La historia personal del irlandés John Waters, afamado articulista del diario Irish Times, le llevó a redescubrir una pregunta más honda, por la justicia y la verdad. Hasta comprender que afirmar la existencia de Dios no es una superstición sino un acto de racionalidad más profunda
Lo primero que vi fueron unos vaqueros, una camisa ceñida, pelo largo, barba y unos ojos de niño. Sin embargo, es un hombre en la mitad de una vida dura. De inmediato se perciben en el irlandés John Waters delicada curiosidad y una timidez nada rígida que parece querer decir: “Bueno, empieza tú. Después te lo cuento todo”. Tenía que presentarlo en el Encuentromadrid 2007 y apenas sabía que era periodista, amigo de Bono y ex compañero de Sinéad O’Connor, así que apliqué el sutil método schlichting: preguntarle todo y desde el principio y, gracias a Dios, respondió perfectamente.
El deseo
Waters está de vuelta de la movida irlandesa de los setenta, en la que enarboló con sus amigos la bandera contra las tradiciones: ya saben, mucha marcha, haz el amor y no la guerra, abajo las reglas y esas cosas. Se había educado en un colegio católico del que recordaba el moralismo y pensaba que la iglesia estaba ahí para fastidiar cuanto de placentero pudiera encontrar el hombre. Años de copas y rock and roll lo llevaron con poco más de treinta al alcoholismo y a las sesiones de Alcohólicos Anónimos, donde alguien tuvo el acierto de señalarle que tal vez, más allá de la instintividad, su problema tuviese que ver con el deseo profundo de “infinito”. Pasar del whisky a Dios no es inmediato necesariamente, pero John quedó desenganchado del alcohol y ligeramente “touché” con relación a la posibilidad de que la vida tuviese un horizonte más amplio, más acorde con la infinitud de sus deseos.
Una larga lucha
Para entonces la relación con Sinéad se había roto y ambos tenían una niña. Jamás imaginó que empezaba una batalla que lo marcaría para siempre. Cuando reclamó su derecho a criarla se encontró con dos obstáculos de apariencia insalvable: la ley irlandesa y un decidido quórum social a favor de la madre y en contra de la custodia paterna. De la misma manera que había aceptado tener anhelos más ambiciosos que un simple pasar alocado por la existencia, constató y defendió públicamente el amor a su hija y su voluntad de criarla. Una larga lucha terminó con una custodia compartida y la triste certeza de que su paternidad no tenía aliados entre los compañeros de la guerra por el amor libre y la revolución social. El feminismo se había convertido en una ley de hierro tan dura o más que los prejuicios que combatieron en su día. Otras personas habrían pasado página sin más, pero John Waters supo juzgar todo aquello y reconoció sencillamente que la ideología más liberadora encierra en sí la semilla del totalitarismo.
Libertad de expresión
Cuando sus juicios comenzaron a asomarse a las columnas que escribía en el progresista Irish Times, donde había sido contratado por su imbatible capacidad de contestación, un adjetivo inquietante empezó a rodear su fama: reaccionario. Tampoco se arredró por ello. La vida le había enseñado un par de cosas a las que no estaba dispuesto a renunciar, así que aprendió también a convertirse en un francotirador del periodismo, un soldado de guerrillas tan dispuesto a combatir el moralismo de la jerarquía católica como el cinismo o el relativismo de la mentalidad dominante. «Se ponen nerviosos –dice a propósito de los editores de los diarios– cuando se citan ciertas palabras… palabras como misterio, o Dios, así que no hay que abusar de ellas». Asimismo es rotundo en su juicio sobre la libertad de expresión: «Eres libre de decir lo que quieras, siempre y cuando digas lo que ellos piensan».
Lealtad
Fue en un aeropuerto donde Mauro Biondi, director de un colegio en Dublín, reconoció los pelos largos de Waters y se dirigió a él para decirle que lo leía con interés. Nació así una amistad con un lenguaje común y una única lealtad: la realidad. A través de Biondi el irlandés accedió primero a Educar es un riesgo, de don Luigi Giussani, y después a The Religious Sense, donde descubrió asombrado que otro expresaba mejor que él el camino que lleva desde el deseo al Infinito. Desde entonces se refiere al fundador de Comunión y Liberación como “Father Giussani” y va por la tercera lectura del segundo de los libros. El pasado verano contaba su testimonio en Rímini y recientemente participó con los irlandeses en las vacaciones de CL con su hija. «No sé cuánto tiempo le llevará descubrir lo que yo he encontrado –afirma–. Puede que diez años, veinte, media vida como yo. Tal vez la vida entera, pero no puedo dejar de mostrárselo. Es lo mejor que puedo hacer por ella».
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