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Huellas N.2, Marzo 1985

LETRAS

Por la lectura de Vicente Aleixandre

Rafael de Haro

«Por una creación poética innovadora, que ilustra la condición humana en el cosmos y en la sociedad de la hora presente, a la par que
representa la gran renovación, en la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española».

Con estas palabras justas y exentas de protocolo, el Director de la Aca­demia Sueca destacaba al Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre. Estas líneas pretenden esclarecer, un poco ese carácter ilustrador que ofrece al hom­bre y, al mismo tiempo, impulsar a la lec­tura directa de su obra.
No es nueva en la condición poética la tarea de ilustrar al hombre en su propia condición: Jorge Manrique, Juan de la Cruz, Antonio Machado, Vicente Aleixan­dre; cada uno a su aire, sin querer adoptar posturas de orientadores personales, pero con un testimonio o con una obra que, in­dudablemente, ilustra al hombre que, lim­piamente, quiera acercarse a esta creación.
La obra poética de Aleixandre, al mar­gen de sus valores literarios, ilustra al hombre por su cosmovisión, por su con­gruencia y por el camino recorrido.

«UNIDAD EN ELLA»
A todo poeta auténtico corresponde siempre una visión completa del mundo y en esta complejidad ha de interpretarse cualquiera de sus versos. Un buen poema lo es, no sólo por los hallazgos formales que ofrezca sino también, y mucho más, por el trasfondo que presente de esa visión completa del mundo. Cuando Vicente Aleixandre inicia «Sombra del Paraíso» con dos versículos dedicados al poeta:

«Para ti, que conoces cómo la
piedra canta, y cuya delicada
pupila sabe ya del peso de
una montaña sobre un ojo dulce».

no sólo está construyendo unas metáforas más o menos nuevas, sobre todo, nos está dando su visión del poeta y, más aún, par­te de su visión del mundo.
Toda la producción literaria de Aleixan­dre, él lo ha repetido en muchas ocasiones, presenta una absoluta unidad interna en la que se traba como algo homogéneo, inclu­so único, aunque con absoluta diversidad, desde «Ambito», el libro con temblor de juventud, hasta «Diálogos del Conoci­miento» obra llena también de temblores, pero ya de ocasos y cercanías.
Las tres épocas en las que se suele divi­dir su poesía: solidaridad amorosa con el cosmos, -los libros extremos son «Pasión de la Tierra» y «Sombra del Paraíso» -solidaridad amorosa con el hombre histórico- Historia del Corazón, «Retra­tos con nombre»- y solidaridad del poeta consigo mismo- «Diálogos del Conoci­miento»-, ofrecen temática y formas dife­rentes, pero nunca podremos considerar­las, ni siquiera cada libro, aisladamente y menos aún como novedades buscadas por hastío o agotamiento de la inspiración an­terior sino como progreso en su marcha constante hacia una visión más completa del mundo y del hombre. «Toda mi poe­sía ... es un camino hacia la luz, un larguí­simo esfuerzo hacia ella».
Sin duda, la poesía que más llega al gran público, en conjunto, es «la segunda parte de mi labor donde he visto al poeta como expresión de la difícil vida humana, de su quehacer valiente y doloroso»; pero si esos libros se presentan de una forma más acce­sible, no podemos, por ello, desarrigarlos de los primeros, de los orígenes oscuros y torturados; el poeta no ha llegado a esa claridad expresiva por caminos prestados o robados; son cauces propios, largos, depu­rados en recorridos personales, los que él empleará en estos momentos de luz. Leed «En la plaza» de Historia del Corazón y veréis que la solidaridad humana, la auten­ticidad personal que lo anima, perdería sus resonancias multiplicadoras sin ese:

... olor a gran sol descubierto,
a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las
cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las
frentes unidas y las reconfortaba
.

Ese sol y ese viento, tan presentes en la poesía de Juan Ramón y Lorca, esconden, sin duda, una realidad más trascendente en los tres versículos anteriores; no son una pura imagen, son el sol y el viento en sí mismos, sin imágenes, lo que en la plaza, es decir unidos los hombres con la natura­leza, se encuentren a sí mismos.
Cuando se escribe este libro, por los años cincuenta, se hacía en España la lla­mada poesía social que, hoy, en su mayor parte, nos resulta añeja y nos hastía tanto como en su época fatigó pronto a muchos de sus creadores. A parte de inspiración, a muchas de aquellas obras les faltan raíces, cauces largos y escarpados; en cambio, es­tos libros de Aleixandre continúan, o tal vez, empiezan a estremecernos.

VISIÓN DEL MUNDO
Para el poeta que se nos marchó, dolo­rosamente como había vivido y por la mis­ma herida que se le abrió en su misma ju­ventud primera, el hombre no ha venido de una estrella, ni del mundo de las ideas, ni de una probeta de laboratorio; el hom­bre histórico es una parte del cosmos, o más lisamente, materia de esta tierra nues­tra, arcilla, cal o arena. Tiene que identifi­carse con su propia materia, cuanto más sesimile a ella, tanto más auténtico será en sí mismo. Por esta asimilación los «Hijos de los campos».

Musculares, vegetales, pesa
­dos como el roble, tenaces
como el arado que vuestra
mano conduce

......................................................
Yo os veo como la verdad
más profunda,
modestos y únicos habitantes
del mundo,
última expresión de noble
corteza,
por la que todavía la tierra
puede hablar con palabras.


En cambio, las joyas, los dijes, las ciu­dades, el propio vestido son símbolos de la falsedad del hombre; al contrario, las fie­ras, la vida vegetal, la materia inerte pura y sobre todo el desnudo humano son los cauces de autenticidad para el hombre concreto.
El proceso medieval de ennoblecimiento progresivo: mineral, vegetal, animal, fiera, hombre, se invierte en Aleixandre. No hay que considerar esta concepción de sus pri­meras obras como un estancamiento mate­rialista, sino como un paso previo, aunque inicialmente cerrado, a la concepción pos­terior «Creo que la visión del mundo del poeta alcanza una primera plenitud en esta obra (se refiere a «La Destrucción o el Amor»), concebida desde el pensamiento central de la visión amorosa del mundo».
Ese mirar las fuerzas naturales de la tie­rra como algo absoluto darán a su poesía una dimensión de grandiosidad que tanto necesita el hombre de hoy. Nuestra sociedad ha reducido las fieras a piezas de zoo de safari, las montañas o rocas de jar­dín, el sol a energía para calefacción. Hay que volver a «Sombra del Paraíso» donde la lluvia, el Sol, la Tierra, el fuego... ad­quieren el rango de inmortales y la reali­dad paradisiaca la constituyen ellos solos con las fieras, sin la presencia perturbadora el hombre a quien increpa: Humano, nunca nazcas.

IRRACIONALIDAD
Esa visión amorosa del mundo no tiene nada de filosófica, no es una de esas cáp­sulas mentales que tanto horrorizaban a Don Antonio Machado. Precisamente uno de los rasgos más destacados de la poesía moderna y especialmente en Vicente Alei­xandre es la irracionalidad; y ya sabemos que concepción y expresión van siempre unidas en este poeta. El mundo afectivo tendrá en él más vigencia que el lógico.
Querámoslo o no, tenemos una forma­ción intelectual, o peor aún, racionalista: todo lo queremos reducir a un mundo lógi­co; a la vida diaria no han bajado todavía las investigaciones, ya viejas, de las zonas oscuras del hombre. La lectura de Freud y de Joyce, que sin duda son los padres de la literatura moderna, aunque cada uno en su órbita, influyeron en su momento preciso de una forma decisiva. No es tan nueva en nuestra Literatura esta irracionalidad del lenguaje: de alguna manera la adivinamos en Antonio Machado, se intensifica en Juan Ramón, se generaliza en Lorca, in­cluso desde el Romancero Gitano y es im­prescindible en Vicente Aleixandre; para comprenderlos a todos ellos, busquemos el camino de las emociones mucho mejor que el de las reducciones lógicas. De todas las maneras sigue siendo el tributo que hay que pagar a las auténticas obras maestras en su lectura, la dificultad de compren­sión.

LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR
Uno de los tópicos fundamentales de cualquier Literatura es el amor. El tratamiento de este tema es lo que constituye lo específico de una época o un autor: la identidad amorosa con el cosmos sí que es un rasgo singular de Aleixandre. Amor­-identidad y amor-pasión son los modos que ahora nos interesan porque en definiti­va son claves de la obra; por otra parte en esta dirección no encontramos muchos tex­tos en la poesía española. Carlos Bousoño, el crítico a quien necesariamente hemos de citar al hablar algo extensamente de Alei­xandre, encuentra en solo cuatro libros treinta y siete poemas de amor, de sentido erótico.
Para expresar esa supremacía del amor recurrirá a las formas elementales de vida: roca, río escapando, liviana piedra, río lu­minoso en que hundo mis brazos... Junto a estas realidades elementales empleará dos hallazgos distantes en el tiempo: el surrea­lismo y la Literatura mística. Profundos sustratos expresivos de «La Destrucción o el Amor» están tomados de nuestros auto­res clásicos, aunque con un sentido bien distinto: son canciones «a lo humano», lo contrario de lo que hicieran nuestros místi­cos. Los amantes quieren la muerte para fundirse en un amor único que supere la dualidad personal; la muerte, para el místi­co y para Aleixandre, no separa, une; rom­pe las barreras de la identidad personal, fundiéndose en una realidad única, el amor:

Ven, ven, muerte, amor; ven
pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o amar
o morir o darle todo


POESIA ES COMUNICACIÓN
Visión del mundo, etapas asumidas de vida y poesía, expresión poética, todo es uno y lo mismo. Nada viene de fuera, sino que surge con el sentimiento, con la intui­ción entrevista. Desde las formas tradicio­nales de «Ambito» hasta el aparente pro­saísmo de algunos de sus últimos poemas, pasando por el caos circulatorio y turbu­lento de «Pasión de la Tierra», todo obe­dece a la necesidad de expresar con auten­ticidad las emociones que nacen. A pesar de la novedad de los recursos expresivos­ -triunfo del surrealismo, aclimatación de­cidida del verso libre-, la forma se queda siempre en función del contenido, al servi­cio de la comunicación. No hay manieris­mo alguno. «No creo que el poeta sea definido primordialmente por su labor de orfe­bre. La perfección de su obra es gradual aspiración de su factura, y nada valdrá su mensaje si ofrece una tosca o inadecuada superficie a los hombres. Pero la vaciedad no quedará salvada por el tenaz empeño del abrillantador del metal triste».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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