El primer fruto de la audiencia
Está claro que antes de la audiencia del próximo sábado 24 de marzo en la plaza de San Pedro yo estoy ya recibiendo el primer regalo de esta muestra de preferencia del sucesor de Pedro. Para mí es un regalo por anticipado. Hace casi dos años empecé a montar una empresa de organización de eventos; desde el principio algunos amigos y familiares nos permitieron dar nuestros primeros pasos en el mundo de los “eventos” y nos ayudaron (y mucho) a poner cimientos sólidos a nuestra empresa. Se lo agradezco de todo corazón. Unos meses más tarde me propusieron que trabajara con el movimiento para hacer la “primera edición” de los ejercicios en Ávila. No me lo pensé y acepté. Al principio resultaba una sensación un poco extraña la de construir algo con personas que lo hacían “desinteresadamente”, por amor al Señor. Pero también desde el principio resultó muy enriquecedor tanto profesional como personalmente. Y esto ha ido creciendo desde entonces, mucho más por lo que he recibido que por lo que yo he aportado. Hoy vuelvo de la “penúltima” reunión para cerrar los asuntos pendientes de la organización del grupo de españoles para la audiencia de Benedicto XVI. Llego muy tarde a casa, bastante cansado (llevamos desde noviembre con este tema) pero con la certeza de que estoy recibiendo el primer fruto de la peregrinación. Lo primero que le he dicho a mi mujer al verla es que ojalá todos los trabajos fueran como éste, tan productivos, tan enriquecedores. Porque el sólo hecho de preparar este evento está produciendo la certeza de que es posible trabajar con un sentido. Y también es precioso ver cómo personas como María o Santi dedican sus horas de descanso para el bien de otros, sin poner límite a su esfuerzo y dedicación. Aprender de ellos es algo maravilloso y que llena el corazón. Y además de mucha utilidad para mi vida profesional. Esta forma de trabajar, esta pasión, intuyo que sólo es posible si es Cristo quien está como “fondo” y como horizonte de la vida de cada uno.
Jorge, Madrid (España)
Gracias por vuestros sacerdotes
Solo quiero manifestar y hacerles llegar mi felicitación por tener a los sacerdotes que tienen en Comunión y Liberación. Soy una persona de 51 años, con mi familia, mi hogar y la mayoría de las “ilusiones” cumplidas, pero si no hubiese sido por la compañía de sacerdotes del movimiento, mi vida estaría totalmente vacía. Ellos me han enseñado (a lo largo de estos últimos 8 años que les conozco), que el ser humano es capaz de acariciar el corazón a sus semejantes; que es posible el amor a los demás sin mirar a quién se le da, aunque a veces nos resulte muy difícil. Resumiendo, me han enseñado y dado tanto que me veo en la obligación de hacérselo saber; hoy, que por casualidad he entrado en su pagina web y era una deuda que tenia pendiente, por justa y necesaria para mí. No importa quién soy, solo quiero hacerles saber lo que siento y pienso. Gracias.
Luis
Un poderoso intercesor
Desde que tuvimos el privilegio de compartir con D. Eugenio Romero Pose –por indicación del cardenal de Madrid, D. Antonio Mª Rouco– la aventura de poner en marcha el Colegio Internacional J. H. Newman hemos sido testigos de su paternidad y de su guía lucidísima rebosante de entusiasmo y fe. Han sido numerosas las conversaciones y entrevistas que hemos podido mantener con él. Para nosotros, lejos de ser una persona más a la que teníamos que intentar implicar en el proyecto, ha sido otro cómplice que –en muchas ocasiones– marcaba el camino y tomaba la iniciativa con más determinación que nosotros. Ha sido un gran intelectual y un hombre de fe. Por ello amaba la educación y se interesó, sacrificando sus energías, por testimoniar el respaldo del Arzobispado de Madrid al proyecto del colegio. Serán inolvidables las palabras que dirigió al numeroso público asistente en mayo de 2003 al acto de presentación del colegio. Dijo textualmente: «El jueves pasado el Sr. cardenal me dijo: “Eugenio, el sábado tenemos dos cosas muy importantes (porque coincidían en la fecha y la hora); la boda del Príncipe Felipe y la presentación del Newman. ¿Qué hacemos?”». «Hombre, D. Antonio, lo del Newman es muy importante», respondió D. Eugenio. «Bien, entonces nos repartimos. Añadió el cardenal: «Yo voy a la boda y tú al colegio». Cuando le fuimos a recoger a su domicilio, bajo una copiosa lluvia, sorteando todo el cordón policial, ya enfermo y con una salud muy debilitada, nos confesó que se sentía muy contento de poder participar en este acto: «Me apetece más estar aquí que en la catedral, con todo el agobio de estos actos». No le gustaba nada sobresalir. Se mostraba siempre disponible para atender todos los requerimientos que llegaban a su mesa y con un afecto grande procuraba ir dándoles respuesta. Su enfermedad no era un obstáculo al proyecto de Dios, todo lo contrario. Era la ocasión privilegiada de entregarse hasta el fondo. Como dijo poco antes de fallecer, «amo a Cristo y amo a la Virgen». Varias veces me pidió que los niños rezaran por él. «Dios hace caso a los niños», insistía. Y siempre que llamaba a casa y le atendían los niños respiraba agradecido la belleza del don de la vida. En todas las ocasiones en las que me habló de las cuestiones eclesiales que tuvimos que afrontar juntos se transparentaba un amor a la Iglesia y, por tanto, a la Verdad, indomable. Esperábamos que se fuera recuperando para que él o el Sr. cardenal vinieran próximamente a inaugurar la Capilla del Colegio. Ahora estará presente por la comunión de los santos como un intercesor mucho más poderoso para la obra de Dios en el mundo.
Juan Ramón, Madrid (España)
Alberto falleció el 11-M
Esto es un relato sencillo, un testimonio de fe desde la humildad, desde la experiencia de vida que el “destino”, con nuestra interacción, nos adjudica en la puja por los valores que a cada uno representan y dan sentido a su vida. En mi vida diaria intento aplicar los valores de mi fe católica, con toda la fragilidad, con toda la debilidad de mi condición humana, pero también con el convencimiento profundo de hallar en la fe el camino de redención y dignidad que también es inherente a nuestra propia condición. ¡Yo confieso que he pecado! Tal vez el más grave de mis pecados haya sido el envanecimiento, el distanciamiento de la fe, una “cuasi” apostasía práctica, un egocentrismo que te aparta del mundo y te conduce a la nada. Cuando te distancias y te olvidas de la fe, cuando crees estar en el jardín del intelecto y la racionalidad, dando un sentido práctico y competitivo excesivamente desarrollado en la lucha por la vida, cuando alteras además tu escala de valores, no te das cuenta de estar creando un desierto en lo más valioso del alma... Hasta que sientes la sed, cada vez más la sed, la necesidad de amar más, de dar un sentido más profundo a tu vida. Y entonces tomas conciencia de estar demasiado lejos, y la suficiencia de antes ahora es camino angustioso y se vuelve deseo de regreso casi instintivo a la fuente clara, al oasis del amor de Dios, a la fe que necesitamos. Pero el regreso no es fácil, cuesta mucho dejar –intentarlo al menos– las inercias del pecado, el egoísmo, la envidia, el rencor, a veces el odio, para ir ganando espacio –con sumo esfuerzo– en tu alma para la humildad, la reconciliación y el amor, que te devuelven la dignidad bajo la mirada misericordiosa del Padre que te acoge y al cual te adhieres en el misterio de la fe. Recuerdo que el primer paso gozoso que encontré en mi regreso fue la rememoración, casi la evocación, de los valores morales que aprendí del catecismo siendo niño, y del ejemplo piadoso de mis mayores que me enseñaron a rezar. Hoy, más cerca de Dios, en la distancia del tiempo y la circunstancia, se me hace más evidente el paralelismo con la parábola del hijo pródigo. Por todo ello, con el corazón contrito, pido humildemente perdón con el firme propósito de no pecar nunca más contra Dios, acepto la penitencia y me someto a su voluntad.
Hace ya más de dos años, Dios puso a prueba mi fe. Nunca pensé que tuviera que pasar por una experiencia tan dramática y dolorosa como la muerte de mi hijo Alberto en atentado terrorista. Él, junto a mi hija Elena colmaban mis ilusiones. Mi hijo era un regalo del cielo. Era un privilegio de Dios el haberle tenido, y desde aquel luctuoso día del 11 de marzo de 2004, tengo la firme convicción, y la prueba de fe, de que habita en el cielo. En el crepúsculo de la tarde, cinco días antes de su muerte, en uno de mis paseos diarios, yo meditaba sobre la naturaleza y la vida, sobre la belleza de las cosas creadas por Dios, para su gloria y la nuestra por adhesión a Él a través de la fe. Fue un momento hermoso, de gran felicidad interior; en medio de todas las dificultades que la vida diaria tiene para todos nosotros, yo encontraba –y creo que tenía– razones suficientes para dar gracias a Dios y así lo hacía a diario. Ese día, inundado de paz, me asaltó un pensamiento que por unos instantes me turbó el alma: «¿Y si tu hijo muere?». Aquella interrogación yo la viví como algo muy real, muy factible, casi como una afirmación. En realidad el riesgo de muerte es inherente a la vida y contamos con ello. Más aún en el caso de Alberto, que por su formación se encontraba desde el día anterior participando en unos ejercicios de vuelo. Siempre se tiene cierto temor, tenue y subconsciente, pero aquel día el temor era real, más cierta la posibilidad. Enseguida mi pensamiento se volvió hacia el Señor: «Señor, no permitas que eso ocurra. Llévame a mi primero, pero a él déjale». Y de nuevo me asaltó el mismo pensamiento: «¿Pero si tiene que ser él?, Señor te lo ruego, no te lo lleves, llévame a mí, él es muy joven, está ilusionado y es muy bueno. Llévame a mí y protégelo a él». Pero una vez más volvía el mismo pensamiento: «¿Si tuviera que ser él?», «Entonces, Señor, hágase tu voluntad, no la mía. Sólo te pido, Señor, que no me abandones. Dame fuerzas para llevar la cruz que tú me mandes con la dignidad que tú me has dado». Aquel día tuve conciencia de que la vida sólo nos pertenece en relación al Bien, que a su vez es el Bien que nosotros podemos hacer, que encuentra su sentido en el Amor, y que éste nos hace libres. Sólo Dios sabe por qué tuvo que morir, pero desde aquel día, desde el primer momento que eso ocurrió, todos nosotros hemos vivido el dolor de su pérdida en lo más profundo del alma con la serenidad y la paz que sólo el Padre, por intercesión de Alberto, nos podía dar. Durante los primeros días, incluso semanas, hemos sentido muy cerca su presencia como un bálsamo de amor, ahora, aunque más discreta, sabemos que no nos abandona y nos confirma en la fe de que habita en el Cielo junto a Dios. No quisiera terminar sin hacer una reflexión acerca del terrorismo, que tan despiadadamente se ensaña en los más pacíficos. Todo el mundo desaprueba el terrorismo, al menos formalmente, pero cuando se alude a sus causas, en unos casos se parece justificar o al menos, en cierto modo, comprender como un fenómeno derivado de una situación injusta. Para otros, las causas del terrorismo se encontrarían en una perversión del orden moral, por la que se siente legitimado el terrorista para disponer de vidas inocentes como instrumento del más atroz totalitarismo para alcanzar sus objetivos, que por su propia naturaleza siempre son objetivos de poder. Mi opinión personal es que un substrato de sangre inocente, directamente buscado como medio de alcanzar cualquier tipo de poder, deslegitima total y absolutamente el ejercicio del mismo y desvirtúa la naturaleza y el orden moral necesario en toda sociedad. Y que por tanto no hay causa de ningún tipo que justifique, comprenda o legitime de cualquier forma el asesinato, a veces masivo, de seres humanos como instrumento directamente buscado para cualquier fin. ¿Alguien se da cuenta de que, si queremos encontrar “causas” que justifiquen el genocidio premeditado, lo estaremos legitimando sin posibilidad de excepción? Que nadie se confunda: el terrorismo no es una revolución violenta, el terrorismo es consecuencia de una degradación perversa del alma humana, que es infinitamente peor, y quienes apoyan o encubren sus acciones deberían pensarlo a la luz de la misericordia que todos nos debemos. Yo no niego el perdón, ni pido para los asesinos de mi hijo nada que no quiera para mí mismo: confesión de la verdad, contrición por el dolor del mal causado, aceptar la pena legalmente impuesta y pedir perdón humildemente. Por esa misma razón, no puedo alterar el orden moral de los preceptos anteriormente enunciados, empezando por la necesidad de descubrirse ante Dios, para llegar al perdón. Ese es mi deseo, así se lo pido a Dios, que Él nos juzgue a todos y se apiade de nosotros.
Ismael Arenas Acedo, Parla (España)
En comunión
El jueves pasado envié un mensaje a las benedictinas del monasterio de Santa María Gratia Dei de Benaguacil, un pueblecito de Valencia, pidiendo que rezaran por el encuentro del sábado 24 con el Santo Padre y me contestaron con estas palabras.
Gema
Querida Gema y miembros del movimiento: Os tenemos muy presentes y ya hemos empezado a rezar por vosotros. Que el Señor os conceda muchas gracias es este encuentro tan importante. Nos alegramos y compartimos con vosotros vuestro gozo y comunión fraterna. Que el Señor intensifique la luz de vuestro movimiento y, a través de vosotros ilumine el camino de muchas personas que buscan la verdad. Os acompañamos con nuestra oración, un fuerte abrazo.
Encarna
Hacerse cristianos
Del 16 al 20 de febrero, se celebraron las primeras vacaciones de la comunidad de CL de Uruguay en la localidad de Cuchilla Alta, centradas en el texto de don Giussani «Cómo nos hacemos cristianos» (cf. Huellas n. 10, noviembre de 2006). Con todos los puentes cortados por el conflicto de las papeleras, que enfrenta a Uruguay con la República Argentina, algunos intrépidos argentinos lograron cruzar, luego de muchas horas de espera, y llegaron hasta la localidad de Cuchilla Alta, un hermoso balneario donde nos reunimos para profundizar nuestra amistad en Cristo como nos enseñó don Gius. Fueron días de intensa actividad y se formó un verdadero clima de meditación y recogimiento que sorprendió a nuestros vecinos y a los dueños del lugar, que participaron espontáneamente de algunas de nuestras actividades. A la mañana temprano un buen desayuno, enseguida el rezo de los Laudes y luego, sin romper el clima de meditación, bajábamos a la playa todos juntos. Nadie que lo viera desde fuera podía imaginar que muchos no nos conocíamos entre nosotros. Ese es el milagro de comunión que sólo Cristo puede obrar en los hombres para hacernos hermanos. Llamó mucho la atención la manera en la cual se integraron los niños, que eran muchos, a todas las actividades que se fueron sucediendo a lo largo de los días, viviendo los acontecimientos con sorpresa y alegría. El viernes por la noche, siguiendo el hilo temático, vimos la película sobre la vida de Sophi Scholl; el sábado recibimos la visita de Javier Methol, sobreviviente del accidente de los Andes, que no dejó un testimonio de vida realmente impactante. El domingo vimos un video sobre la educación realizado a partir del libro de don Giussani Educar es un riesgo, y el lunes, última noche, hicimos un gran fogón en la playa donde cantamos y bailamos al calor del fuego y a la luz de la luna. Fueron las primeras vacaciones organizadas por Uruguay; supusieron un esfuerzo muy grande pero valió la pena, ya que en esos días creció la amistad entre nosotros y dimos un testimonio fiel del Evangelio de Cristo.
Santiago, Montevideo (Uruguay)
Lo anhelo mucho más
Querido Julián: A veces me pregunto cómo es posible que esté aquí, porque ha llegado un momento en el que no puedo irme a acostar sin levantar la vista y decir: gracias. Conozco a Cristo desde hace poco, pero el suficiente para que invada cada momento del día. He conocido gente que jamás llegué a imaginar, personas como Marta y Emilio. Conocí primero a Emilio hace un año. En ese momento estaba aún impactada del lugar, me había quedado en un estado de shock. ¡Imagínate! De la nada al Todo… de un día a otro… ¡inesperadamente! Y entendía muy poco. Por eso yo no quería apartarme de aquí, ni que me arrebataran los amigos que había encontrado. Mi pregunta a Emilio fue muy simple: ¿no tienes miedo? Entonces, él me cortó y con un «no tengo miedo», hizo que no me olvidara de su rostro en los siguientes meses. A Marta la conocí más tarde, cuando empecé a comprender la grandeza, el amor tan grande de Cristo. Y uno, deseoso de amor, cuando recibe algo así lo desea para los demás. ¿Cómo explicar esto a mi familia? A Marta le pregunté cómo podía mirar a sus hijos sin ninguna pretensión, sin arrebatarles la libertad con la que han sido creados, porque… no son suyos. «Ni siquiera me pertenezco a mí misma», me decía ella. Cenamos el viernes 23 de febrero con ellos. Fue muy sencillo, pero me inquietaron sus vidas. Emilio llegó y lo primero que dijo fue que no teníamos que haberles esperado, que hubiéramos cenado ya. Y luego en la cena salta con que dejó un buen trabajo por una vida entregada. Entrega su vida y es feliz. Por otro lado, Marta, mientras intentaba aprenderse todos nuestros nombres, nos describía las seis libertades que tienen en casa, nos describía a sus hijos como auténticos regalos. Yo, que en casa tengo a mi madre y a mi hermana y me cuesta tanto, me imagino seis… Entonces, te planteas que esta mujer tiene algo, diferente o no, no lo sé. Bueno, desde el principio me sacudió esta mujer, cómo se sentó y su postura al bendecir la mesa, postura de gratitud y reconocimiento, como si al estrechar sus manos estuviera diciendo: «Señor, tú lo eres todo y yo te necesito». Y ya no hablemos de cuando nos estábamos despidiendo, recogiendo, que si esto que si lo otro. Se acercó Miguel Ángel a Emilio y le dice: «Tu mujer te espera para rezar». Ahí me partieron en dos. Fue como: ¡Dios mío, que vida más mezquina llevo! ¿Por qué este matrimonio despierta esta nostalgia en mí? ¿Por qué cuando los veo desearía oírles hablar durante horas? ¿Qué les pasa? ¿Por qué nunca nada me basta? Parezco una ansiosa, anhelando siempre a Cristo, siempre preguntando por Él. Y, ¿qué te voy a decir? Que lo anhelo mucho más cuando veo personas como Marta y Emilio, porque en su relación hay una Belleza, esa Belleza de la que tú hablas, de la que son un signo.
Provi, Santa Úrsula, Tenerife (España)
Entre vosotros he aprendido a ser sacerdote
Tras diez años en la Parroquia de Santo Tomás Apóstol de Madrid, el párroco se despidió de sus fieles con una carta de la que publicamos un extracto.
Lo primero que nace en mi corazón es la gratitud a Dios por tanto bien recibido en estos diez años de ministerio entre vosotros. Son muchos hechos por los cuales volverme a Dios para preguntarle: ¿Qué has visto en nosotros para bendecirnos de esta manera? ¿Por qué has mostrado tu debilidad por nosotros de forma tan conmovedora? Cada uno de vosotros sois el testimonio de una cadena de milagros que han ido aconteciendo. Milagros, sí, porque el cambio del corazón del hombre se encuentra en esa categoría de hechos imposibles para las fuerzas de los hombres. Sólo la intervención de Dios puede hacer de cada hombre un ser nuevo. Ha sido verdaderamente educativo ver cómo Tú, Señor, no encuentras barreras en las distintas edades de las personas. Has hecho un camino tanto con los niños como los jóvenes, los adultos y los ancianos. Ciertamente, quien más se ha fiado de las propuestas que hemos ido haciendo, antes ha experimentado que tus caminos son mejores que los nuestros y que tus promesas se cumplen. Para mí han sido años muy buenos que me han servido para crecer en afecto a Cristo y a los hombres. Han sido años para caer en la cuenta de haber recibido el don del sacerdocio. Todos los días te he pedido, Señor, para que surgieran vocaciones en nuestra parroquia, consciente del valor insustituible que tienen. Todavía estás a tiempo. Hoy mismo las puedes suscitar aquí, o más adelante. En este tiempo, entre vosotros, he aprendido a ser sacerdote. Junto a la gratitud, tengo necesidad de pediros perdón porque mis límites y pecados han impedido o retrasado vuestro crecimiento en la fe. Con el pasar de los años aflora con más claridad en mi conciencia todo lo que no hago bien, todo lo que no es de Cristo. Y esta experiencia me va haciendo un poco más sencillo y humilde. Qué necesario es tocar el pecado para que se abran nuevos caminos en el corazón. Me repito muchas veces una frase que me dijo un sacerdote anciano: «Si grandes son mis pecados, mayor es tu bondad». O como leí hace poco en el Oficio de Lectura «Mi único mérito es tu misericordia». Qué grandeza la de la Iglesia que no censura nada del hombre, poniéndonos siempre en el horizonte que nos permite respirar mejor. Non nobis, acabamos de cantar. No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre da la gloria. Todo lo que hacemos es para que el mundo conozca su gloria. Que Dios os bendiga y que la Virgen os custodie.
Bernabé, Madrid (España)
Caridad con uno mismo
A raíz de la invitación de un amigo empezamos a ir a la caritativa a la casa de las Hermanas de la Caridad en Madrid. Solemos empezar leyendo un pasaje de El Sentido de la Caritativa de don Gius y rezamos el Angelus. Esto nos ayuda a tomar verdadera conciencia de su significado y de las razones que nos empujan a ella. Hoy se ha concretado en la casa de chicos, enfermos de SIDA. La enfermedad les impide en gran medida ser autónomos para sus necesidades básicas, por lo que hay que bañarles, ayudarles a levantarse de la cama, vestirles. Al entrar a la habitación, sientes la desproporción que describe el texto. ¿Cómo hacer frente a sus necesidades si nos sentimos completamente incapacitados? Sólo podíamos abrazar este momento con la intuición de que en ese lugar, a través de ellos, Cristo quería mostrarse a nosotros. La sorpresa surgió especialmente en la relación con uno de los enfermos que ha dejado de lado todo tipo de prejuicio, y entiende que lo necesita todo; por ello, cualquier gesto que se tenga con él, incluso el más torpe, le llena de gratitud. Después del desayuno tuvimos unos momentos de conversación con él. Nos contaba que su vida había sido un continuo dejarse arrastrar por las circunstancias. Desde la cárcel le enviaron a un centro de desintoxicación y desde allí a la casa de las Hermanas. Aquí ha empezado a ir al fondo de su corazón, necesitando encontrar el significado de su enfermedad, de su sufrimiento y de su vida. Y en la relación con las Hermanas, los voluntarios y los otros enfermos, experimentaba y reconocía la misericordia de Dios para con su persona. El sentirse no merecedor de esta misericordia le hacía abrirse a la esperanza de un destino bueno. En los pequeños gestos como lavarle, vestirle, o simplemente interesarse por él, el Misterio se hacía carne para este hombre. Se nos hacía evidente lo que leíamos en la Escuela de comunidad: «Cristo llega, justamente aquí, a mi situación de hombre, de uno, por tanto, que espera algo porque siente que le falta todo; se ha puesto a mi lado, se ha presentado como respuesta a mi necesidad original». Nos fuimos agradecidos porque experimentamos que las necesidades de este hombre son las mismas que las nuestras, que también a nosotros nos falta todo, y que sólo una sencillez de corazón hace ver Quién las cumple.
Carlos y Ángel, Coslada (España)
El protagonista es...
El año pasado algunos amigos del Seminario Conciliar de México, en donde estudiamos filosofía los seminaristas de la Fraternidad San Carlos Borromeo, nos manifestaron el deseo de hacer Escuela de comunidad interesados por el pensamiento de don Giussani. Viendo el entusiasmo de nuestros compañeros, quise comprometerme seriamente con el lugar en que yo estudiaba. Por ello empezamos a vender Huellas, a proponer la Escuela de comunidad y a participar con interés en las actividades académicas. Cuando llega el nuevo número de la revista preparamos un panel grande con el contenido de la revista y lo exponemos en el patio central del centro. Nuestra constancia, infructuosa al principio, después de un tiempo dio su fruto. Mi sorpresa fue que la gente se interesaba y preguntaba por Huellas, por el movimiento y por don Giussani. «¿Quiénes son ustedes?» es la pregunta más frecuente. El interés ha crecido y la revista se vende bien en un lugar donde los estudiantes no tienen mucho dinero. Mis amigos pasaron a interesarse por la Escuela de comunidad, y a pesar de no ser muy fieles al gesto, acudían continuamente por el deseo de saber lo que sucedía entre nosotros. Leyendo Huellas de experiencia cristiana entendí que lo que más me ayudaba a estar en el ambiente no era tanto el relativo éxito obtenido, sino el hecho de darme cuenta de que había personas que deseaban y esperaban lo mismo que yo; el interés por Huellas y por la Escuela de comunidad era un ejemplo claro de esto. Hasta mi incapacidad para vender la revista o para guiar la Escuela se volvió algo positivo. En una ocasión ocurrió que dos amigos míos, que no son de CL pero que compraban la revista todos los meses, como notaron que yo no era un buen vendedor, se pusieron a venderla junto conmigo. Lo cierto es que tomarme en serio la realidad despertó un mayor interés por las personas que estudian conmigo y por todo lo que me rodea.
Otavio, México DF
La “música” de Chiara
Ya hacía un montón de tiempo que rezaba para que algo lograra sacarme de mi pereza, de mi desgana cuando el lunes me tocaba tomar el tren para acudir a la Escuela de comunidad, cuando la caritativa el sábado coincidía con la primera tarde de la semana en la que veía a mi marido, cuando todo era un peso en lugar de una alegría. Rezaba sola, en la soledad en la cual suelo tomar mis decisiones, aguantar mis penas, tratar de salir adelante. Lo mío era un pedir algo genérico a los cielos, pero un día –como bien describe Giussani en la definición de milagro como «momentos particulares en los que Dios llama de manera extraordinaria a un individuo»–, repentinamente, tuve claro que todo este peso pasaba por mi incapacidad a pedir a ese rostro de Cristo que son mis amigos. Sin pensarlo más me dirigí a Diego explicándole que si no me implicaba en alguna tarea era muy probable que mis perezas me ganaran. Diego me tomó en serio y el mismo día me pidió que ejerciera de fotógrafa en la velada que organizamos con CESAL en Barcelona. Nos visitaban Rose, Claudia y Pedro. Las fotos salieron todas movidas, al igual que mi corazón. El lunes fui a la Escuela esperando que se me pidiera algo de nuevo para sentir, una vez más, latir así mi corazón y de nuevo Diego me pidió que acompañara a una pianista japonesa a ver unas salas para dar un concierto benéfico. Esto ya implicaba ocupar un tiempo propiamente mío, de trabajo, pero era tanta la esperanza para mi corazón, que fui. Nació así la amistad con Hisako. El concierto benéfico estaba destinado a recaudar fondos para los proyectos de CESAL. Empezamos visitando una sala donde cabían 50 personas; luego la universidad, con una sala para 350 personas; pero la desproporción entre lo que sentíamos y el número de personas a las cuales trasmitirlo parecía enorme. Fueron tres meses de trabajo con un grupo de personas que casi no se conocían antes, con las que se creó una familiaridad que nos asombraba. Una familiaridad que simplifica la vida. Todos empleamos nuestro tiempo, y no solo el libre, moviendo nuestros contactos y entregando nuestras fuerzas. Todo se ha dado con precisión y sencillez a la vez. María, desde CESAL de Madrid, donde en un primer momento no creían que nuestras expectativas se realizaran, lo definió como «el atrevimiento de los primeros cristianos», pero quizás pensaría que era una locura. Al Teatre Auditori San Cugat acudieron 650 personas. Un éxito rotundo incluso para una de las salas más grandes de Cataluña, debido «no a argumentos persuasivos de humano razonamiento… sino a la potencia de Dios».
Chiara, Barcelona (España)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón