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Huellas N.3, Mayo 1985

PERSONAJE Y FIGURA

Condenado a muerte

Fedor Mijailovich

Hermano, querido amigo:
Todo está decidido. Me han condenado a cuatro años de trabajos forzados en un recinto fortificado (me parece que Orenburgo), después de lo cual me incorporarán al Ejército como soldado. Hoy, 22 de diciembre, nos han llevado a la plaza Semionovski; allí nos han leído a todos la condena a muerte; nos han dado a besar la cruz; han roto las espadas sobre nuestras cabezas; han procedido a vestirnos por última vez (unas camisas blancas); después, nos han llevado, de tres en tres, junto a los postes para la ejecución. Como yo era el sexto y nos llamaban de tres en tres, me encontré en el segundo grupo, y me quedaba un minuto de vida, no más.
He pensado en ti, hermano, y en todos los amigos; pero, en el último momento, sólo tú estabas en mi pensamiento y únicamente entonces he comprendido cuánto te quiero, hermano querido. También pude abrazar a Plescheiev y a Durov, que estaban al lado, y decirles adiós. Finalmente, se oyó el redoblar del tambor; volvieron a traer a los que estaban atados a los postes, y nos leyeron que Su Majestad nos perdonaba la vida. Seguidamente, dieron lectura a la sentencia verdadera. Sólo a Palm lo han absuelto y reintegrado al Ejército, con la misma graduación.
Me acaban de decir, querido hermano, que hoy o mañana nos pondrán en camino. He pedido que me dejen verte, pero es imposible; solamente puedo escribirte esta carta, a la que te suplico me contestes lo antes posible. Tengo miedo de que te hayas enterado de alguna manera de que estábamos condenados a muerte. Por la ventanilla del coche, cuando nos llevaban a la plaza Semionovski, he visto un enorme gentío; puede ser que te haya llegado la noticia y hayas sufrido por mí. Ahora te vas a sentir aliviado. Hermano, no estoy triste, ni desesperado. La vida es vida en todas partes; la vida está en nosotros, no fuera de nosotros. Junto a mi habrá seres humanos, y ser hombre entre estos seres, y seguir siéndolo siempre, a pesar de cualquier desgracia que ocurra, no decaer, no hundirse, he aquí lo que es la vida, he aquí su objetivo. He aprendido esto. Esta idea ha penetrado en mi carne y en mi sangre. Sí, es cierto.
Esta cabeza que creaba, que vivía de la vida superior del arte, que conocía las necesidades superiores del espíritu y que se había acostumbrado a ello, esta cabeza está ya separada de mis hombros; quedan recuerdos, imágenes creadas por mí, y aún no encarnadas. Verdad es que me harán sufrir; pero en mí ha quedado el corazón -la misma carne y la sangre-, que puede también amar, sufrir, desear y recordar, y esto es también vida.
¡Luce el sol! Besos a tu mujer y a tus hijos. Que se acuerden de mí. Procura que no me olviden. ¡Tal vez nos volvamos a ver algún día! Hermano, cuídate y cuida de tu familia; vive modestamente y con previsión; piensa en el porvenir de tus hijos. Nunca ha bullido en mí como ahora tal fuerza abundante y sana de vida espiritual. Pero no sé si el cuerpo soportará esto. Me marcho enfermo;
la escrófula, pero... quizá no sea grave.
Hermano, he sufrido ya tanto en la vida que, ahora, hay pocas cosas que me espanten. Que suceda lo que haya de suceder.
Tal vez, hermano, nos volvamos a ver. ¡Cuidate!; por el amor de Dios, vive hasta que nos volvamos a ver. Puede que algún día nos abracemos y recordemos nuestra infancia, los tiempos lejanos, nuestra edad de oro, nuestra juventud con sus esperanzas. En este momento arranco estos recuerdos de mi corazón para sepultarlos.

Esta carta fue escrita el mismo día que debía tener lugar la ejecución de los «Pe­trashevtsi», condenados a muerte, entre los que estaba F. Dostoyevski.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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