Hace unos cuantos años, ya casi nueve, un reducido grupo de jóvenes ilusionados se propuso enriquecer la liturgia navideña de su Parroquia, aprendiendo algunas piezas fáciles de polifonía. La noticia nunca hubiera acaparado los teletipos porque los proyectos bien intencionados que fracasan a los pocos meses se cuentan por docenas. Sin embargo, por alguna razón que se nos escapa, aquel pequeño brote no se marchitó, antes al contrario, creció y se robusteció y hoy está dando sorprendentes y merecidos frutos.
No es tarea nuestra ahora enumerar las actuaciones del Coro «San Jorge» (liturgia, recitales, certámenes nacionales e internacionales, grabaciones... ) ni alabar sus cualidades musicales, labor que dejamos en manos de los entendidos, sino expresar en voz alta nuestro reconocimiento y nuestro apoyo a una labor que, en el título, hemos calificado como una experiencia cristiana.
Desde aquellos primeros momentos el Coro creció sobre una base poco espectacular pero muy sólida: las aportaciones de cada uno de sus componentes a la tarea común. Desde el director hasta el último recién llegado, cada uno de sus miembros es una historia (a veces conocida sólo por ellos mismos) en la que a las satisfacciones más hondas suceden el desaliento o el cansancio, y en la que siempre, bueno casi siempre, están presentes la entrega y la renuncia para sacar adelante la obra comenzada.
Esta experiencia compartida ha creado, con el tiempo, un estilo, un talante en las relaciones que hoy es la mayor riqueza del Coro. El trabajo en torno a un ideal común abre espacio a la gratuidad en la relación, al reconocimiento mutuo por encima de las lógicas inclinaciones o simpatías personales. Quizá por eso la presencia del Coro en algunos certámenes no sólo ha suscitado interés por sus interpretaciones musicales, sino que ha atraído la atención por su forma de entender las relaciones humanas.
En una de las últimas actuaciones comentaba el director de otro Coro que no es fácil transmitir la variedad y profundidad de matices de Tomás Luis de Vitoria si no se participa del espíritu con que él compuso. Sin embargo se puede constatar fácilmente que ese espíritu ha desaparecido en gran parte de los actuales intérpretes de polifonías religiosa. No es tal la situación del «San Jorge», cuyo origen le permite (y ese es su gran reto) desentrañar desde dentro el inmenso tesoro de la música religiosa.
Este podría ser el núcleo de sus aspiraciones: llegar a expresar a través de la música y de su presencia la convicción que lo hizo nacer, a saber, que la fe obra una transformación en todos los aspectos de la vida, multiplicando sus posibilidades y generando, en consecuencia, una forma nueva, más humana, de vivir.
No todo está logrado; es cierto, y aún deben superarse muchas deficiencias y limitaciones -en ocasiones dolorosas- que empobrecen la marcha del Coro, pero el camino emprendido merece la pena. Sabemos que existen nuevos y ambiciosos proyectos que van a exigir de sus miembros mayor esfuerzo, pero que les permitirán acercarse a ese ideal. Los éxitos futuros son éxitos de cuantos compartimos la misma forma de comprender la vida, por eso seguimos con atención y cariño la evolución de este joven Coro madrileño al que no nos resta sino volver a felicitar y estimular.
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