No quiero ni siquiera saber si antes de mi hubo otros hombres»: DESCARTES.
El movimiento dadaísta nació en Zurich, en 1916. Al tratar de explicar las razones de este nacimiento, Tristán Tzara, en una entrevista concedida a la radio francesa en 1950, declaraba:
«Para comprender cómo nació Dadá, es necesario imaginarse: de una parte, el estado de ánimo de un grupo de jóvenes en aquella especie de prisión que era Suiza en tiempos de la primera Guerra Mundial, y de otra, el nivel intelectual del arte y la literatura de aquella época. La guerra, ciertamente, acabó, pero más tarde, vimos otras. Todo ello cayó en ese semiolvido que la costumbre llama Historia. Pero, hacia 1916-17, la guerra parecía que no iba a terminar nunca. Es más, de lejos, y tanto para mi, como para mis amigos adquiría proporciones falseadas por una perspectiva demasiado amplia. De ahí el disgusto y la rebelión. Estábamos resueltamente contra la guerra, sin por ello caer en los fáciles pliegues del pacifismo utópico. Sabíamos que sólo se podía suprimir la guerra extirpando sus raíces.
La impaciencia de vivir era grande; el disgusto se hacía extensivo a todas las formas de la civilización llamada «moderna», a sus mismas bases, a su lógica y a su lenguaje, y la rebelión asumía modos en los que lo grotesco, y lo absurdo superaban largamente a los valores estéticos...»
Dadá nació de una exigencia moral; de una voluntad sincera de alcanzar un absoluto moral, del sentimiento profundo de que el hombre es el centro de todas las creaciones del espíritu.
Dadá nació de una rebelión que entonces era común a todos los jóvenes, una rebelión que exigía una adhesión completa del individuo a las necesidades de su naturaleza, sin consideraciones para con la historia, la lógica, la moral común, el Honor, la Patria, la Religión, la Libertad... , y tantas otras nociones correspondientes a necesidades humanas, pero de las cuales, no subsistían más que esqueléticos convencionalismos porque habían sido vaciadas de su contenido esencial.
Se mira el mundo con ojos nuevos, se considera y pone en tela de juicio la base misma de las nociones que habían sido impuestas y se intenta probar su justeza.
Acerca del origen del nombre «Dadá», Hans Arp cuenta en una revista del movimiento en 1921: «Declaro que Tzara encontró la palabra Dadá, el 8-2-1916 a las 6 de la tarde. Yo estaba presente con mis 12 hijos cuando Tzara pronunció por primera vez esta palabra que despertó en todos nosotros un entusiasmo legítimo. Ello ocurría en el Café Terasse de Zurich, mientras me llevaba un bollo a la fosa nasal izquierda. Estoy convencido de que esta palabra no tiene ninguna importancia y que sólo los imbéciles, o los profesores españoles, pueden interesarse por los datos... Lo que a nosotros nos interesa es el espíritu dadaísta, y todos nosotros éramos dadaístas antes de la existencia de Dadá».
El expresionismo, todavía creía en el arte; el dadaísmo rechaza hasta esta noción. Es decir, su negación actúa no sólo contra la sociedad, que también es blanco del expresionismo, sino contra todo lo que de alguna manera se relaciona con las tradiciones y las costumbres de esa sociedad.
Y, precisamente, el arte considéresele como quiera es siempre, un producto de esa sociedad, que hay que negar «in totu».
Así pues, Dadá es antiartístico, antiliterario y antipoético. Dadá está en contra de la belleza eterna, la eternidad de los principios, las leyes de la lógica, la inmovilidad del pensamiento. Propugna un cambio, la desenfrenada libertad del individuo, la espontaneidad, lo inmediato, la contradicción, el no donde los demás dicen sí, y el sí donde los demás dicen no; defiende la anarquía contra el orden, y la imperfección contra la perfección.
El Dadaísmo es, no tanto una tendencia artístico-literaria, cuanto una particular disposición del espíritu; es el acto extremo del antidogmatismo que se vale de cualquier medio para conducir su batalla. Lo que interesa a Dadá es más el gesto que la obra, y el gesto se puede hacer en cualquier dirección de las costumbres, de la política, del arte ... Una sola cosa injusta: que tal gesto sea siempre una provocación contra el «buen sentido»; en consecuencia, el escándalo es el instrumento preferido para la expresión.
Desde este punto de vista, el dadaísmo también va más allá de lo simple, para convertirse en un modo de vida. Dadá era el deseo agudo de transformar la poesía en acción. Era el intento más exasperado de soldar esa fractura entre ARTE y VIDA cuyo primero y dramático anuncio había sido dado por V. Gogh. Muchos elementos postizos se mezclaron con el dadaísmo desde el principio, pero no hay duda de que ese es su significado más auténtico.
Lo que se llama «arte dadaísta» no es ciertamente algo definido, sino una verdadera mezcolanza, que ya se afirmaban en los movimientos precedentes.
Y, sin embargo, en los productos más auténticos de arte Dadá, hay algo distinto. Lo que caracteriza a la creación de la obra, no es, ninguno de los motivos de naturaleza plástica que interesan a los demás artistas; así, ellos no crean obras sino que fabrican objetos. Y lo que interesa en esta fabricación, es sobre todo, el significado polémico del procedimiento, la supremacía del azar sonbre la regla.
Los dadaístas aspiraban a una verdad que no estuviese sujeta a las reglas establecidas por una sociedad enemiga del hombre.
Una de las grandes aportaciones del movimiento fue sin duda el de los nuevos materiales en pintura.
Hausmann, durante su estancia en la isla Uscdisun (Mar Báltico) observó como en casi todas las cosas de aquellas islas había colgada de la pared una litografía en colores que representaba la imagen de un ganadero sobre el fondo de un cuartel.
Para hacer más personal esta especie de recuerdo militar, la cara original del ganadero había sido sustituida por la fotografía del familiar que había sido soldado. Este hecho sugirió a Hausmann la idea de componer cuadros con fotografías recortadas. Había nacido el FOTOMONTAJE.
Una de las características de Dadá, había sido precisamente el querer romper la barrera de los géneros literarios y artísticos: el cuadro-manifiesto-fotografía era exactamente un resultado obtenido en el sentido de esta búsqueda. El fotomontaje resultaba ser un arte sin mayúscula, sin pretensiones de eternidad, inmerso en lo inmediato real. Por eso, en el Dadaísmo hay una profunda nostalgia de una comunión creadora entre el arte y el pueblo, deseando, sobre todo, poner este arte de acuerdo con el hombre activo.
Había también un pesimismo Dadá, una especie de humor negro, «dinamitero e incivil» -el activismo procreador cantaba el cisne-. No existen grandes resultados artísticos o literarios en el breve período de vida del movimiento: los bigotes que Duchamp dibujó en el rostro de la «Gioconda», o el mono, vivo que Picabia quería atar dentro de un marco vacío para exponerlo, acaso sean las obras dadaísticas más completas. Pero Dadá no podía prolongar su existencia: era un movimiento de emergencia, no algo que pudiera encarrilarse por vías más normales, adquirir una patente legal de identidad y elegir una morada en la que establecerse para toda la vida. Por tanto, era justo y entraba dentro de la «lógica» dadaística que Dadá matase a Dadá.
«Es cierto, afirmaba Tzara, que la tábula rasa elegida por nosotros como principio directivo de nuestra actividad, no tenía valor más que en la medida en que otra cosa no la hubiera sustituido».
Lo que fuese esa «otra cosa», era algo que los dadaístas no sabían claramente; pero había otra cosa de la que si sabían, que no podían prescindir del hombre: de un hombre liberado de todas las incrustaciones que falseaban su fisonomía.
Esta fue la ambición confusa pero profunda de Dadá.
Lo decisivo es su voluntad de quebrar las fronteras del arte y de la literatura para liberar las fuentes mismas de la poesía en el hombre.
De ahí su definición de la poesía, no como medio de expresión, ni manifestación secundaria de la inteligencia, sino como actividad del espíritu, como manera de SER y de VIVIR.
«Detesto a los literatos, decía Tzara, y no he dejado de amar lo que es VIVO, y a los que viven sin preguntar el por qué, ni el cómo de sus gestos más insignificantes».
«Dadá fue la rebelión de los NO CREYENTES CONTRA LOS DESCREÍDOS» (Arp, 1957).
Sólo que entre estos no creyentes habitaba, secreta, una exagerada voluntad de creer.
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