Publicamos la homilía pronunciada por el obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo al término de los Ejercicios de la Fraternidad que la comunidad española celebró en la ciudad abulense, en conexión vía satélite con Rímini. Catedral de Ávila, 6 de mayo de 2007
«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est nº 1).
Por segundo año consecutivo os acercáis a nuestra querida ciudad de Ávila para celebrar al abrigo de su sobria paz los Ejercicios Espirituales de vuestra Fraternidad. Os lo agradezco cordialmente y os doy mi calurosa bienvenida.
Como el año pasado, habéis querido celebrar la Eucaristía en el hermoso marco de la catedral, donde está la cátedra del Obispo, dando una vez más muestra de vuestro afecto y adhesión a la autoridad que guía a la Iglesia, junto a mí como sucesor de los Apóstoles.
Espectáculo de comunión
La Eucaristía de esta mañana es un débil reflejo del espectáculo de comunión con el sucesor de Pedro que muchos de vosotros vivisteis en la Plaza de San Pedro de Roma, el sábado 24 de marzo, junto al Papa Benedicto XVI. Lo traemos a nuestro recuerdo en esta celebración como un signo de nuestra comunión con la Roca de Pedro.
El cardenal Ratzinger, enviado por Juan Pablo II para presidir los funerales de don Giussani, a quien conocía personalmente y apreciaba profundamente, le describía «como un hombre herido por la belleza, que no guiaba a las personas hacia sí mismo, sino hacia Cristo, y de este modo conquistaba los corazones».
Misión evangelizadora
En su reciente audiencia con ocasión del XXV aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación, vuestro Presidente, don Julián Carrón, mostró su alegría en nombre de todos los amigos, poniendo una vez más el movimiento a disposición de la tarea y misión evangelizadora de la Iglesia, como os había pedido Juan Pablo II el 29 de septiembre de 1984: «Id a todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor». Esas palabras iniciaron una etapa misionera que os ha llevado a estar presentes en 80 países de todo el mundo. Desde los primeros momentos de la historia de la Iglesia, la fe pone en movimiento un dinamismo en el hombre que desea mostrar a los otros lo que ha encontrado, aquello que le ha sido revelado.
Como nos dicen los Hechos de los Apóstoles a cerca de Pablo y Bernabé en Listra, Iconio y Antioquia, regresan al mismo lugar de donde habían sido enviados con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. «Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo habían abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hch 14, 26). Cuentan la buena noticia de que, gracias a Cristo, ya no hay nada como antes, sino que está actuando en el mundo una radical transformación.
El único insustituible
Es verdad que no se trata de una novedad fácil, que encuentra resistencias; tampoco es una novedad momentánea fruto de un entusiasmo pasajero, sino que precisa «perseverar en la fe», es necesaria una fidelidad por la que hay que pagar un alto precio. Tengo la impresión de que éste vuestro encuentro en Ávila tiene alguna semejanza con el regreso a Antioquía de Pablo y Bernabé: también vosotros os «contáis lo que Dios ha hecho por vosotros» a lo largo de estos doce meses; y quizás por vuestro medio Dios ha abierto también a «algún gentil la puerta de la fe».
Tanto los guías como los miembros de la comunidad son encomendados al Señor, indicando que sólo Él es el único insustituible, sólo Él da seguridad. Solamente gracias al Pastor supremo la comunidad está a salvo y puede afrontar con esperanza el futuro. Pablo y Bernabé constatan la eficacia de aquella Palabra de la que ellos han sido simplemente unos servidores. Pablo y Bernabé, edificaban la Iglesia en sus comunidades, conformando el entramado de las mismas; nosotros somos continuadores de aquella misma construcción dando vida, animándola, siendo piedras vivas de este grandioso templo.
La belleza de ser cristianos
Benedicto XVI ha reconocido una vez más y públicamente el carisma del movimiento que «el Espíritu Santo suscitó en la Iglesia para que testimoniara la belleza de ser cristianos en una época en la que iba difundiéndose la idea de que vivir el cristianismo es algo fatigoso y opresivo». «Comunión y Liberación –decía el Papa– es una experiencia comunitaria de la fe, nacida en la Iglesia, no de una voluntad organizativa de la jerarquía, sino originada por un encuentro renovado con Cristo y, podríamos decir, por un impulso que deriva en último término del Espíritu Santo». «Todo don del Espíritu se encuentra originaria y necesariamente al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, dando testimonio de la inmensa caridad de Dios por la vida de cada hombre. La realidad de los Movimientos eclesiales, por tanto, es signo de la fecundidad del Espíritu del Señor, para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero confiado a toda la Iglesia».
Un mandamiento nuevo
Estáis viviendo una experiencia comunitaria de la fe. Cristo también nos exhorta hoy: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros». No podemos por menos de recordar aquí la preciosa carta que el Papa nos dirigió al comienzo de su Pontificado Dios es amor: «La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega: No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo tenerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto también hacia la unidad de todos los cristianos» (14).
La nueva alianza, que Cristo está a punto de sellar con su muerte y resurrección, contempla un solo compromiso decisivo: el amor. No es un amor cualquiera, sino: «como yo os he amado». Es un amor, por tanto, creativo (que no mira los méritos de las personas); un amor que debe llegar hasta dar la vida. Un amor que se traduce en el servicio al hombre (poco antes Jesús ha lavado los pies de los discípulos); un amor que elige la debilidad, rechaza cualquier forma de violencia, respeta la libertad, promueve la dignidad, reprueba cualquier discriminación. Es un amor desarmado que se revela más fuerte que el odio.
La verdad de lo humano
Queridos amigos: la Iglesia os necesita. Necesita un carisma como el vuestro vivido, como os decía el Papa, «con una fe profunda, personalizada y firmemente enraizada en el Cuerpo vivo de Cristo, la Iglesia, que garantiza la contemporaneidad de Jesús con nosotros». Un carisma que muestre la belleza de ser cristiano, que lo viva con gozo, mostrando que Cristo es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre y que no nos salva a pasar de nuestra humanidad, sino a través de ella.
Con Cristo una persona puede tener un afecto más grande a la mujer o al marido, conmoverse con mayor ternura ante el destino esperanzado del hijo que tiene en brazos, querer mejor a los padres y a los amigos, ser más responsable en el trabajo, no dejar la fe recluida en el ámbito privado, cosa que tanto desea y agradaría al poder del mundo. Vuestro amor real, vuestra amistad y vuestra comunión prepara y anticipa la belleza plena que nos será otorgada «en el cielo nuevo y la tierra nueva» que vio Juan en el Apocalipsis. Allí volverá a acampar entre nosotros como lo hizo la primera vez y ha continuado naciendo entre nosotros en la historia.
Se puede vivir así
El mandamiento nuevo se convierte también en el distintivo de la nueva comunidad: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». El amor que existe entre vosotros debe ser visible y podrá ser reconocido por cualquier hombre. Por tanto, ha de manifestarse con obras semejantes a las de Jesús. Los discípulos aprenden de su maestro no una doctrina, sino un estilo de vida. Mostrarán la posibilidad de una forma de vida distinta, la posibilidad de un hombre nuevo y una sociedad diferente, la posibilidad de un cielo y una tierra nueva, ya anticipada aquí como “arras” (arrabón) y como “prenda” (aparjé).
Debéis mostrar al mundo que se puede vivir así, porque si los hombres no lo ven en vosotros no podrán creer; ellos sólo pueden ser atraídos por el cambio experimentado en la vida de otros. Por consiguiente, vuestra responsabilidad ante el mundo se llama “testimonio”.
Testigos
En la Exhortación apostólica postsinodal sobre la Eucaristía, Benedicto XVI afirma que «la misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo imprime en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre» (85).
Sed testigos de Cristo con vuestro modo de vida. Convertíos –como dice don Giussani– en espectáculo para vosotros mismos y para los demás; espectáculo de límite y por eso de humillación, y al mismo tiempo de confianza inagotable en la gracia que se nos da y renueva cada mañana. Que la Virgen Santa María, cuyo amor él tanto os ha inculcado, os acompañe y os ayude a pronunciar generosamente vuestro “sí” a la voluntad de Dios en todas las circunstancias de vuestra vida. Así sea.
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