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Huellas N.5, Mayo 2007

CL

Cartas desde la frontera

Massimo Camisasca

MÉXICO
Faustino, mártir de la caridad


Cuando llego a ciudad de México es de noche. Desde el avión veo un mar de luces que señalan la inmensa capital con más de veinte millones de habitantes, asentada en una cuenca entre las montañas. Paseando por las calles, entre ruidos ensordecedores y contaminación atmosférica, es fácil perderse. Y sin embargo en medio de este bullicio, ¡cuántos signos obra Dios! Esta vez quiero contar la historia de Faustino. Faustino era un niño de doce años que desde muy pequeño tuvo que aprender a buscarse la vida solo. Sus padres no podían mantenerle y se vieron obligados a darlo en acogida, junto a su hermanita, a uno de los orfelinatos de Ciudad de México. Allí aprendió la caridad. Sus compañeros de instituto, aprovechándose de la ingenuidad de su hermana, a menudo le quitaban la comida. Y él, que se sentía el hermano mayor, se privaba de su ración para dársela a ella. Se quedó en los huesos, perdió la vista casi del todo y sufrió deformaciones en todo el cuerpo. Al final su corazón no aguantó el peso de esas privaciones. Una noche, de repente, tuvo una crisis cardiaca y murió a la mañana siguiente en el hospital en los brazos de su madre, que había ido a verle. «Un mártir de la caridad». Nuestros tres seminaristas de la casa de formación de Ciudad de México, los primeros que han empezado el camino del sacerdocio aquí en la capital, no han encontrado una expresión mejor para definir su historia. Oyendo este relato a Roberto Zocco –39 años, vicerrector de nuestra casa de formación­–, he entendido hasta que punto la historia de este niño les ha marcado profundamente y constituye un ejemplo educativo para todos. En primer lugar para nuestros chicos, que todas las semanas acuden a la Casa Hogar de las hermanas de San Vicente, que hospedan a niños con graves minusvalías y dificultades económicas y donde Faustino pasó sus últimos años de vida. Esta historia me ha confirmado una vez más que Nuestro Señor se sirve de manera privilegiada de los más pequeños. Esta vez se sirvió de Faustino, de su silencio digno, de su amor por su hermana, de su pasión por la guitarra, con la que aprendió a rezar y ganó muchos amigos. Hoy ya no está con nosotros, pero el regalo más grande que se llevan todos los que le conocieron es que la vida, aun en medio de dificultades y miserias, es algo grande. Su vida, y de manera especial el amor por su hermana, muestran a todos el verdadero significado de «dar la vida por los que amamos».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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