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Huellas N.3, Mayo 1985

IGLESIA

Esta es nuestra riqueza

Cardenal Josef Macharski

El progresivo deterioro de las condiciones de vida del pueblo polaco ha llevado a la Conferencia Episcopal Polaca, en coopera­ción con la de E.E.U.U. y otros países occidentales, a concebir un ambicioso plan de transformación económica denominado «Fundación de Agricultores».
La declaración de la ley marcial en diciembre de 1981 y las adversas circunstancias económicas internas e internacionales pusie­ron al borde del colapso a la economía polaca; ante la gravedad de la situación la ayuda occidental fue inmediata y abundante, dirigida sobre todo a los más necesitados. Pero era una aportación transitoria que no resolvía los problemas estructurales de fon­do. Por eso a finales de 1984 se ha elaborado este programa de desarrollo para los agricultores polacos.
El último estudio realizado demuestra que el régimen alimenticio de los polacos se degrada por momentos y que la única medi­da eficaz para contrarrestar dicha tendencia es una reflotación del sector agrario. Sin embargo las dificultades son de gran enver­gadura: aunque los agricultores disponen de dinero polaco, la cotización del zloty frente al dólar y las divisas del mercado inter­nacional es muy desfavorable;
- los créditos prácticamente no existen;
- las importaciones de bienes de equipo y maquinaria se hacen costosísimas.
En estas condiciones los agricultores privados polacos, que apenas reciben apoyo del Estado, no pueden mejorar la produc­ción. Para salvar estos obstáculos, sentando las bases de un desarrollo a largo plazo, nace el proyecto de la «Fundación de Agri­cultores», con un presupuesto de más de 20 millones de dólares (unos 4.000 millones de pesetas).
El funcionamiento se divide en tres unidades: una en Polonia para recoger las solicitudes, una segunda en Bruselas y la tercera en EE.UU. Estas dos últimas solicitarán ayudas económicas a Gobiernos, Instituciones e Iglesias y las controlarán, destinándolas a la adquisición de maquinaria agrícola, fertilizantes, pesticidas, semillas... Todos estos bienes serán adquiridos por los agriculto­res pagando en zlotys, con lo que se evitan todos los problemas reseñados más arriba, y se podrá así iniciar en Polonia una recu­peración de la producción agrícola que las granjas colectivizadas no han sido capaces de lograr.
A continuación transcribimos la carta de agradecimiento que el Cardenal Macharski, Arzobispo de Cracovia, ha enviado a los Obispos norteamericanos. En ella subraya las dimensiones eclesiales y espirituales de este proyecto.


Cracovia, 3 de Noviembre de 1984
"Reverendísimos hermanos obispos:
Ante todo saludos fraternos y amor a todos los obispos de la Conferencia Epis­copal de los E.E.U.U.; respetuosamente os los envían el cardenal Josef Glemp, Prima­do de Polonia y los obispos polacos.
Agradecemos la invitación de Monseñor Malone para visitarnos y hablar con voso­tros. A través de esta visita expresamos nuestra gratitud por haber estado y seguir estando en contacto vivo y asiduo con no­sotros desde hace ocho años; desde la inol­vidable vivista de dieciocho obispos pola­cos presididos por el cardenal Krol a Fila­delfia para la celebración del Congreso Eucarístico en 1976.
También debo mencionar la primera vi­sita del Cardenal Karol Wojtila los E.E.U.U. en 1969 en la que yo tuve la suerte de acompañarle. En parte esta visita se debió al hecho de que el cardenal Wysz­ynski no pudiese ir en 1967 a los E.E.U.U. para celebrar el Milenario de la Cristian­dad polaca.
Os damos gracias, hermanos obispos, por vuestra relación con nosotros. Visitan­do Polonia compartisteis tanto nuestra ale­gría, en las dos visitas del Santo Padre a Polonia, como el intenso dolor por la pér­dida del cardenal primado Wyszynski y los tres últimos años en los que la Esperanza cristiana se ha visto amenazada por mo­mentos difíciles. Agradecemos las visitas de los cardenales, arzobispos y obispos, acompañados por sacerdotes y laicos. Conservamos agradables recuerdos de es­tos momentos con vosotros. Y os digo de nuevo ¡Venid otra vez!. Os estamos espe­rando; Jasna Gora y otras iglesias locales os esperan también.
Como reflejo de este deseo y de esta es­pera os comunico, en especial a vuestro presidente Monseñor Malone, la invitación del cardenal Josef Glemp para visitar ofi­cialmente a la Iglesia de Polonia.
Quisiéramos así poner en práctica la en­señanza del Vaticano II sobre la «commu­nio» de las Iglesias. Allí se pone de relieve el siguiente principio: «en virtud de esta catolicidad, cada una de las partes colabo­ra con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumentan a causa de todos los que mutua­mente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad... Entre las diversas partes de la Iglesia, se crean unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas es­pirituales ... los miembros del pueblo de Dios son llamados a una comunicación de bienes ... » (L.G. 13).
Hermanos obispos, os agradecemos a vosotros y a vuestras iglesias locales todo lo que habéis hecho por nosotros, estos años pasados. Me refiero a la ayuda mate­rial procedente de la Iglesia Católica de los E.E.U.U., la ayuda organizada por el Ser­vicio Católico de Socorro, la liga Católica y otras organizaciones; por ejemplo: la magnífica ayuda del Congreso polaco­americano que se mide por toneladas de bienes materiales, dinero en metálico y grandes esfuerzos de organización. Esta ayuda es de vital importancia para familias numerosas, para niños y hospitales.
También extraordinaria -quizás incluso mayor que la otra- es vuestra solidaridad con la Iglesia de Polonia, verdadero apoyo moral para la nación y la Iglesia. Esta uni­dad cristiana nos da fuerza e impide que nos sintamos aislados en la lucha. La Igle­sia polaca os agradece de nuevo vuestra colaboración y esta gratitud la expresamos con la carta del cardenal Karol Wojtyla a los obispos americanos después de su visita en 1976: « ... Por todo lo que contribuye a sostener y promover el crecimiento del pa­trimonio sobrenatural de la Fe y de la vida cristiana que desde hace varias generaciones nuestros ciudadanos han llevado desde Polonia a la comunidad de la Iglesia ame­ricana». Os encomendamos encarecida­mente los problemas que afectan a los in­migrantes de los últimos años.
Muy importante para nosotros es el inte­rés que han mostrado los obispos america­nos sobre el proyecto de la Fundación de Agricultores. La ayuda prestada por los di­versos países y por la Iglesia Católica de Europa y Norteamericana es peculiar, por­que refuerza a las familias de agricultores polacos que son las unidades de produc­ción. El desarrollo económico es paralelo al fortalecimiento de los lazos personales. Los receptores de esta ayuda son las fami­lias en particular, no entidades económicas anónimas. Así pues, tiene gran valor social y cristiano y no está ligado a ninguna otra orientación política.
Por último yo os diría cual es nuestra ri­queza; sí, desearía hablar sobre lo que es ahora y aquí la específica bendición de Dios que «escribe recto, con renglones tor­cidos».
La Iglesia en nuestra nación es el camino de la Salvación del hombre y por su minis­terio sobrenatural se convierte en la «De­fensora del hombre». Realiza este cometi­do a través de grandes obispos tales como el cardenal Wyszynki que es símbolo de la contradicción cristiana («signo de contra­dicción como Cristo»). También lo realiza a través de la muchedumbre del Pueblo de Dios: hombres heroicos y dedicados; sacerdotes, religiosos y laicos.
Sólo se puede entender nuestra sociedad y nuestra Iglesia cuando se entiende que no estamos simplemente esperando «tiempos mejores» en los que vivir y crear, sino que esto lo hacemos aún cuando para un ob­servador ajeno no sea posible. Vivimos en estas circunstancias desde hace décadas. Tenemos el ejemplo del Padre Jerzy Po­pieluszko.
Las condiciones técnicas, sociales y eco­nómicas serán más favorables para la Iglesia y para la Nación cuando Polonia como estado no se encuentre aislada de otros países de la entera comunidad de naciones. La solidaridad y el contacto internacional son una gran ayuda. Es necesario incluir todos los aspectos de la vida social, no só­lo los económicos sino también el hombre como persona y como parte de la sociedad, no sólo como «horno economicus». La ri­queza de nuestra Iglesia estriba en el hecho de intentar contraponer varias tendencias, también de la Teología y la moralidad. Desafortunadamente, no estamos libres de plagas, heridas en la vida moral, tales co­mo: el aborto, el alcoholismo, el divorcio y la disolución de la ética social. Sin embar­go la Iglesia no deja de esforzarse ímpro­bamente y no busca justificaciones.
Damos gracias a Dios porque durante la posguerra tuvimos la oportunidad de ver «los signos de los tiempos»; en concreto se presentaron con el problema de la urbani­zación y la industrialización de nuestro país. La Iglesia acompañó a millones de personas que se trasladaron de sus ciuda­des a nuevos pueblos y lugares. En vez del triunfo de nuevas teorías sociológicas de secularización y en lugar de la primacía del ateísmo oficial (los pueblos nuevos no iban a tener iglesias), nuestros sacerdotes y fie­les comenzaron a crear nuevas parroquias; celebraron misa al aire libre y debajo del signo de la Cruz; dieron catequesis a niños y jóvenes en barracones. Nowa Huta cerca de Cracovia es un símbolo de cientos de es­tas nuevas instalaciones y pueblos. Hasta 1980 no se ha conseguido el permiso para construir iglesias suficientes en la zona. Cuando se recibieron los permisos nuestros sacerdotes y fieles estaban preparados y empezaron a construir alrededor de cien iglesias y capillas en parroquias nuevas. Y se continua a pesar del desastre económico y la elevada inflación.
Fue posible porque aumentó el número de vocaciones sacerdotales en las diócesis y en órdenes religiosas. En la última década los seminarios se han doblado y se ordenan varias docenas de sacerdotes todos los años. Como consecuencia la mayoría de nuestros sacerdotes están por debajo de los 37 años. Hay muchas vocaciones religio­sas; aunque estamos preocupados porque hay menos de las que necesitaríamos. Po­nemos nuestras esperanzas en el ministerio catequético para los jóvenes (aunque toda­vía no tiene estatus como tal dentro de las organizaciones tradicionales de la Iglesia).
La riqueza de esta Iglesia es la unidad interior, especialmente la unión entre los pastores y los fieles.
Esta unidad se mantiene aun a pesar de las pruebas tanto individuales como socia­les, consecuencia de los cambios sobreveni­dos en agosto de 1980. Esta unidad es de carácter disciplinar y teológico. Se trata de la cooperación entre las diócesis y las órde­nes religiosas, e incluso dentro de ellas.
Por último, la riqueza de esta Iglesia es el no haber perdido el contacto con la so­ciedad. Nuestra sociedad aceptó, a veces a duras penas, la defensa profética de la li­bertad que pertenece a la Iglesia y a los se­res humanos y el principio inquebrantable: ¡ratio potius quam vis!. La Iglesia nunca dejará de dialogar con las autoridades es­tatales, incluso si está «sub gladio». La de­fensa de la libertad y justicia para la Iglesia y para los seres humanos es inseparable de la idea de amor manifestada en el Mártir de Auschwitz, San Maksymilian Kolbe. Así pues acontecimientos trágicos claman por una voz de defensa del amor; este es el camino para rechazar el mal con el bien.
Termino dándoos las gracias por permi­tirme decir estas palabras. Son los lazos de un diálogo fraterno entre los obispos ame­ricanos y polacos. Dejamos que nuestra «communio» madure y que haya muchos más entre nosotros. En nombre del pueblo polaco os doy las gracias hermanos obispos. Estad seguros de que la gente está al corriente de vuestro enorme interés y ayu­da, y ellos y la conferencia episcopal pola­ca os estamos muy agradecidos. Otra vez gracias y que Dios os bendiga.

Traducción: Guadalupe Arbona

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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