Va al contenido

Huellas N.4, Junio 1985

ACTUALIDAD

Vietnam: crónica del desorden

Bartolomé Saro

Desde los tiempos en que esta pequeña región de Indochina oriental compartía la suerte de tantas otras colonias europeas, como protectorado francés, Vietnam no ha conocido la paz. Primero con el difícil proceso de independencia jalonado de rebeliones armadas e intervenciones extranjeras, después con la constitución de los nuevos estados seguida de una de las guerras más largas y cruentas de nuestro siglo. Hoy, los conflictos norte-sur y los durísimos enfrentamientos en las zonas de Camboya y Laos, son sintomáticos de la agonía de una nación dividida por intereses ideológicos con el fondo de violencia y represión de un régimen comunista que podría muy bien ser tomado como ejemplo supremo de inflexibilidad y mentira.

SELVA Y POBREZA
La estrecha franja de 332.559 km2 ocupada por Vietnam, alberga a más de 40 millones de habitantes de una diversidad étnica enorme que encarna una síntesis popular de budismo, confucionismo, taoismo, e invocación mágica de genios, especie de animismo eclecticista, en convivencia con más de dos millones y medio de católicos, se puede agregar también la confusión de los programas de reeducación del estado. Esta población vive casi exclusivamente de la agricultura tropical: del arroz, del maíz y del algodón, sin embargo la minería y la industria están muy poco desarrolladas.
Sometido a duras condiciones metereológicas, azotado por lluvias y tifones, con pobreza de suelos y clima insalubre, sus condiciones de vida dejan mucho que desear. Además, sólo las regiones de la costa se encuentran realmente habitadas, puesto que el resto lo constituyen grandes montañas casi vacías, y selva de difícil penetración. Por si esto fuera poco, años de bombardeos incesantes han esquilmado inmensas extensiones de terreno, convirtiéndolas en verdaderos campos de ceniza.

¿HISTORIA NACIONAL O CRÓNICA DEL DESORDEN?
Durante la segunda guerra mundial los japoneses ocupan Indochina; coexisten juntas, autoridades niponas y francesas. Los japoneses, humillan constantemente a los blancos, cuyo prestigio queda minado. En el 45 proclaman la independencia, y tras la derrota del gobierno de Tokio se establecerá en Vietnam un gobierno provisional revolucionario presidido por el legendario Ho-chi-min, que naturalmente no será aceptado por Francia. Desde entonces se desarrollará el movimiento nacionalista que derrotará con el apoyo de los comunistas chinos al ejército francés en 1954, comienzan entonces la independencia del país dividido por la Conferencia de París en Vietnam del Norte y del Sur hasta que unas elecciones decidan la suerte política de la totalidad.
A partir de ahora se iniciará el segundo infierno vietnamita, con la intervención de los EEUU, que no contentos con la participación que podría desembocar en el triunfo comunista, intervienen a favor de la dictadura en el Sur de Hgdinh-diem. Una lucha ideológica que encubre claramente el deseo de sustituir a Francia en el disfrute de las riquezas mineras del país. La guerra termina con la derrota progresiva de los americanos entre el 71 y el 72, quizás por el desgaste de una guerra colonial interminable, que comienza ya a producir protestas internacionales, y crisis de conciencia en el interior de la gran potencia.
Pero la violencia no cesó con el fin de la guerra. En el 76, y tras las elecciones en las que el partido comunista fue el único candidato y triunfador, el dominio de éste se extiende definitivamente, y Vietnam se unifica bajo este régimen, si podemos llamar unificación a las revueltas persistentes aún en el sur, y a la continua disidencia, y si se puede considerar honesta la incorporación al comunismo de Laos y Camboya, de aceptación más que dudosa.

DEPENDENCIA EXTERNA, ESCLAVITUD INTERNA
Como decíamos al comienzo de este artículo, tales conflictos son sólo los síntomas de una situación política en la que la libertad y el respeto a la dignidad humana brillan por su ausencia. «La reforma de las ideas» y la reeducación recíproca, son términos que encubren la realidad de una opresión sin límites, en la que al menor síntoma de disidencia, vietnamitas y extranjeros son recluidos en verdaderos campos de exterminio. La tortura física inimaginable es allí la fase previa de una sutil labor de desorganización de la conciencia, que comporta diferentes etapas. La terapia comienza con el «Ly Lich», base de los interrogatorios en los que el preso hace una relación de su vida desde los catorce años, recalcando constantemente su culpabilidad a modo de confesión de crímenes «contra la revolución», incluyendo el mayor número posible de nombres y direcciones, que puedan dar lugar a nuevas detenciones y procesos. Muchos escriben esta biografía hasta diez veces, y llegan a dudar de su inocencia, creándose grandes traumas en la confesión de culpabilidad. Tras este trago viene la «Crítica y autocrítica colectiva» que se sucede en una serie de exámenes públicos y cotidianos, se completa la faena con la «reeducación recíproca», en la que los mismos detenidos se acusan mutuamente, y se exhortan mutuamente con edificantes discursos de moral revolucionaria movidos por el temor a los «antenas del sistema».
Objeto de estas curas, puede ser cualquier ciudadano de la calle, y por cualquier nimiedad; aún los miembros del partido por pequeñas faltas de «insuficiencia ideológica».
Tampoco la Iglesia escapa a la depuración: doscientos de los dos mil sacerdotes que hay en el país, comparten la suerte del resto de los prisioneros. Parece de un mundo de sueño, el que a nuestro alrededor las cosas continúen de esta forma. Parece también increíble que tantas veces los medios de comunicación pretendan hacernos ignorar tantas situaciones como esta, refocilando tan sólo en la anécdota de la sangre y el dolor en cualquier frente del mundo. Por último, es nuestra «siesta de la ignorancia» la que contribuye con el último eslabón de la cadena que hace de tantos hombres, oprimidos sin rostro.

ESTE ES EL TESTIMONIO DEL PADRE JEAN MAIS, QUE SOBREVIVIÓ A LA «REEDUCACIÓN» DEL ESTADO:
«Lo que describiré a continuación ocurría en un campo de la selva, donde estuve recluido una temporada: vivíamos en cuclillas; estaba prohibido terminantemente poner nuestras posaderas en el suelo. No nos podíamos mover porqué teníamos los pies encadenados por los tobillos con unos grilletes. Algunos de los detenidos eran liberados de su atadura, pero nunca se les quitaba las cadenas de los pies. Iban camino de la espesura de la selva, a trabajar, arrastrando sus cadenas por el suelo. Los demás -y yo entre ellos- pasábamos la mañana en completo silencio a la espera de que llegara la primera ración de arroz. La dieta era de dos tazas diarias. Pasábamos las horas defendiéndonos de los temibles mosquitos de la selva o soportando, mal que bien, los calambres que produce el hambre y la enfermedad».
Al cabo de cinco horas, daba comienzo la sesión de reeducación, dirigida, generalmente, por uno de los jefes del campo. Sabíamos cuándo empezaba, pero era muy difícil saber cuándo terminaba. Podía durar una hora, como podía durar cuatro.
La cosa comenzaba por la autocrítica: los presos que creían haber cometido algún error durante la jornada tomaban la palabra y confesaban públicamente su falta. Pero eso no era suficiente, no bastaba con confesar los errores, había que ir más allá y explicar la «insuficiencia ideológica» que la habla hecho posible, las consecuencias que tal falta había producido en la colectividad... Al final, el confeso sugería la pena de la que era merecedor: privación de una o varias raciones de arroz, realización de un trabajo penoso o que le ataran las manos por detrás durante unos días... Luego, el resto de prisioneros daba su opinión sobre la autocrítica que acababa de hacer su compañero. Tenían que juzgar la falta, el castigo impuesto y hasta el comportamiento general del autor. Después, terminado el turno de opiniones, tomaba la palabra el jefe de campo y emitía su juicio final: el castigo, casi siempre era inferior al solicitado. El jefe pretende así poner de manifiesto la «bondad» de la Revolución.
Terminada la autocrítica, los presos entran de lleno en la segunda parte de la sesión.
El esquema es el mismo que el de la autocrítica. La diferencia estriba en que, en esta ocasión, las faltas de uno son denunciadas por los demás. Los castigos, en este caso, son mucho más duros. Entre los detenidos, estratégicamente repartidos, están los «antenas» -gente que colabora con los guardianes- y que sacan a relucir las consignas previamente acordadas.
¿De qué podían ser acusados estos pobres hombres y mujeres que pasan todo el día encadenados? Con frecuencia, solían ser acusaciones falsas o faltas comprensibles: que fulano habla derramando el bambú con la orina de todo un día. Lo que no se decía es que fulano padecía «beri-beri» y le temblaban las manos... En la mayoría de los casos eran delitos ridículos. Pero no importaba. Cualquier falta, por pequeña que sea, era buena para dejar al descubierto nuestro espíritu contrarrevolucionario. Los jefes, oídas las acusaciones, se enrollaban en grandilocuentes e interminables discursos políticos en los que se llegaba a conclusiones como ésta: que derramar un recipiente de bambú lleno de orina es un acto contrarrevolucionario. Así solía terminar la segunda parte de la reeducación. Esta, se remaraba con una tercera. Todos los detenidos, al llegar a esta parte tenían que hacer un esfuerzo sobrehumano para dibujar en su cara demacrada un rostro radiante, exaltante de alegría, feliz, como el de esos líderes socialistas que aparecen sonrientes en los murales que cuelgan por todas las esquinas... Teníamos que mostrarnos felices y sumar nuestras voces al coro que entonaba cánticos, himnos, glorias a la revolución. Resultaba increíble, absurdo, surrealista: un grupo de miserables con los pies encadenados, los cuerpos escuálidos, famélicos, enfermos, la columna vertebral encorvada de tanto estar en cuclillas, cantando odas y palmeando el ritmo de los cánticos con la manos, sonriendo, y todo en honor de la Revolución: la revolución que les ha llevado a ese estado de postración. ¿No es increíble?

Tomado de "Pueblos del tercer mundo"

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página