Exposición a cargo de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo
Nos hallamos en el año 626 a.C. En un tiempo de paz, bienestar y creciente idolatría, se alza una voz incómoda llamando a todos a la conversión. En distintas ocasiones no fue escuchada, y entonces Dios se vio obligado a utilizar medidas drásticas para reclamar al pueblo hacia sí. Cuarenta años después, en 587, el pueblo sigue sin acoger la invitación, y entonces sucede el exilio predicho. Pero aun en la derrota más total, florece inesperadamente una nueva esperanza en las palabras del profeta Jeremías.
La Fraternidad San Carlos propone este recorrido a los visitantes al Meeting de Rímini 2007 a través de una exposición nada convencional: en ella se mezclan acciones teatrales, películas e imágenes. No habrá paneles, sino imágenes en movimiento, sonidos y colores, de forma que cada uno sea protagonista y se sienta transportado cada vez más al corazón de una de las historias más dramáticas de la humanidad.
Como encargados de la exposición nos hemos sentido fascinados por la figura de Jeremías, cuya vocación le arranca de una vida ordenada y tranquila y le inserta en las vicisitudes políticas y religiosas de mayor relieve de su época. Esta fascinación deriva también del hecho de que, a diferencia de muchos otros grandes personajes del pasado, Jeremías nos ha dejado una verdadera autobiografía en su Libro. A través de las palabras que dictó a su querido amigo y secretario Baruc, es posible entrar en contacto casi inmediato con él, sentir su compasión por el pueblo, su angustia al tener que anunciar la desventura e identificarnos con todas las vicisitudes de su misión. Junto a esta cercanía humana, impresiona la actualidad del mensaje central del Libro: Dios es el Señor de la historia y utiliza incluso los acontecimientos políticos para reclamar a su pueblo hacia sí. Cada evento es una palabra Suya.
Una voz enérgica
La aventura de Jeremías comienza con una voz enérgica: «Hoy te establezco sobre pueblos y reyes para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar…». Esto dijo Dios al joven, erigiéndolo como Profeta de Israel. Él sufre profundamente a causa de la tarea llena de dificultad que Dios le encomienda. No quiere anunciar la desventura, hasta llegar a decir: «Me sedujiste y me dejé seducir. Maldito el día en que nací». Pero con el tiempo aprende a confiar en Él. Reconoce que no hay bien mayor que seguir Su voluntad, y por eso vuelve para exhortar al rey y a los ciudadanos: «¡Escuchad la voz! ¡Volved al Señor!». Y en su oración privada intercede por todo Israel: «Hemos sido llamados con Tu nombre, no nos abandones».
Al igual que Jesús, Jeremías sufrirá a causa de las persecuciones de ese pueblo al que quiere salvar, ese pueblo que no hace sino burlarse de él. Pero la profecía se cumple e Israel es derrotado y sufre el exilio. Y justamente cuando Dios parece rechazar definitivamente a Su pueblo, Él enciende en el corazón de Su Profeta y de su gente un fuego de esperanza: «Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia».
Es una aventura de todo tiempo y de toda vida: el hombre cae continuamente en la idolatría, cree que puede arreglárselas solo, y abandona a Dios. Pero Él no se da por vencido, y trata por todos los medios de atraer de nuevo al hombre hacia sí. El tiempo del exilio sirve para hacer renacer la petición: «Me buscaréis y me encontraréis, porque me buscaréis con todo el corazón…».
*vicerrector del Seminario de Roma de la Fraternidad San Carlos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón