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Huellas N.3, Mayo 1985

TEATRO

La casa de Bernarda Alba

María Asunción Monzón

En 1936 Lorca termina, unas semanas antes de su muerte, su última obra dramática. Esta pieza teatral, que ac­tualmente podéis ver en el Teatro Español, es considerada por los críticos como una obra maestra del teatro lorquiano.
La versión que se está representando no sólo es buena con respecto a la interpreta­ción de algunos de sus personajes, como el de Poncia, encarnado por Mari Carmen Prendes o el de Bernarda por Berta Riaza, sino porque respeta todo ese mundo realis­ta y a la vez poético que Lorca quiere lle­var a su teatro.
El director, José C. Plaza, ha sabido lle­var con gran maestría a la escena el simbo­lismo que esta obra del dramaturgo anda­luz encierra: la intensidad de la luz, la con­cepción de la casa como un lugar herméti­co y controlado por Bernarda, el color de los vestidos sobresaliendo el blanco y el ne­gro, el caballo garañón que encerrado da coces y relincha, etc.
En La Casa de Bernarda Alba, como en otras obras de Lorca, se enfrentan dos principios opuestos: la autoridad o poder (Bernarda) y el ansia de libertad (Adela). Esos dos mundos están en lucha, no pue­den llegar al entendimiento porque son contrarios en sí mismos desde su origen; y su fin sólo puede ser la destrucción de uno de ellos.
La acción de la obra transcurre en un es­pacio herméticamente cerrado por los «muros gruesos» de los que habla el autor. Es un «convento» (acto II), una «alacena» (acto III) donde se hallan unas mujeres ca­rentes de voluntad, exceptuando a Adela. Es un mundo cerrado donde la libertad queda aniquilada al imponerse un poder absoluto y tiránico. La libertad a la que as­piran las mujeres que viven encerradas en esa casa no será posible, pues el código moral y social que rige sus vidas será aún más fuerte que sus ansias de libertad y si alguna salta por encima de él, éste necesa­riamente se impondrá aunque sea cobrándose con la propia vida. Es un código del honor basado en el «que dirán», duro, cruel y el culpable de la soledad, la falta de libertad y la incomunicación a la que están sometidas las mujeres de la obra; «de todo tiene la culpa esta maldita crítica que no nos deja vivir», nos dice Amelia.
El mundo de La casa de Bernarda Alba se rige por la opinión de la mayoría, por la colectividad de ese pueblo-España. (No ol­videmos que la obra se subtitula «Drama de mujeres en los pueblos de España») que critica y censura todo aquello que de algu­na forma va en contra de la opinión mayo­ritaria. Las reacciones individuales ante un problema estarán de sobra, sólo cuenta lo que impone la conducta social y tradicio­nal.
Lorca critica este código, para él no pue­de continuar vigente, pues mata al otro gran «dios» que se levanta contra él: el del amor.
El amor es presentado con una fuerza instintiva tan grande que despertará en el individuo toda su capacidad de lucha para llegar a obtener lo que desea. El amor es una vía a la libertad y a la realización del individuo; pero éste, como en otras obras de Lorca, quedará frustrado. Ese código social férreo, al que aludíamos antes, no admite al gran «dios instintivo» que se le­vanta, y por ello, todas sus fuerzas se unen para destruirlo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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