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Huellas N., Mayo 1984

NUESTRA PRESENCIA

El jubileo de los jóvenes: un abrir las puertas al redentor

Luisa María González Arguello

Días antes de la partida todos nos preparábamos entre los ner­vios y la ilusión, para participar en la peregrinación que estábamos or­ganizando. Las circunstancias quizás nos despistaban un poco y nos hacían olvidar cuál iba a ser nuestra acti­tud durante el viaje, éramos conscien­tes de que íbamos de peregrinos, pero eso no lo íbamos a interiorizar hasta que nos viéramos dentro de la peregri­nación misma.
Por fin llegó el día 7 y dos autocares con 106 jóvenes y algún que otro cura partieron con destino a Roma. Al día siguiente otros tantos (S. Jorge) lo harían con el mismo propósito.
Las primeras jornadas fue­ron duras y cansadas, pero nos ayuda­ron para hacernos comprender que ten­dríamos que sacrificarnos un poco y no dejarnos llevar por la comodidad, puesto que nuestra condición no era la de turistas sino la de peregrinos, la oración comunitaria y la Eucaris­tía también contribuían a esto.
El día 9 llegamos a Floren­cia, no sin antes habernos perdido, pero esto ya no tenía importancia porque comenzaba a hacerse habitual. Todo el día siguiente lo dedicamos a disfrutar del arte que la ciudad po­nía a nuestra disposición y por la tarde, con los pies un tanto "aba­tidos" por el trasiego, nos reunimos para celebrar la Eucaristía, aunque algún que otro despistado no lo pudo hacer por equivocarse de lugar de reunión. Iba a ser al día siguiente por la tarde cuando llegaríamos a Roma, siguiendo las pistas que Alfon­sito y su autocar nos iban dejando como si del juego "En busca del teso­ro" se tratara, pero por fin lo conse­guimos y a las cinco estábamos reuni­dos en el castillo de S. Angelo por primera vez con el resto de los pere­grinos que habían acudido a ganar el Jubileo. Todos juntos con antorchas y en procesión nos dirigimos a la plaza de S. Pedro, donde esperábamos con entusiasmo el saludo del Papa, y así fue, yo creo que estábamos tan entusiasmados que casi no nos dimos cuenta de las palabras que nos diri­gió, pero sí comprendimos que nuestra peregrinación empezaba ahora a tomar un sentido concreto, nos uníamos en este momento y de una manera más viva y palpable a la Iglesia Univer­sal y con ella íbamos a participar en la culminación del Año Santo de la a Redención: el Jubileo de los Jóve­nes.
Los tres días siguientes de estancia en Roma fueron de gran acti­vidad. Las mañanas estaban dedicadas a las reflexiones y Eucaristías, que junto con los jóvenes de habla hispa­na se celebraban en la basílica de S.Pablo sobre los temas de la ale­gría, la libertad... A todos nos sorprendió bastante la cantidad de parti­cipantes que éramos y nos sirvió para tomar conciencia de la responsa­bilidad tan grande que como cristia­nos tenemos ante las necesidades acu­ciantes que nos rodean, esperando nuestra firme respuesta. Era una llu­via de Gracia que estábamos reci­biendo y no podíamos desaprovechar.
No menos impresionante fue el Via Crucis que el día 13 cele­bramos junto al Coliseo con la M. Teresa de Calcula. Rodeados de un gran silencio y una enorme multitud nos uníamos en oración y nos dábamos cuenta de que ésta debía ser el eje impulsor para llevar a cabo todo lo expuesto en las catequesis ante­riores. El encuentro con el Papa al día siguiente, confirmaba todo esto y exigía de nuevo una respuesta per­sonal de cada uno de nosotros.
La Eucaristía del Domingo de Ramos fue la culminación de nues­tra estancia en Roma. Aquí ya no sólo jóvenes sino personas de todas las edades y nacionalidades celebra­mos el comienzo de la Semana Santa, con el gozo de haber ganado el Jubi­leo y dispuestos a celebrarla plena­mente, ahora con más motivo que nunca.
Pero la peregrinación no ha­bía terminado y quedaba el camino de regreso en el que no puedo dejar de citar la estancia en el pueblo de Asís. Después de las grandezas de Pisa, Florencia, Roma y de sus enor­mes multitudes, la sencillez y la belleza de Asís nos llevaban hasta la persona de S. Francisco que aquí cobraba todo su sentido, haciéndonos comprender que las grandes obras no se pueden llevar a cabo si no salen de un corazón humilde y sencillo como era el de este Santo.
El resto del regreso y el viaje en barco sirvieron para ir asen­tando todo lo que de golpe habíamos recibido, para darnos cuenta de que ahora continúa nuestro peregrinar y que todo lo vivido no sirve para nada si no se concreta en una respues­ta personal que el mismo Papa espera de nosotros y a la que Dios a través de él, nos ha llamado: "Abrid las puertas al Redentor" y dejad que Él os cambie el corazón.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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