El país lleva meses sacudido por una movilización popular nunca vista, con detenciones y violencia. El padre Aliaksei Ason cuenta cómo espera la Navidad allí donde «tú solo eres lo que el poder te permite ser. Pero cada uno de nosotros es mucho más que eso»
«Dice el calendario que la Navidad se acerca, pero lo que sucede a nuestro alrededor es como si nos llevara a pensar otra cosa. Desde el 9 de agosto, día de las elecciones presidenciales, medio centenar de conocidos míos, entre ellos amigos muy queridos, han sido arrestados por participar en las manifestaciones pacíficas. A algunos los han pegado. Otros han acabado en la cárcel hasta tres veces. Es un Adviento muy diferente a otros años. Mi espera está llena de preocupaciones nuevas y profundas». Aliaksei Ason tiene 33 años y es párroco en Nowy Pahost y Baradzenichy, pequeñas localidades rurales en la región de Vitebsk, al norte de Bielorrusia.
El suyo es un observatorio particular, alejado de las grandes ciudades, que llevan meses inmersas en protestas contra los fraudes electorales con violencia policial. Pero en la periferia la gente también discute sobre lo que ve en las pantallas de sus dispositivos. El sonido del tam-tam llega por las redes sociales. En la capital, Minsk, todos los domingos decenas de miles de personas salen a la calle a pesar de las prohibiciones del presidente Aleksandr Lukashenko. Una movilización popular nunca vista en la historia de la Bielorrusia independiente que, desde 1991, sigue estando gobernada según las lógicas de la Unión Soviética. Los que intentan alzar la voz contra el uso de la violencia son acallados. Como le pasó al arzobispo católico de Minsk, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, a quien el pasado 31 de agosto se le negó la posibilidad de regresar a su patria desde Polonia.
Pero, para llegar, la Navidad no espera a que la situación mejore. Y tal vez ese sea el principal motivo de esperanza. «No pasa un día sin que lleguen noticias preocupantes. Amigos que desaparecen y luego vuelven a aparecer en la cárcel. Personas que enferman o mueren de Covid a pesar de que el gobierno niegue sustancialmente la existencia de la pandemia». Este joven párroco lleva mucho tiempo luchando con una sensación de injusticia. «Las autoridades hacen todo lo que pueden para que tengas la impresión de que no vales nada, que no tienes derechos, solo los que el Estado te reconoce: solo eres lo que el poder te permite ser. Pero cada uno de nosotros es mucho más que eso».
Aun así, Aliaksei sigue haciendo su trabajo. Va a sus parroquias, dice la misa, confiesa, visita a los enfermos. Y discute sobre lo que está pasando. «Para mucha gente lo que pasa es totalmente normal. Llegan a justificarlo casi todo y eso me hace enfadar. Es como si no fueran capaces de juzgar lo que ven. Sé que es por la herencia educativa que recibieron durante la época soviética, pero cuesta aceptarlo». La tentación es darlo por perdido, pensar que es inútil discutir. «Pero la Navidad no solo llega para mí, sino también para ellos. Dios se hace hombre y esa es la mayor novedad que se nos propone en la vida. No puede ser una celebración más, como un simple cumpleaños. Es algo completamente nuevo que cambia nuestra manera de ver las cosas. Nos permite descubrir el verdadero valor de nuestra vida. Me gustaría que ellos también pudieran experimentar esto, igual que yo».
El año pasado, por ejemplo, el 26 de diciembre se dio cuenta de que ya había cambiado algo. «Estaba comiendo en casa con algunos fieles y me di cuenta de que había nacido una amistad con ellos que para mí era totalmente inesperada. Hasta entonces había tenido cuidado, intentaba no implicarme demasiado con los fieles porque me daba miedo defraudar a alguien, crear celos inútiles o no guardar la distancia adecuada para luego poder corregir cuando fuera necesario. Pero aquel día me di cuenta de que se me había donado algo nuevo». Aliaksei lo define como «una novedad que no sabes previamente qué rostro tendrá, no tienes ni idea de adónde te llevará», pero solo es posible experimentarla si la deseas. «Es una espera que vives dentro de las cosas que tienes que hacer, desempeñando cuidadosamente tus tareas, recordando cuál es su verdadero sentido. Para mí, esperar la Navidad consiste en esto». De lo contrario, podría pasar como en su primera experiencia de párroco. «Me pasé el Adviento haciendo todos los preparativos necesarios para las celebraciones. Cada cosa tenía que estar en su sitio. Pero, a pesar de que todo salió de perlas, me sentía vacío. Recuerdo que hasta me peleé con mi madre y me marché durante la comida de Navidad… Cuando haces las cosas de manera automática, no puede suceder nada nuevo».
Así, hasta afrontar los temas de actualidad, reconocer la injusticia que hay o ser capaz de rechazar la violencia se convierte en un desafío en las conversaciones de la parroquia. «Para mí, lo más fácil sería hablar de la Navidad limitándome a comentar la liturgia, hacer como si el mundo acabara en las paredes de nuestro templo. Pero lo que pretendo comunicar es cómo la venida de Cristo nos invita a una conversión en nuestra manera de mirarlo todo, hasta qué punto el Evangelio provoca nuestra libertad, nuestra responsabilidad, desvelando el valor y la dignidad de la vida de cualquiera. No me meto en política, eso no. Pero intento mostrar cómo las palabras de Jesús nos introducen en un camino diferente». Ason no quiere que todo acabe con las palabras que pronuncia desde el púlpito. «Busco un diálogo con los fieles. Intento ponerme en juego con ellos porque, si todo acabara en el sermón, resultaría poco creíble».
En las semanas previas al Adviento, la liturgia habla mucho de eso que Jesús llama “el Reino de los cielos”. «La Navidad es el inicio de esta manera nueva de concebir la vida. Jesús nace para que todos se puedan comparar con eso. ¿Queremos entrar en ese Reino del que habla o no? ¿O nos basta el mundo tal como es?». Son días de limpiar la iglesia, preparar juntos el Belén y el árbol. Todos ellos momentos en los que el párroco tiene la posibilidad de ponerse en juego con todo lo que es, con sus preocupaciones y lo que espera su corazón. Aliaksei bromea y dice que Bielorrusia es afortunada porque puede celebrar la Navidad dos veces: la católica, el 25 de diciembre, y la ortodoxa, el 7 de enero. «La novedad no será que entre algo distinto en la cabeza de los gobernantes sino que el milagro, también para el destino de nuestro país, será el cambio en el corazón de las personas. No será algo que caiga del cielo. La esperanza que trae Cristo es la posibilidad de cambio para cualquiera. La renovación, si llega, y ya está llegando, sucederá así».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón