John Kennedy Toole
Editorial Anagrama
La primavera del 82 sorprendió al escasamente sorpresivo mercado del libro nacional con la publicación de un libro de un desconocido autor americano: «La conjura de los necios», de John Kennedy Toole.
Un libro póstumo: su autor se suicidó en 1969 y sólo la constancia de su madre hizo posible la aparición del libro 10 años después, escrito en la década de los sesenta, un libro lógicamente único en la producción del autor, colado de rondón en el mercado editorial y que sin embargo hace renacer la esperanza en que ese difícil arte, el arte de novelar, se encuentra vivo en nuestros días, a pesar de los sombríos augurios de tiros y troyanos.
Fue un éxito de ventas y no es ajeno al hecho, el dato de que sea un libro tremendamente divertido, pero como todos los grandes libros que tratan de esa «gran comedia humana», no divertido en el sentido fácil del término. La implacable parodia que el autor hace de nuestra sociedad, «de la modernidad», tiene a veces la mano lúcida y terrible del diseccionador de cadáveres.
El ya inolvidable personaje de la novela: lgnatius J. Reilly, glotón, perezoso y egoísta, es desde luego la contrapartida del prefabricado héroe de nuestros días. Pero precisamente por eso, sus acerbas críticas de la modernidad adquieren una dimensión inédita ante nuestros ojos: el trabajo, las relaciones humanas (homosexuales y heterosexuales), las utopías, se caen hechas pedazos ante nuestros ojos, dirigidos por la mirada de lgnatius. Porque llega un momento en que no sabemos bien donde está realmente la «anormalidad», si en el personaje paranoico y perezoso, obligado a su pesar a introducirse en la rueda de la sociedad, o en esa sociedad misma que describe supuestamente «normal». Pensemos sin ir más lejos en la señora Levy cuyo bondadoso y caritativo corazón, encuentra su máxima expresión en negar la jubilación a una vieja empleada (cuya única obsesión es dejar de trabajar) con la excusa tan del mundo moderno de que «el trabajo es salud y medicina contra la vejez». O el inefable policía Mancuso, castigado en una cabina por no detener delincuentes, que nos hace pensar en si no llegará un momento en que los policías para sobrevivir tengan que producir ladrones, los médicos enfermos, los eruditos ignorantes, etc ...
La técnica del libro sirve a la perfección al tono de la novela: tercera persona para describir sucesos y personajes y primera persona para conocer los íntimos pensamientos de lgnatius vehiculizada, mediante su especie de diario «cuadernos del Gran Jefe». «Pensamientos íntimos», enloquecidos que duda cabe, pero de una lógica interna implacable, que acaba poniendo en entredicho en su feroz disección, la lógica de los hechos externos. ¿No es finalmente más honesto en su coherencia, ese lgnatus que aplica sin pudor un feroz egoísmo, que esa madre, que respaldada por la sociedad quiere finalmente deshacerse del hijo molesto?.
También ayuda al conjunto, ese ritmo mantenido con pulso firme a lo largo del relato, que encuentra un desenlace airoso a las más ilógicas aventuras y que finalmente lleva a la salvación al personaje que se despide de nosotros con una perversa sonrisa.
Sólo nos queda al finalizar la novela el temor receloso de que algún día, algún lgnatius Ralley pose sobre nosotros su implacable mirada.
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