entre otras cosas, explica que la sobreabundancia de la Gracia en Pablo le lleva a ir más allá de la esclavitud. Entonces, todo sucede por la iniciativa totalmente gratuita de Cristo.
El ejemplo de la carta de san Pablo a Filemón es muy interesante precisamente en relación con la fraternidad. Pablo escribe a un amigo suyo que tenía esclavos. Algo que para nosotros ya suena escandaloso. Uno de esos esclavos, que se llamaba Onésimo, huyó y fue bautizado precisamente por Pablo. Entonces Pablo envía una carta a Filemón, pero no le dice: “¡Debes abolir la esclavitud!”. De primeras, nos podría parecer decepcionante, podríamos pensar: «Tenía que habérselo dicho, un cristiano no puede tener esclavos». Sin embargo, Pablo le dice otra cosa. No pretende cambiar el mundo mediante nuevas estructuras, y por eso se dirige así a Filemón: “Tenías un esclavo, yo te envío un hermano. Lo que hagas ahora depende de ti”». Le invita a la fraternidad. Quiere cambiar su corazón, le remite a su propia responsabilidad. San Pablo no organizó un movimiento contra la esclavitud. Pero con esa notita que envió a su amigo Filemón difundió entre los cristianos una postura humana opuesta a la esclavitud y que, con el tiempo, llevó a su abolición. Ahí tiene un ejemplo de fraternidad.
Esta es la lógica que vence al moralismo, es decir, gracias a ella la fraternidad no es un intento moralista del hombre que solo llevaría al escepticismo.
Sí, porque el moralismo siempre se acaba preguntando qué está permitido y qué está prohibido. Busca el límite. La fraternidad es justo lo contrario. Con un hermano nunca se llega al límite. No podemos decir: ya he cumplido con mi deber. Es una relación siempre abierta. La cuenta siempre está pendiente.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón