En este Estado africano se extienden las protestas por la libertad mientras la pandemia queda en un segundo plano. Ya no se puede dar nada por descontado. «Vemos la esperanza en los ojos de la gente, ¿pero la nuestra en qué consiste?»
«Estaba en el coche, atascada en un tráfico de locos. Pero iba emocionada por lo que estaba pasando. Era algo histórico. Y me sentía feliz». Son palabras de Vivian, de la comunidad de CL en Lagos, Nigeria. Tiene 49 años y es empresaria. Se dedica a la importación de coches de Estados Unidos. Mientras en el mundo el Covid causa estragos, aquí la epidemia, de momento, se mantiene en un segundo plano. En parte porque los casos confirmados no son muchos, pero también porque desde hace unas semanas toda la atención se centra en otra cosa.
Desde el 8 de octubre, cuando empezaron a circular por las redes las imágenes del asesinato de un joven por parte de una unidad policial especial. «Enseguida empezaron a salir a la calle grupos de jóvenes pidiendo que se disolviera ese grupo», cuenta Barbara, una italiana de los Memores Domini que lleva años viviendo en Nigeria por un contrato con una ONG. «Siguieron haciéndolo durante semanas y la protesta aumentaba, implicando cada vez a más jóvenes al grito de “End Police Brutality”». El gobierno reaccionó con el toque de queda, pagando a vagabundos para que hicieran de agitadores y disparando contra los numerosos manifestantes congregados en la plaza mayor de la ciudad que no querían volver a casa. Se habla de unos setenta muertos, de algunos no se ha vuelto a saber nada y muchos cadáveres acabaron en la laguna. Dicha unidad especial se ha disuelto pero el gobierno, por despecho, ha retirado a la policía del distrito de Lagos, principal escenario de las manifestaciones. Así, «si antes tardaba dos horas para volver del trabajo, ahora tardo cinco», explica Barbara.
Y no se ha acabado. Aún se esperan nuevas medidas liberticidas, como la censura en las redes sociales y el bloqueo de internet. «Lo que ha pasado nunca se había visto en este país», dice Vivian. Un movimiento pacífico por la libertad, en un país donde cada uno está acostumbrado a pensar solo en sí mismo. Hasta para arreglar un bache en la calle, cada uno va a lo suyo. «Pero ahora, por primera vez, hemos visto a un pueblo más unido en nombre de un bien común». Más allá de facciones y tribus, más allá de las diferencias religiosas, en una Nigeria herida aún por los atentados terroristas de Boko Haram. «Hasta los que no salían a la calle apoyaban la protesta, llevando comida y ofreciendo ayuda económica a los manifestantes», relata Vivian. «Pero cuando el ejército atacó a la multitud que cantaba el himno nacional, me sentí vacía. ¿Se estaba derrumbando todo? Teníamos nuestras esperanzas puestas en estos vientos de cambio, pero ahora, ¿dónde podía volver a poner mi esperanza?».
John, más conocido como Willy, de cincuenta años, es profesor y esos días salió a la calle para ver lo que estaba pasando. «También entre nosotros había cierto revuelo, todos estábamos muy impactados. La gente que estaba allí, tanto chavales de 15 años como adultos de 40, expresaban un grito del corazón que yo también siento. Una necesidad de justicia, de libertad… algo que no lograban describir pero que se veía en ellos». Willy habla de la Escuela de comunidad que estaban trabajando, esa provocación de que Cristo está dentro de toda la realidad. «Yo lo vi en esa gente, en ese corazón tan ardiente». Recuerda un momento concreto. «Sus rostros, la celebración de la misa en la plaza, la Eucaristía allí… Cristo presente. Empecé a preguntarme: “¿a quién pertenezco?”. Yo he encontrado la respuesta a ese deseo. Hace dos mil años se encarnó y yo la he encontrado».
Habla de sus alumnos, de cómo ante ellos, ya desde el momento de preparar las clases, «tengo el deseo de que puedan encontrar a Jesús, que puedan ser alcanzados por Cristo haciéndose carne en mi carne, que puedan disfrutar de lo que yo disfruto». No se puede dar por descontado la llegada de la Navidad. «Ante todos estos hechos, experimento una espera nueva. Poco a poco, cada vez veo más claro que ese Hecho es la respuesta, el significado de lo que este pueblo que ha salido a la calle lleva en su corazón».
Pero esto implica una responsabilidad, señala Nyemike, un programador de 35 años. «No fui a las manifestaciones pero he seguido con total atención lo que sucedía», teniendo entre sus manos el capítulo quinto de Un brillo en los ojos de Julián Carrón. «Ahí dice que cualquier hecho puede traer la novedad de Cristo. Por tanto, estaba llamado a decir sí personalmente ante esto. “Cristo, ven, haz que te reconozca presente. También aquí, ahora”. Para mí, pero también para los que estaban en la calle. Ellos no lo saben, pero yo sé qué es lo que lleva dentro la realidad entera».
No es algo que ya sepas ni algo que descubras de golpe. «El diálogo entre nosotros fue muy intenso», cuenta Barbara. «Algunos salieron a la calle, otros no. Hasta con los que viven fuera de la ciudad hubo una confrontación bastante acalorada». Fueron momentos dramáticos, también porque era evidente que estaba suponiendo un despertar para mucha gente. «Entre nosotros, asombrados por lo que estaba surgiendo, se hacía necesario ir hasta el corazón de nuestra relación: “¿Quiénes somos? Vemos la esperanza en los ojos de la gente, ¿pero nuestra esperanza en qué consiste?”. Requiere un trabajo, sobre uno mismo y sobre la experiencia que vivimos».
Solo así se ve mejor la realidad. Incluso cuando hay gente disparando por la calle, intentando a veces colarse en tu casa, te das cuenta de que no está fuera de lugar, «como en cambio piensas a veces», seguir un encuentro en directo desde Italia sobre el tema educativo. «Hablaban de la escuela como un lugar donde hay que despertar el deseo de los jóvenes. Pensaba entonces en los que estaban al otro lado de nuestra puerta. Ellos también tienen un corazón lleno de deseo. ¿Quién se lo ha puesto? ¿Y quién puede aceptar su desafío y tratar de responderles? Esos jóvenes, el día después de la masacre, volvieron allí para limpiar su ciudad e incluso intentaron hablar con los agitadores». Que uno descubra que hay algo por lo que merece la pena vivir y hasta morir, que un corazón vibre de esa manera… «Solo Cristo puede despertar y abrazar ese deseo. La Navidad nos recuerda esto, que Cristo ya ha vencido, también en Nigeria».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón