Cada mañana, desde hace diez años, Alfonso Calavia lleva a cabo una reseña de la prensa española. Un “encuentro” continuo con las preguntas, el sufrimiento y el deseo del otro
«El año que se marcha no regaló belleza al mundo. A la luz ya no le urge venir a vernos. La buscamos en todas partes. Esperemos que el año que viene caiga belleza del cielo para todos los hombres y mujeres de este planeta». Esto escribía Manuel Vilas el 29 de diciembre en El País, diario de línea progresista en España. «Quién sabe lo que él entiende por “luz”… ¡y qué gran deseo de que se abra el cielo!», piensa Alfonso mientras lee el periódico. Efectivamente, el 9 de enero algo cayó del cielo, cubriendo Madrid con un metro de nieve. Un hecho rarísimo. La ciudad bloqueada. A los hospitales, llenos por el Covid, se sumaron las fracturas de huesos por los resbalones en el hielo. Pero el eco de la maravilla ante ese paisaje blanco da la vuelta al mundo. «Permite asistir a un espectáculo muy puro. A la nieve la miramos casi siempre desde el niño, con la sospecha de que es una mañana que se ha descolgado del cielo. Incluso cuando se convierte en un problema desprende algo de razonable, de belleza intacta» (El Mundo), firmado por Antonio Lucas, uno de los columnistas más destacados de la prensa española.
Alfonso Calavia, 33 años, da clase de Literatura en un colegio de Madrid, pero todas las mañanas, al alba, lee una docena de diarios españoles. Como un buscador, rastrea las huellas de una humanidad original, sincera. «Busco en la prensa española un pequeño destello de humanidad, incluso cuando se habla de la nieve. ¡Y normalmente lo encuentro! Abundan preguntas que aún no han encontrado respuesta. Pero yo, que me he encontrado con esa respuesta, busco igual que ellos. Me interesa ese destello, porque es como si el Señor estuviera empujando desde dentro diciendo: “Aquí, en esta necesidad tuya, estoy Yo”». Y añade: «A veces me sorprende que la misma persona pueda escribir cosas tan sorprendentes y verdaderas y al día siguiente emitir juicios, políticos o culturales, que no comparto en absoluto, incluso contra la Iglesia. Pero si yo no me hubiera encontrado con el hecho cristiano, estaría en la misma posición. A veces todavía lo estoy».
Hace diez años, Alfonso empezó a hacer una reseña de prensa, a partir de ciertos temas, como un servicio para el movimiento en España. Con el tiempo, se dio cuenta de que cada vez era más frecuente encontrar en los artículos, sobre todo los escritos por personas ateas, agnósticas, el rastro de la necesidad de un sentido. Hace tiempo era raro encontrar artículos así. «Ahora no hay un día que no encuentre alguno que quiera compartir contigo (lector) su sufrimiento, su preocupación, su pregunta. Tal vez porque ahora la gente está más herida por la vida, por un mundo que intenta distraernos».
En Navidad llegó Soul, una película de Disney-Pixar. «Un montón de polémicas sobre el alma: qué es y adónde va. Pero mira lo que me encuentro: “La premisa que planea sobre la historia es la misma que debería situarse en el centro de nuestra existencia: ¿para qué me levanto cada mañana?”. Lo escribe Sol Aguirre el 8 de enero en El Español, alguien con quien normalmente no estoy de acuerdo en casi nada, pero que lanza una pregunta que nos interesa a todos».
En España no hay muchos periodistas que puedan permitirse el lujo de escribir sobre lo que quieran. «El 13 de noviembre me encuentro con estas palabras de Juan José Millás: “Qué fue de las fotografías de los abuelos, qué del triciclo, qué de la ortografía y la sintaxis, qué de las risotadas del alcohol. Qué me pasa esta tarde, qué cosa soy, de dónde”. Una columna llena de preguntas en medio de El País». Otro es Gustavo Martín Garzo: «“Un hombre joven nos cuenta que vive con un animal extraño, que no acierta a definir. Herencia del padre, algo le hace hablar de él como si fuera un hecho divino. Se lo enseña a cuantos vienen a visitarle, especialmente a los niños del vecindario. Y enseguida pasa a contarnos una de sus costumbres más extrañas. Saltar sobre su regazo y poner el hocico en su oído, como si tratara de decirle algo. Para ser complaciente asiente con la cabeza. Se habla de un animal que tenemos y con el que no sabemos qué hacer. Un animal que nos causa tanto desconsuelo como felicidad, y que nos pide cosas que, aunque no estemos capacitados para cumplir, se empeña en que hagamos. ¿Por qué no puedo evitar hacerle caso? Por qué todas las personas que me han amado me preguntan por él y quieren que se lo enseñe. ¿No recuerdas cómo me volví para preguntarte si acaso esa criatura absurda era el corazón humano?”. Es del 25 de octubre de 2020, en el mismo periódico. El mismo autor: “Esta época es complicada y dolorosa. En lo esencial tampoco es diferente a otras. El ser humano siempre ha tenido esa especie de anhelo insatisfecho. Lo que decía Cernuda: ‘Una pregunta cuya respuesta nadie sabe’. Esa pregunta es el deseo”».
Con la llegada del Covid, los artículos llenos de preguntas se multiplican. Gracias al trabajo de Alfonso, en textos como El despertar de lo humano o Un brillo en los ojos (ambos escritos por Julián Carrón) encontramos distintas citas de la prensa española; estas nos muestran un corazón humano que la pandemia ha puesto al descubierto con más potencia que en otros momentos, del mismo modo que ha puesto al descubierto la ilusión de tenerlo todo bajo control, mostrando la vulnerabilidad humana que nuestro orgullo tecnológico había hecho caer en el olvido. «Cuando leí a final de año: “Que acabe esta mierda de 2020”, dice Alfonso, «lo que leía era un grito inmenso: ¿alguien puede decirme cómo se puede vivir en este desastre? Es un grito que me conmueve».
A sus alumnos –en clase o en la pantalla debido a los periodos de clases online– les suele leer algunos de los fragmentos que encuentra. «¿Y sabes qué notan los chavales? Que los temas son los mismos en los poemas medievales, en un autor del siglo XVII o en un escritor de la Guerra Civil. Porque el deseo y las preguntas del hombre no cambian. Y son las mismas que las suyas, jóvenes del siglo XXI». En muchísimos casos, Alfonso intenta ponerse en contacto con los autores de estos artículos. No todos responden, pero con alguno ha surgido una auténtica relación. «Por ejemplo, con Jesús Montiel. Leí Sucederá la flor porque me lo regaló una amiga, lo devoré en una noche, pocas semanas después me subí al coche con otros amigos y nos hicimos más de cuatrocientos kilómetros hasta Granada, donde vive, para comer con él y con su mujer». Es como si resonaran las palabras del Papa en la Fratelli tutti: «Un camino de fraternidad solo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales». ¿Y cuando ese encuentro real no sucede? «Cuando un periodista o un intelectual habla de sí mismo ya se está encontrando conmigo. Lo único es que no lo sabe».
Uno de los últimos “descubrimientos” de Alfonso es la periodista y escritora catalana Joana Bonet. «Le seguía la pista en las páginas de La Vanguardia y me emocionaba por todas las preguntas que expresaba. Le escribí, nos vimos con otros amigos y era como si nos conociéramos de toda la vida». No le resultaba fácil hablar de sí misma en sus columnas (¡aunque lo hacía!), sobre todo cuando los expertos de marketing le aconsejaban evitar temas personales y una cierta profundidad para conseguir más visibilidad en las redes sociales y en la web. Pero Bonet le dijo a Alfonso: «Tú has captado el punto central de mis artículos». En octubre ella presentó la traducción al catalán de El despertar de lo humano con Carrón.
Alfonso afirma que recibe del cielo tres dones “absolutos y diarios”, es decir, cotidianos: su mujer, que es médico y «tiene el corazón grande como una catedral»; sus alumnos, porque «están vivos delante de las cosas verdaderas, no como nos los pintan muchos expertos: impermeables a la belleza y con el cerebro frito por los videojuegos»; y estos periodistas, gracias a ellos, «todos los días, al levantarme, me pregunto: ¿dónde Te sorprenderé hoy entre las experiencias que cuentan delante de toda la sociedad española?».
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