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Huellas N.3, Mayo 1985

AYER

La primavera frustrada

José Luis Restán Martinez

Once de la noche del día 20 de agosto de 1968. Tropas del Pacto de Varso­via con abundante material blindado cruzan la frontera checoeslovaca. En pocas horas, los centros neurálgicos del país son tomados sin apenas resis­tencia. La emisora eslovaca libre Bánska Bystrica lanza a última hora un dra­mático llamamiento: «En este momento las tropas soviéticas ocupan nuestro edificio. Hemos intentado dialogar con el comandante para continuar nues­tras emisiones. En vano. Queridos amigos, permaneced juiciosos y serenos. La verdad vencerá». Sigue a continuación un canto religioso, bruscamente interrumpido en la segunda estrofa. Es el fin. Pocos días después apenas quedará el recuerdo de una primavera llena de esperanzas.

EL REVISIONISMO
La desestalinización había comenzado timidamente en Checoeslovaquia a partir de 1962, cuando Novotny reunía en su per­sona las dos máximas instancias de la na­ción: la Secretaría General del Partido y la Presidencia de la República. Comenzaba así un intento de suavizar la situación que había dominado por espacio de catorce años, desde la proclamación constitucional de 1948 que convertía a Checoeslovaquia en «Democracia Popular». Este había sido un período turbulento, marcado por el miedo, las depuraciones, la axfisia de la vi­da cultural y la persecución de la Iglesia Católica, mayoritaria en el país.
En ciertos círculos intelectuales integra­dos en el Partido, que son los que gozan de una mayor aunque exigua libertad, co­mienza a gestarse un deseo de cambio, que sin cuestionar los fundamentos ideológicos del marxismo, conduzca al llamado «So­cialismo de rostro humano» y a la supera­ción de los horrores del período estalinista.
En esta postura se encuadran, por ejem­plo, Karel Kosik que publica en 1963 «Dia­léctica de lo concreto», y el economista Ota Sik, que promueve un programa típico de reformas, fundadas en una mayor in­fluencia del mercado sobre la producción, mayor autonomía de las empresas, planifi­cación descentralizada, y análisis de la bu­rocracia política como causa de la inefica­cia económica socialista.
Según el gran historiador del marxismo Leszeck Kolakowky, «la mayoría de los re­visionistas pensaban que el sistema estali­nista había cometido pocos errores desde el punto de vista de sus funciones sociales, y era un sistema político bastantes cohe­rente en sí; las raices del mal debían bus­carse no en los defectos o errores persona­les de Stalin sino en la naturaleza del poder comunista. Sin embargo, creyeron durante un tiempo que el estalinismo era curable en el sentido de que podía ser «democratizado» sin cuestionar sus fundamentos».
El debate de estas tesis se habría paso en círculos cada vez más amplios, pero al margen de la maquinaria hermética y oxi­dada del Estado. Así, el Congreso de Es­critores de 1967 supondrá el inicio de un verdadero movimiento que no se habría de contentar con especulaciones teóricas, sino que pasaría rápidamente al plano de la ac­ción política.
El drama de los revisionistas consistía en que por un lado, pretendían actuar dentro del marxismo y utilizar su lenguaje, más por otro, su trabajo llevaba indefectible­mente a una dislocación de la doctrina co­munista.
Es ilustrativo a este respecto el intere­sante debate sobre la pluralidad de expre­siones en el juego político, es decir sobre la concurrencia de partidos diversos en la vi­da pública. Rarísimamente los revisionistas llegaron a plantear esta última posibilidad con nitidez, si bien se propusieron solucio­nes parciales como la autorización de co­rrientes diversas y organizadas dentro del Partido. Sin embargo, con el paso del tiempo vieron cada vez más claramente que su posición era insostenible: si el Parti­do único era una condición necesaria para el comunismo, entonces el comunismo era irreformable.

LA AVENTURA DE DUBCEK
En enero de 1968, la situación de divor­cio entre la maquinaria del Estado, y los revisionistas del Partido y los sectores so­ciales en general, se hace insostenible.
Novotny, acusado de estanilista, es sus­tituido por Alexander Dubcek en la Secre­taría del Partido, y por Svoboda en la Pre­sidencia de la República. Es el comienzo de una breve pero intensa aventura de transformación, cuyas consecuencias, si se hubiese desarrollado, no podremos jamás evaluar correctamente.
El impulso de los intelectuales y los polí­ticos, converge en estos primeros meses con las energías hasta entonces silenciadas de los sectores populares: los trabajadores, los estudiantes y la propia Iglesia. Se vive un ambiente de euforia colectiva, de recu­peración nacional. No se demoran los fun­dados recelos de Moscú, y la reacción sote­rrada de la fracción más prosoviética del Partido.
Sin embargo, los acontecimientos se su­ceden con velocidad vertiginosa, sorpren­diendo a propios y extraños. En abril se forma un gobierno presidido por Cernik, en el que entra Ota Sik. El once del mismo mes, se aprueba el «Programa de Acción» del Partido Comunista.
El «Programa de Acción», rehabilita las víctimas del estalinismo, abole parcialmen­te la censura, proclama la autonomía de la vida cultural y artística, planea una refor­ma económica que conduzca a estructuras autogestionarias en las empresas, propone la federalización política y garantías legales para las libertades ciudadanas. En definiti­va, se esboza una vía democrática para el socialismo checoeslovaco. Los debates de antaño, se plasman por primera vez en toda la órbita comunista, en un programa político.
Si muchos habían sido los que en años precedentes prepararon el terreno para el surgimiento de esta «Primavera» el movi­miento en marcha tiene una cebza, un nombre repetido de boca en boca: Alexan­der Dubcek.
Había nacido en Eslovaquia en 1921 y participado en la guerrilla contra los ale­manes. Al terminar la guerra, estudió De­recho y desarrolló una intensa actividad política hasta alcanzar en 1963 la Secreta­ría del Partido en Eslovaquia. Cinco años más tarde, ha desplazado a Novotny en el mismo puesto del Partido Checoslovaco, la máxima instancia decisoria de la Na­ción, y se ha convertido en el enemigo más peligroso para la política de la U.R.S.S.

SE DESENCADENA LA CRISIS
La tensión entre Praga y Moscú fuerza la declaración conjunta de Cierna, que contenía vagas expresiones de sinceridad y mutua comprensión. Sin embargo, ese mis­mo día, el 1 de agosto, se suceden manifes­taciones callejeras en Praga contra las inje­rencias soviéticas. El pueblo se echa a la calle, consciente del peligro que acecha a su ilusión colectiva.
Días después se suceden idas y venidas, reuniones y delcaraciones conjuntas de los miembros del Pacto de Varsovia. Se perci­be el dificilísimo equilibrio que tratan de mantener los dirigentes checoslovacos en­tre la fidelidad a sus aliados, el miedo a una posible invasión, y el deseo firme de mantener el rumbo tomado.
El 17 de agosto visita Praga Ceausescu, que también era considerado revisionista, si bien en su país, Rumanía, el proceso de reformas jamás alcanzó parecido con el desarrollado durante aquellos meses en Checoslovaquia.
Dubcek y Ceausescu suscribieron un co­municado afirmando la necesidad de man­tener contactos con todos los países, inde­pendientemente de su forma política.
Para entonces, la decisión soviética ya estaba tomada. Era preciso extirpar de raíz aquel cáncer que amenazaba extenderse a otros países donde ya antes, de una u otra forma, se había manifestado deseos de afirmación nacional e independencia.
Súbitamente, ante la sorpresa y el estu­por internacionales, los tanques irrumpían camino de Praga la noche del 20 de agos­to. Moscú justificaría su intervención en las peticiones de una fracción del Partido, y en la necesidad de dominar una revolu­ción anticomunista preparada por agentes de países capitalistas, infiltrados en el inte­rior del país.
El pueblo adoptó una actitud de resis­tencia pasiva, con algunos conatos de vio­lencia callejera, algaradas, increpaciones a los soldados invasores, etc. que fueron brutalmente reprimidas. A los pocos días, se dará la cifra oficial de víctimas: ochenta y tres muertos y quinientos heridos.
Bajo la presión de las fuerzas ocupantes se firma un acuerdo por el que se formará un gobierno de unidad (con entrada de ele­mentos prosoviéticos) y se restablecerá la censura de prensa, a cambio de una retirada gradual de las tropas del Pacto de Var­sovia. Por último, Dubcek es destituido, pasando a se Hüsak el nuevo Secretario General; sólo el apoyo popular y la tardía presión de la opinión pública internacio­nal, pueden explicar que el castigo no pa­sase de la destitución y el exilio forzado en la Embajada Checoeslovaca en Turquía.
Más tarde regresará al país, donde será su­cesivamente expulsado del Partido y priva­do de su escaño en la Asamblea General.
Muchas preguntas se agolpan tras este rápido recorrido por la «Primavera de Praga». Sobre todas, ¿en qué habría de­sembocado el experimento checoeslovaco dirigido por Dubcek?.
Unos piensan que tan sólo en un Comu­nismo nacional, independiente de Moscú y con leves liberalizaciones en el campo eco­nómico-social; algo así como lo sucedido en la Yugoeslavia de Tito.
Otros deducen que las propias contra­dicciones internas del movimiento lo ha­brían hecho saltar en pedazos a la larga.
Sin embargo, una vez más citamos a Kolakowsky cuando afirma: «...Parece claro que si hubiera continuado el movi­miento de reforma, ... , pronto hubiera lle­vado a un sistema pluripartidista, destru­yendo así la dictadura del Partido, y por tanto, destruyendo al comunismo tal y co­mo éste se entiende a sí mismo».
La ocupación soviética de agosto de 1968 y la posterior represión tuvieron un efecto casi totalmente sofocante para la vi­da intelectual y cultural checoeslovaca, que hoy todavía perdura en comparación con otros países del área. Del mismo modo, la Iglesia, que había encontrado un breve espacio de libertad, volvió a una existencia casi catacumbaria.
Hoy, diecisiete años después la evoca­ción de aquellos meses no puede reducirse a un mero recuerdo sentimental o a una ocasión para la investigación histórica. Se trata de reconocer el impulso de verdad y de bien que puede animar a los hombres, aún partiendo de las experiencias más di­versas; se trata de creer, por encima de to­da apariencia, aquellas últimas palabras de la emisora libre eslovaca Banska Bystrica: «La verdad vencerá». También en Che­coeslovaquia. Pero, ¿de dónde nacerá la fuerza para seguir creyendo tal cosa?.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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