Hay una frase de don Giussani que vuelve a menudo en las conversaciones y en el trabajo conjunto de las últimas semanas. Una señal de cómo dio en el clavo, tocando el corazón de los que participaban en la Jornada de apertura de curso de CL (ver el último número de Huellas) porque nos resulta familiar, la vemos acontecer en nuestras vidas. «El Señor obra también con susurros sutiles». No se impone con gestos rotundos: sugiere, invita, solicita. Se propone a nuestra disponibilidad para secundar los hechos que Él realiza. Se ofrece a nuestra libertad.
Si nos paramos a pensarlo, la Navidad también es así. Un niño indefenso. Llegó al mundo en un rincón perdido en aquel entonces, en una provincia marginal y desconocida del imperio. Menos que un soplo en el mar de la historia. Y aun así, aquello la cambió para siempre. Y la sigue cambiando porque hace posible que la vivamos cada uno en primera persona.
Sin la Encarnación, si Dios no se hiciera presente en la realidad, la vida sería simplemente imposible. Uno podría, tal vez, soportar ciertos choques –durante algún tiempo y solo para los temperamentos más fuertes– pero el aliento de nuestra libertad nunca podría ensancharse bajo esos golpes, la plenitud de nuestra humanidad nunca podría florecer hasta el fondo. Porque resultaría imposible vivir hasta el fondo lo que nos constituye: la relación con el Misterio, con el Padre. Sin el Hijo, que vive de esa relación, que vino a nosotros encarnándola y, por lo tanto, mostrando a todos ese vínculo decisivo con el Padre, nunca podríamos concebirnos y vivir como hijos. O bien, tal vez, podríamos reconocerlo teóricamente, en algún raro alarde de una razón que luego decae –es evidente que no me hago a mí mismo, que en este momento soy generado por otro que me quiere– pero no sería suficiente para vivir así y para afrontar la realidad a partir de esa evidencia, manteniéndola en el rabillo del ojo y en la mirada.
«Caro cardo salutis», la salvación de nuestra propia carne viene de la Encarnación, dice otra expresión más antigua, repetida a menudo recientemente. Necesitamos que la Encarnación se manifieste, se haga presente, que nos llegue ahora. Hechos y testigos que hoy nos solicitan la misma disponibilidad, dócil y asombrada, de los primeros, de aquellos pastores que dieron crédito a ese misterioso «susurro de Dios».
La vida está llena de testigos así. Algunos pequeños ejemplos también se pueden encontrar en las páginas siguientes. Ejemplos que son carne de Su carne, susurros del Dios con nosotros. ¡Feliz Navidad!
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