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Huellas N.4, Abril 2007

CL

Cartas desde la frontera

Massimo Camisasca

NOVOSIBIRSK
El gigante y el extranjero


«Desde que lo vi en el suelo estoy pidiendo ayuda, pero ni un solo ruso se ha detenido para ayudarlo. Y es vergonzoso que, entre toda esta gente, el único que lo haya hecho hayas sido tú, un extranjero». Tina, una babuska, así se les llama a las ancianas en ruso, iba a hacer la compra cuando se fijó en ese hombre tendido en el suelo sin conocimiento y empezó a pedir ayuda, ante la indiferencia de los transeúntes que se daban la vuelta y seguían adelante. Se asustó al ver a este hombre, llamado Eveghnii, de 64 años, que a ella le parecía un “gigante”, inmóvil y acurrucado en su abrigo. Con él estaba su nieto Nikita, de 6 años, visiblemente asustado por el estado del abuelo. Eveghnii, completamente borracho, había perdido el control y, resbalando, se había golpeado la cabeza.
Los 100 kilos de peso de Eveghnii también fueron un problema para Gabriele Azzalin –de 29 años, oriundo de Grosseto y misionero de la San Carlos en Novosibirsk, capital de Siberia–, que tardó mucho tiempo en conseguir que se mantuviera en pie y en llevarlo a casa, sujetándolo por el brazo junto a Tina, que recorrió toda la calle chocándose con los peatones y acusándoles de ser cínicos. En realidad, esta mujer se sorprendió al ver el cuidado que ponía este chico extranjero, hasta el punto de preguntárselo: «¿Por qué le has ayudado? ¿De dónde vienes? ¿A qué te dedicas? ¿Eres católico? Pero, aquí, en Novosibirsk, ¿hay Iglesia Católica?». En un momento, en la boca de metro, Tina había hecho a Gabriele una avalancha de preguntas, contándole gran parte de su vida: los años que pasó trabajando de ingeniero, la pasión por la historia y por las Sagradas Escrituras, que sin embargo había leído siempre como un simple texto literario, sin analizarlas, sin sentir el deseo de querer profundizar en ellas. La curiosidad que tenía por la vida de Jesús: «Me tienes que explicar por qué el Vaticano mantiene en secreto su vida. Yo querría leerla». Y la provocación de Gabriele: «Haces bien en profundizar en los escritos que cuentan la vida de Jesús, pero lo mejor es poder encontrarlo en una realidad que habla de él. Esta es nuestra dirección, ¿por qué no vienes a visitarnos?». Al final, el abrazo entre los dos que, misteriosamente, habían adquirido ya una gran familiaridad. El encuentro con Gabriele había tocado profundamente a esta mujer que, antes de subir al tren, se echó a llorar de una forma liberadora: «Gracias, hijo. ¿Sabes?, tengo 61 años y tú 29, así que podrías ser perfectamente mi hijo».
Esta sencilla historia no es más que el testimonio de que Cristo tiene la fuerza para superar las barreras de la lengua y de la cultura. Tina, acostumbrada a ver una humanidad que se divide en grupos étnicos, se quedó desconcertada ante este joven, tan maduro ya, que había ofrecido su ayuda a aquel hombre de forma gratuita, al contrario que los demás transeúntes. El escándalo del principio se transformó en asombro cuando Tina supo que este “extranjero” era un cura católico. Por otra parte, ¿quién es Cristo sino un extranjero que se convierte en compañero, se acerca y nos salva? ¿Y qué significa ser misioneros sino amar la pasión por Cristo hasta el punto de llevarla por todo el mundo? Tina, viendo a Gabriele, lo ha entendido. Y esta es la razón por la que no sólo ha dejado de considerarlo extranjero, sino que al final lo ha reconocido como padre.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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