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Huellas N.02, Febrero 2021

PRIMER PLANO

Tierra Santa. «Nuestras cicatrices»

Alessandra Buzzetti

Yisca Harani, judía, da clase de Historia del cristianismo y lo apuesta todo por la educación en el diálogo. Poca teoría y mucho compartir. «Para que las heridas no determinen nuestra vida»

Las teselas de oro de los mosaicos parecen chispas cuando, por la mañana, los rayos de sol irrumpen en la basílica de la Natividad de Belén. Un espectáculo extraordinario al que, desde hace ya un año, no asiste casi nadie. Los exiguos visitantes se encuentran solos en el centro de la escena. Imposible no observarlos. Más aún si al levantar la nariz vislumbras un perfil conocido, el de una profesora judía.
Yisca sabe muy bien que, por razones de seguridad, los ciudadanos israelíes tendrían prohibida la entrada en los Territorios Palestinos, pero esta mujer de mirada dulce y firme a la vez se mueve aquí como en su casa. Va con una compañera, profesora en la Universidad judía de Jerusalén, porque deseaba visitar la basílica recién restaurada, donde no entraba desde los tiempos de la segunda Intifada. «Tengo muchos amigos en Belén y habría podido venir con ellos», dice Yisca, «pero quería que me acompañara una guía local, llevan un año sin trabajar. Mi marido también ha perdido su empleo en Israel, pero a nosotros no nos falta nada». Yisca fotografía cada detalle de la basílica, gruta de la Natividad incluida, para que puedan disfrutarlo después sus alumnos, todos judíos, de Historia del cristianismo.
«Me he dado cuenta de que la pandemia, que me obliga a dar clase por Zoom, puede ser una oportunidad para que entren en ciertos lugares personas que de otra manera nunca lo habrían hecho. Me refiero, por ejemplo, a los judíos más observantes. Por eso, después de mis clases sobre la Navidad cristiana, que impartía los domingos de Adviento, se me ocurrió la idea de traducir y comentar en hebreo, en directo, la misa del gallo, presidida en Belén por el Patriarca de los latinos, Pierbattista Pizzaballa». La siguieron más de mil personas, en plena noche. Algo tan inesperado como los numerosos mensajes de agradecimiento que recibió los días siguientes.

«Intenté transmitir el corazón de la celebración», cuenta, «porque asistir a una misa no es como ir al teatro. Se trata de un diálogo profundo con Dios. Algunos lo captaron. Para los judíos, escuchar al profeta Isaías es algo familiar, como ciertos pasajes de la homilía de valor universal, pero intenté tocar el corazón de la historia cristiana traduciendo el Evangelio de Lucas. Los pastores eran gente situada al margen de la sociedad y, de repente, se encuentran siendo mensajeros de algo tan importante. Ha sido una experiencia preciosa y volveré a proponerla el año que viene».
Podemos apostar a que Yisca Harani mantendrá su promesa, porque para ella la educación en el diálogo, en el respeto y en el conocimiento mutuo es una auténtica misión que respiró en su casa desde pequeña. Lo aprendió de su padre, el profesor Zwi Werblowsky, fundador del Departamento de Religión comparada de la Hebrew University de Jerusalén, pluripremiado protagonista del diálogo interreligioso, no solo en Tierra Santa. «Crecí en una familia de judíos observantes donde todos eran bienvenidos. Vivir intensamente nuestra fe y nuestra identidad siempre iba unido al deseo de conocer y encontrarse con todos los hombres. Decidí estudiar Historia de las religiones, igual que mi padre, y especializarme en la cristiana. Me parecía la más intrigante. Claro que no imaginaba que tendría que trabajar en un campo de minas. Somos un país herido, con muchas cicatrices, hay que proceder con delicadeza, pero al mismo tiempo hay que plantearse una pregunta fundamental: ¿qué queremos hacer con estas cicatrices? ¿Vamos a permitir que determinen toda nuestra vida?».

Una pregunta nada retórica para Yisca, que ha experimentado muchas veces la hostilidad y la incomprensión hacia sus iniciativas con amigos cristianos y musulmanes. Poca teoría y mucho compartir. Como cuando tuvo que remangarse, con la ayuda voluntaria de sus alumnos, para limpiar y ordenarlo todo después de varios ataques vandálicos en los cementerios de los tres credos en el Monte Sión, uno de los lugares santos disputados en Jerusalén. «La orquesta de las tres religiones siempre debe tener aquí tres instrumentos. Si solo tocas el violín, tu música está destinada a morir».
Esa actividad, por ejemplo, la promovió con sus amigos del Jerusalem Intercultural Center, de la que también forma parte el Patriarca. «Elegí a Pizzaballa como profesor personal de cristianismo hace varios años», bromea Yisca, aunque no demasiado. Con el actual Patriarca comparte el camino del “artesanado de la paz”, por usar una expresión muy querida para el papa Francisco, llena de gestos concretos de convivencia y ayuda mutua para contener la radicalización.

«En los últimos años se respira una gran cerrazón», suspira Yisca, «pero mi experiencia me dice que cuanto más clara sea la identidad, más verdadero será el diálogo. Quizás tenga ya más amigos cristianos que judíos, daría la vida por muchos de ellos, pero no deseo que se conviertan al judaísmo. Una amiga monja no entendía por qué ayudaba a tantos cristianos si no quería abrazar la fe católica. Yo tengo claro que uno ayuda a quien lo necesita, sea quien sea, igual que tengo claro que yo seré judía hasta la muerte. Será la compasión que aprendí de mi padre. Significa, ante todo, ver al otro como un ser humano. Mi hijo pequeño está haciendo el servicio militar y comparte mi visión de la realidad. Muchas veces pienso que cuando le manden disparar a otro hombre, tendrá que decidir. Lo que me asusta ahora de mi país es que no se nos considere con la misma dignidad. Este debe ser el primer paso para hablar de perdón. Es una palabra que a veces dudo si debo usar. No puedo olvidar que mi padre, cuando se discutía sobre si los judíos podrían llegar a perdonar a los nazis por la Shoah, decía: “No tenemos derecho a perdonar en nombre de quien ha sufrido, pero tenemos una tarea en la construcción del futuro”».
Yisca vive actualmente en Tel Aviv, la casa paterna de Jerusalén está alquilada. Excepto una habitación, donde su padre rezaba. Iba poco a la sinagoga y abría las puertas de su casa para las fiestas judías. «Muchas veces nos encontrábamos en esa habitación para rezar y celebrar juntos, con familiares y amigos», cuenta ella. «Para la última fiesta de Purim, invité a las monjas olivetanas de Abu Gosh, a unos diez kilómetros de Jerusalén. Conocen el judaísmo, pero nunca habían participado en una fiesta judía. Bebimos y bailamos juntos. Fue muy bonito, una experiencia inolvidable no solo para las monjas sino también para mis nietos. Mis hermanos y yo estamos acostumbrados a celebrar así las fiestas, pero los pequeños no. Tenemos que educarlos y es un desafío. La razón por la que sigo comprometida en el diálogo es porque de pequeña viví en el Paraíso, pero cuando me vi catapultada a la realidad comprendí que hay que luchar todas las mañanas para reconquistarlo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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