Unamuno, M. - Madrid, Cátedra, 4 Ed. 1981
Esta obra sigue planteando uno de los aspectos fundamentales del pensamiento de Unamuno: el sentido de la vida.
En SAN MANUEL BUENO, MARTIR, dicho sentido se materializa a través de dos coordenadas fundamentales: el esfuerzo voluntario por querer creer y la imposibilidad para sentir realizada en la esencia interna del individuo dicha creencia.
El entramado de la obra se configura a través de elementos simbólicos y reales que se funden para dar un sentido más general a toda la problemática que va a exponerse. Entre los primeros caben citar: el lago, la montaña y la ciudad que muerta duerme bajo las aguas del lago; entre los segundos figuran los personajes que van a dar vida a los hechos: D. Manuel, Lázaro y Angela, aunque no podemos olvidar a Blasillo, todos ellos pertenecientes a lo que Unamuno denomina intrahistoria.
Estos elementos, junto con las dos premisas anteriores, le servirán al autor para plantear la dicotomía antitética entre duda-fe.
D. Manuel y la asociación paralelistica que se va haciendo a lo largo de toda la novela, con los dos elementos paisajísticos lago y montaña, son, como la propia obra indica, el "broche" que pretende conjugar contrarios: duda y fe.
Todo esto le lleva al narrador a descubrirnos el interior de su personaje. D. Manuel es consciente de la tormenta que late en su interior y huye de ella buscando la actividad. Sobre él pesa toda la intrahistoria, la tradición transmitida de generación en generación que los demás han aceptado sin tomar conciencia de ella. El autor nos hablará así de dos ciudades: una muerta que yace bajo las aguas del lago -tradición, intrahistoria- portadora de la religión, de una ilusión aceptada por el individuo que no se cuestiona y otra, Val verde de Lucerna, reflejada sobre el lago y sobre quien pesa la duda, pero al mismo tiempo la necesidad de crear un "sueño" para sobrevivir.
D. Manuel llevará esa '' ilusión" que el pueblo necesita pero en la que él no cree guiado por un principio fundamental que rige su vida: "hay que vivir y llevar a los demás la ilusión de la inmortalidad". Por esto, se convertirá en un "mártir", puesto que sufre la angustia de no creer y a su vez debe ser él quien proclame la existencia de una ilusión que posibilite la vida de los demás.
D. Manuel, y posteriormente su discípulo Lázaro, son los portadores de una filosofía basada en un sueño del hombre. Aquí la obra adquiere el punto máximo de dramatismo y angustia pues enfrenta dos realidades opuestas: el individuo necesita creer en Dios para así hallar el sentido a la vida, pero al mismo tiempo, esa creencia se manifiesta como una ilusión del hombre.
La narradora, Angela Carballino, nos transmite los hechos acaecidos tratando de inmortalizarlos y guiada por su sentimiento de maternidad, manifestado en el testimonio escrito. Este personaje terminará dudando de todo lo que hasta el momento ha sido el reflejo objetivo de unos seres que viven no en la DUDA, donde al menos podríamos discernir un hilo de esperanza, sino con la inquietud constante del que no cree, aún siendo el portador de la "ilusión" de los demás.
Finalmente Unamuno se introducirá en su relato para dejar constancia de dos hechos fundamentales: primeramente, certifica que la historia-novela es cierta, real; y en segundo lugar, quiere dejar claro que el pueblo -intrahistoria- continuará viviendo ese "sueño", será el portador de la ilusión de la inmortalidad. Necesita creer, esperar que la nieve-fe caiga sobre la montaña y no sobre el lago.
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