Un grupo de amigos, casi todos médicos. El camino del movimiento es un vínculo que les ayuda a vivir el día a día en la planta. Y las mayores pruebas
«No nos salvamos solos». El Papa lo ha repetido muchas veces este último año. Y no es el único. ¿Quién no ha experimentado en su propia piel que cualquier otro camino es más fatigoso, cuando no un callejón sin salida? «Es demasiado deseable no estar solos cuando la fragilidad y la fatiga están a la orden del día». Francesco es cirujano en un hospital milanés. Junto a su mujer, Giulia, desde hace meses, desde que empezó la pandemia, quedan periódicamente por Zoom con un grupo de amigos, la mayoría médicos, que desde que se graduaron comparten el camino de la Fraternidad de CL. Ahora se acompañan ante algo que no deja de abrumarles en su trabajo diario. Así se lo cuenta Francesco, por ejemplo, a sus amigos por internet: «Con vosotros no se trata de darse palmaditas en la espalda ante las dificultades que vivimos. Nos damos esperanza mutuamente».
Escribe el Papa en la Fratelli tutti: «La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad». Estos amigos lo demuestran “en carne y hueso” un domingo por la noche, conectados con sus móviles y ordenadores. Los que se pueden conectar, los que no tienen turno de trabajo o no tienen que acostar a los niños. Alguno sostiene a su pequeño en brazos porque no quiere irse a dormir. «Antes nos veíamos periódicamente de manera presencial y pasábamos las vacaciones juntos». Pero este año tan distinto, para ellos ha sido un descubrimiento.
«En la época más complicada de la pandemia me tuve que encargar de los enfermos de Covid, se suspendió todo el trabajo ordinario», continúa Francesco. «Tú estás ahí, revisando los parámetros o charlando con los pacientes, con tu profesionalidad tan reducida como si fueras un estudiante o un principiante». La palmada en la espalda no basta. «Hace falta algo que te permita vivir». “Jesús” no puede ser una palabra que uno pega encima de toda esta fatiga. «Necesitas volver a verlo». El Señor no ahorra en signos. Uno de sus amigos y colegas, Luca, vive en América. «Hace unos meses empezó a sentirse mal. Pensaba que era el virus, pero era leucemia. Ahora hablamos mucho, quedamos para rezar el Rosario por él. Es un regalo ver cómo está viviendo esta circunstancia, que se ha convertido en una ocasión para él y para todos». Para Francesco, mirar a Luca y todo lo que sucede a su alrededor es ver la santidad, «tal como la describía Claudel, que “no es hacerse lapidar en tierra de paganos o besar a un leproso en la boca, sino hacer la voluntad de Dios, con prontitud, ya sea que se trate de permanecer en nuestro lugar o de elevarse más alto”. Es dar la vida ahora, en este instante que pide tu “sí”. Así es como Luca acompaña nuestras jornadas de trabajo. Esta relación entre nosotros también me ayuda a estar en el hospital».
No es diferente para Giorgio, anestesista. En la primera ola se quedó al “margen”, en una planta libre de Covid. Luego se ofreció para el hospital que construyeron en el recinto ferial de Milán, «que ni siquiera tiene capilla». Todos los pacientes eran iguales, desde el punto de vista clínico, corres «el riesgo –antes también lo había pero con Covid es peor– de dejarte llevar por la rutina de cifras y parámetros. ¿Y yo qué novedad aporto?». Una pregunta que le roe por dentro desde hace tiempo y que no deja de compartir con sus amigos. «Es una herida que mantiene abierto el deseo de volver a ver a Jesús allí donde estoy». Incluso cuando piensa que es mejor recomendarle a un amigo que no ingrese porque así, al menos, podrá morir en casa. «Los primeros días en el recinto ferial, una colega del movimiento me mandó un mensaje diciendo: “Qué bueno que tú también estés aquí”. Fue como si dijera: “No estás solo”. Poco a poco se han ido generando relaciones nuevas, inesperadas, porque hay otros con el mismo deseo que tú».
Una relación que te cambia, que te introduce en la realidad de un modo que sorprende a los que están alrededor. Giovanni, desde su cocina, con su hijita en brazos, explica que desde hace meses su trabajo de podólogo ha quedado reducido casi a cero. «Un par de días a la semana hacía trabajo ambulatorio en un centro de discapacidad». Pero en las plantas Covid no se puede entrar. Y en las demás tampoco, para proteger a los ingresados. «Así que me ofrecí para cualquier necesidad, hasta para echar una mano a los enfermeros o en el laboratorio. Ahora me han pedido ayuda en administración. Y están sorprendidos. Podía estar sin hacer nada y cobrando mi sueldo. ¿Por qué no esconderse como hacen muchos?».
«Porque quieres estar», responde Giulia, la mujer de Francesco. Pero solo es posible si hay una relación que te genera. Sobre todo en el trabajo, cuando normalmente parece que estás «echando agua en un colador», añade. Ella es neuropsiquiatra infantil. «Mi contexto es diferente, pero no es distinto el “sí” que se me pide. Y yo puedo decir el mío porque vosotros decís el vuestro: el “sí” de Luca, el de quien ha perdido a su suegro por Covid… Es un afecto lo que sostiene mi “sí”», dice a sus amigos conectados. De otro modo no habría esperanza. «La unidad que experimento aquí me mueve hacia los demás. Me he visto tratando a mis compañeros con más verdad, dando el primer paso, buscando destellos de belleza, intentando mantener unidos a los que trabajan conmigo». Entonces, aunque te sientas como «un principiante, la cuestión no es tapar agujeros, sino estar. Solo así todo puede convertirse en ocasión de esperanza».
Laura, que trabaja con pacientes infectados, agradece el camino del movimiento y el que hace con estos amigos. «Con la segunda ola, ya no éramos los “héroes” de marzo. La solidaridad no falta, pero las quejas tampoco. Ni las primeras cartas de los abogados. O todo se me da para crecer –el drama que veo en mis pacientes con sus pretensiones, la profesionalidad puesta en cuestión por vías legales, las quejas de mis compañeros– o es imposible estar delante de todo esto». La alternativa es desconectar cuando te quitas la bata. «Pero es sofocante. Yo deseo que todo esté unido. En el hospital, en casa, y aquí, ahora, con vosotros». Alessandra, psiquiatra, también se ha visto obligada estos meses a dividirse entre el trabajo y el cuidado de sus hijos, una de ellas con síndrome de Down. «No me basta con tenerlo todo “apañado”. No. He llegado a pensar que Jesús no debía librarnos de la pandemia sino permitirnos vivir el presente. Lo que al principio podía parecer un matadero, cuando partes de este deseo cambia por completo. Yo he cambiado. Y he podido disfrutar. Ha sido un espectáculo descubrir que ciertas maneras de trabajar que las maestras le proponían a mi hija podía utilizarlas yo en mi trabajo».
Irene, radióloga, se enfrenta todos los días al lastre de un diagnóstico que siempre es el mismo: «Neumonía intersticial. Pero eso es lo que se me pide vivir. Ahí entra en juego si yo “estoy dispuesta”». Pero Elia tal vez no estaba dispuesto. «Soy fisioterapeuta. Me contagié de Covid enseguida, en marzo, en el hospital». Y lo llevó a casa, se lo contagió a todos. «Mi bebé de mes y medio y yo estuvimos ingresados. Mi mujer y los otros dos niños, aislados. Mi pronóstico era serio, aunque no grave. Me sentía culpable y no podía hacer nada. Nada por mí, nada por ellos». En esos momentos eres pura necesidad. «La noche del ingreso, lo primero que pensé fue en bautizar al pequeño. En ciertas situaciones, es fácil reconocer a Jesús en cada pequeño detalle: en quien consiguió un ordenador para mi mujer, en Francesco que vino a traerme la Comunión, en mi compañero de habitación, en un plato espectacular de pasta con pescado… A cada bocado pensaba en Jesús, que se me da por entero en todo eso, y en más».
«No se trata de consolarnos mutuamente», concluye Enrico. «O en esta amistad predomina su Presencia, incluso en la limitada humanidad de cada uno de nosotros, o es demasiado poco». Por eso puedes poner aquí delante, aunque sea por Zoom, todo lo que te pasa. Matteo, cirujano, acabó en el grupo porque estaba su mujer, Maddalena, que es ginecóloga. «De todas formas, quiero deciros que estoy muy agradecido», les dijo. «Sobre todo porque estáis. No se puede dar por descontado. Como nada de lo que tengo en la vida». Él estuvo en primera línea en Bérgamo, en marzo y abril. «Fue un infierno. Aquella terrible situación sacó a flote el corazón de todos, la necesidad de vivir humanamente las noches en la planta, cuando lo único que hacías era constatar una muerte tras otra. Y rezar cada vez un responso». Un destello. «Empecé a proponérselo a las enfermeras, que también estaban devastadas: “Venid, rezamos juntos”». Para ellas también era una ocasión. «Es cierto, hay miedo, y a veces quejas. Yo el primero. Pero os miro y veo una diferencia. No tenéis el problema de “evitar el problema”, sino de vivir. Os necesito. Por eso estoy aquí».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón