Once de la noche del día 20 de agosto de 1968. Tropas del Pacto de Varsovia con abundante material blindado cruzan la frontera checoeslovaca. En pocas horas, los centros neurálgicos del país son tomados sin apenas resistencia. La emisora eslovaca libre Bánska Bystrica lanza a última hora un dramático llamamiento: «En este momento las tropas soviéticas ocupan nuestro edificio. Hemos intentado dialogar con el comandante para continuar nuestras emisiones. En vano. Queridos amigos, permaneced juiciosos y serenos. La verdad vencerá». Sigue a continuación un canto religioso, bruscamente interrumpido en la segunda estrofa. Es el fin. Pocos días después apenas quedará el recuerdo de una primavera llena de esperanzas.
EL REVISIONISMO
La desestalinización había comenzado timidamente en Checoeslovaquia a partir de 1962, cuando Novotny reunía en su persona las dos máximas instancias de la nación: la Secretaría General del Partido y la Presidencia de la República. Comenzaba así un intento de suavizar la situación que había dominado por espacio de catorce años, desde la proclamación constitucional de 1948 que convertía a Checoeslovaquia en «Democracia Popular». Este había sido un período turbulento, marcado por el miedo, las depuraciones, la axfisia de la vida cultural y la persecución de la Iglesia Católica, mayoritaria en el país.
En ciertos círculos intelectuales integrados en el Partido, que son los que gozan de una mayor aunque exigua libertad, comienza a gestarse un deseo de cambio, que sin cuestionar los fundamentos ideológicos del marxismo, conduzca al llamado «Socialismo de rostro humano» y a la superación de los horrores del período estalinista.
En esta postura se encuadran, por ejemplo, Karel Kosik que publica en 1963 «Dialéctica de lo concreto», y el economista Ota Sik, que promueve un programa típico de reformas, fundadas en una mayor influencia del mercado sobre la producción, mayor autonomía de las empresas, planificación descentralizada, y análisis de la burocracia política como causa de la ineficacia económica socialista.
Según el gran historiador del marxismo Leszeck Kolakowky, «la mayoría de los revisionistas pensaban que el sistema estalinista había cometido pocos errores desde el punto de vista de sus funciones sociales, y era un sistema político bastantes coherente en sí; las raices del mal debían buscarse no en los defectos o errores personales de Stalin sino en la naturaleza del poder comunista. Sin embargo, creyeron durante un tiempo que el estalinismo era curable en el sentido de que podía ser «democratizado» sin cuestionar sus fundamentos».
El debate de estas tesis se habría paso en círculos cada vez más amplios, pero al margen de la maquinaria hermética y oxidada del Estado. Así, el Congreso de Escritores de 1967 supondrá el inicio de un verdadero movimiento que no se habría de contentar con especulaciones teóricas, sino que pasaría rápidamente al plano de la acción política.
El drama de los revisionistas consistía en que por un lado, pretendían actuar dentro del marxismo y utilizar su lenguaje, más por otro, su trabajo llevaba indefectiblemente a una dislocación de la doctrina comunista.
Es ilustrativo a este respecto el interesante debate sobre la pluralidad de expresiones en el juego político, es decir sobre la concurrencia de partidos diversos en la vida pública. Rarísimamente los revisionistas llegaron a plantear esta última posibilidad con nitidez, si bien se propusieron soluciones parciales como la autorización de corrientes diversas y organizadas dentro del Partido. Sin embargo, con el paso del tiempo vieron cada vez más claramente que su posición era insostenible: si el Partido único era una condición necesaria para el comunismo, entonces el comunismo era irreformable.
LA AVENTURA DE DUBCEK
En enero de 1968, la situación de divorcio entre la maquinaria del Estado, y los revisionistas del Partido y los sectores sociales en general, se hace insostenible.
Novotny, acusado de estanilista, es sustituido por Alexander Dubcek en la Secretaría del Partido, y por Svoboda en la Presidencia de la República. Es el comienzo de una breve pero intensa aventura de transformación, cuyas consecuencias, si se hubiese desarrollado, no podremos jamás evaluar correctamente.
El impulso de los intelectuales y los políticos, converge en estos primeros meses con las energías hasta entonces silenciadas de los sectores populares: los trabajadores, los estudiantes y la propia Iglesia. Se vive un ambiente de euforia colectiva, de recuperación nacional. No se demoran los fundados recelos de Moscú, y la reacción soterrada de la fracción más prosoviética del Partido.
Sin embargo, los acontecimientos se suceden con velocidad vertiginosa, sorprendiendo a propios y extraños. En abril se forma un gobierno presidido por Cernik, en el que entra Ota Sik. El once del mismo mes, se aprueba el «Programa de Acción» del Partido Comunista.
El «Programa de Acción», rehabilita las víctimas del estalinismo, abole parcialmente la censura, proclama la autonomía de la vida cultural y artística, planea una reforma económica que conduzca a estructuras autogestionarias en las empresas, propone la federalización política y garantías legales para las libertades ciudadanas. En definitiva, se esboza una vía democrática para el socialismo checoeslovaco. Los debates de antaño, se plasman por primera vez en toda la órbita comunista, en un programa político.
Si muchos habían sido los que en años precedentes prepararon el terreno para el surgimiento de esta «Primavera» el movimiento en marcha tiene una cebza, un nombre repetido de boca en boca: Alexander Dubcek.
Había nacido en Eslovaquia en 1921 y participado en la guerrilla contra los alemanes. Al terminar la guerra, estudió Derecho y desarrolló una intensa actividad política hasta alcanzar en 1963 la Secretaría del Partido en Eslovaquia. Cinco años más tarde, ha desplazado a Novotny en el mismo puesto del Partido Checoslovaco, la máxima instancia decisoria de la Nación, y se ha convertido en el enemigo más peligroso para la política de la U.R.S.S.
SE DESENCADENA LA CRISIS
La tensión entre Praga y Moscú fuerza la declaración conjunta de Cierna, que contenía vagas expresiones de sinceridad y mutua comprensión. Sin embargo, ese mismo día, el 1 de agosto, se suceden manifestaciones callejeras en Praga contra las injerencias soviéticas. El pueblo se echa a la calle, consciente del peligro que acecha a su ilusión colectiva.
Días después se suceden idas y venidas, reuniones y delcaraciones conjuntas de los miembros del Pacto de Varsovia. Se percibe el dificilísimo equilibrio que tratan de mantener los dirigentes checoslovacos entre la fidelidad a sus aliados, el miedo a una posible invasión, y el deseo firme de mantener el rumbo tomado.
El 17 de agosto visita Praga Ceausescu, que también era considerado revisionista, si bien en su país, Rumanía, el proceso de reformas jamás alcanzó parecido con el desarrollado durante aquellos meses en Checoslovaquia.
Dubcek y Ceausescu suscribieron un comunicado afirmando la necesidad de mantener contactos con todos los países, independientemente de su forma política.
Para entonces, la decisión soviética ya estaba tomada. Era preciso extirpar de raíz aquel cáncer que amenazaba extenderse a otros países donde ya antes, de una u otra forma, se había manifestado deseos de afirmación nacional e independencia.
Súbitamente, ante la sorpresa y el estupor internacionales, los tanques irrumpían camino de Praga la noche del 20 de agosto. Moscú justificaría su intervención en las peticiones de una fracción del Partido, y en la necesidad de dominar una revolución anticomunista preparada por agentes de países capitalistas, infiltrados en el interior del país.
El pueblo adoptó una actitud de resistencia pasiva, con algunos conatos de violencia callejera, algaradas, increpaciones a los soldados invasores, etc. que fueron brutalmente reprimidas. A los pocos días, se dará la cifra oficial de víctimas: ochenta y tres muertos y quinientos heridos.
Bajo la presión de las fuerzas ocupantes se firma un acuerdo por el que se formará un gobierno de unidad (con entrada de elementos prosoviéticos) y se restablecerá la censura de prensa, a cambio de una retirada gradual de las tropas del Pacto de Varsovia. Por último, Dubcek es destituido, pasando a se Hüsak el nuevo Secretario General; sólo el apoyo popular y la tardía presión de la opinión pública internacional, pueden explicar que el castigo no pasase de la destitución y el exilio forzado en la Embajada Checoeslovaca en Turquía.
Más tarde regresará al país, donde será sucesivamente expulsado del Partido y privado de su escaño en la Asamblea General.
Muchas preguntas se agolpan tras este rápido recorrido por la «Primavera de Praga». Sobre todas, ¿en qué habría desembocado el experimento checoeslovaco dirigido por Dubcek?.
Unos piensan que tan sólo en un Comunismo nacional, independiente de Moscú y con leves liberalizaciones en el campo económico-social; algo así como lo sucedido en la Yugoeslavia de Tito.
Otros deducen que las propias contradicciones internas del movimiento lo habrían hecho saltar en pedazos a la larga.
Sin embargo, una vez más citamos a Kolakowsky cuando afirma: «...Parece claro que si hubiera continuado el movimiento de reforma, ... , pronto hubiera llevado a un sistema pluripartidista, destruyendo así la dictadura del Partido, y por tanto, destruyendo al comunismo tal y como éste se entiende a sí mismo».
La ocupación soviética de agosto de 1968 y la posterior represión tuvieron un efecto casi totalmente sofocante para la vida intelectual y cultural checoeslovaca, que hoy todavía perdura en comparación con otros países del área. Del mismo modo, la Iglesia, que había encontrado un breve espacio de libertad, volvió a una existencia casi catacumbaria.
Hoy, diecisiete años después la evocación de aquellos meses no puede reducirse a un mero recuerdo sentimental o a una ocasión para la investigación histórica. Se trata de reconocer el impulso de verdad y de bien que puede animar a los hombres, aún partiendo de las experiencias más diversas; se trata de creer, por encima de toda apariencia, aquellas últimas palabras de la emisora libre eslovaca Banska Bystrica: «La verdad vencerá». También en Checoeslovaquia. Pero, ¿de dónde nacerá la fuerza para seguir creyendo tal cosa?.
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