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Huellas N.5, Mayo 2007

SOCIEDAD - Encuentromadrid 2007

Las raíces de la democracia

Jaime Mayor Oreja

«Ya que me habéis pedido que hable de las raíces de la democracia, quiero explicaros las tres etapas de mi vida política y lo que he podido aprender en cada una de ellas»

El primer momento que marcó profundamente mi trayectoria política fue la Transición. Yo entré en la política en la Transición. Y ¿por qué? Primero, porque antes no podía hacerlo, ya que tenía 25 años, y luego, por dos razones fundamentales que me animaron.
Voy a empezar por la menos importante, pero que no es irrelevante: comencé por pura inconsciencia. Con 25 años, uno sólo puede ser presidente de la UCD (Unión de Centro Democrático) de Guipúzcoa desde la inconsciencia, porque evidentemente nadie quería ocupar este puesto.
Hay una segunda razón, más profunda, que es que, para mí, la Transición era necesaria en España. Con lo cual, yo tenía una pasión por la Transición, tenía necesidad de ella porque me daba cuenta de que aquel país idílico que era el mío, el País Vasco, que siempre me había parecido la mejor tierra del mundo, se convertía en un infierno, y por eso la necesitábamos allí más que nunca.

Tres sucesos
Hubo tres hechos definitivos para mí. Se había producido el crimen del almirante Luis Carrero Blanco (presidente del Gobierno), que fue sin duda un aldabonazo; tuvo lugar también otro crimen terrible en San Sebastián contra el presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Juan María Araluce, y en tercer lugar unos sucesos que ocurrieron en Vitoria. Estos tres hechos enterraron el País Vasco idílico que yo tenía en mi cabeza y me obligaron a favorecer, con una especial intensidad, a través de la Transición, que volviera ese país que yo quería para mi tierra vasca. Lo que recuerdo de aquella etapa es que pasaban los meses y los años, y el País Vasco no se acercaba al país idílico que yo deseaba, y confirmábamos lo peor. Y cada vez, a más democracia, más crímenes, y en los años 80 y 81 matan a más personas que en el 77, 78 ó el 79. Esa Constitución tan importante, que ayudó tanto a hacer Gabriel Cisneros, lejos de pacificar el País Vasco nos llevó a esos dos años terribles, 80 y 81, donde había un crimen de ETA cada cuatro días.

Aprender a vencer el miedo
En esa primera etapa de mi vida política aprendí a saber lo que es tener miedo: es meterse uno en la cama por la noche y, a pesar de tener en el vestíbulo de la casa de mis padres –porque todavía era soltero– a dos policías con unas metralletas grandísimas, después de apagar la luz y cerrar las ventanas, seguir teniendo miedo. Porque el miedo es un sentimiento que te acompaña. Y por eso en ese periodo pude aprender a vencer y superar paulatinamente ese miedo. Pero a la vez descubría que tenía unas convicciones trascendentes que me ayudaban decisivamente y aprendí hasta qué punto es importante la fe y saber rezar en los momentos difíciles y trágicos cuando te levantas por la mañana, sales y piensas que no vas a volver. Esa es la situaciónque nosotros vivimos y padecimos en los años 80 y 81. (...)

El fracaso de la UCD
Lo que es terrible es que esos años se extinguen sin que llegue ningún premio para el partido que nosotros mantenemos vivo en el País Vasco. Encima de que van matando a los de UCD en Guipúzcoa, que matan a todos aquellos que estaban detrás de mi en la lista, ¡detrás de mí!, encima en el año 80 tenemos un fracaso espectacular, perdemos el 60% de nuestro espacio político en Guipúzcoa y en el año 82 se extingue el partido de la UCD en toda España. Así que el premio fue tener que desaparecer de la política, porque tanto ETA como el desengaño que los españoles al final mostraron hacia aquel partido te obligaban a la retirada. En aquella etapa aprendí todo esto que estoy diciendo, que fue bastante.

La travesía del desierto
Y llegó la segunda etapa, que fue totalmente distinta. Fue la etapa de los gobiernos socialistas. En especial, entre el 82 y el 90. Aquello fue la travesía del desierto. Allí no había que superar el miedo, sino el hastío y la desesperación convencidos de que no íbamos a ganar nunca las elecciones. (...) Sin embargo, aprendí en este período otra cosa muy importante para la vida que es la perseverancia y la tenacidad, y también me di cuenta de que yo ya no tenía solución: la política ya me había “envenenado”. Porque, con aquel espectáculo, después de lo que había pasado, para seguir en política hacía falta tener mucha afición. Recuerdo también lo que me dijo en una ocasión José María Aguirre Gonzalo, que era el presidente de Banesto y del Banco Guipuzcoano: «cuando una persona decide ejercer un tipo de actividad en su vida, no tiene el derecho del desistimiento, tiene que ser tenaz y perseverante y no debe cambiar de actividad si es que su vocación es esa». Ese comentario fue providencial para mí. Y finalmente, algunos pudimos superar el hastío, el aburrimiento y la desesperación del perdedor.

El miedo reverencial
La tercera etapa de mi vida política es la del Partido Popular, que no coincide con los años de gobierno, sino que comienza con la refundación de este partido, cuando realmente nos dimos cuenta de que esta formación tenía vocación de ganar. En esa etapa, aparece otro hombre importante en mi vida: Gregorio Ordóñez (presidente del PP en Guipúzcoa). Es verdad que yo ya había superado el miedo físico a una organización terrorista, pero tenía otro miedo que siempre es más difícil de combatir que el físico: es el miedo reverencial a un ambiente político y social. Los miedos a los ambientes políticos y sociales dominantes son más difíciles de combatir que el miedo físico a unos terroristas. El miedo a que te digan que eres un bicho raro porque tienes determinadas convicciones, ese miedo reverencial que se tiene al ambiente social dominante, ése es el difícil de vencer y superar. Y Gregorio Ordóñez, aunque decía muchos disparates y muchas barbaridades, era el ejemplo de un hombre que no tenía ese miedo reverencial. No tenía miedo a nada, ni físico ni reverencial. Gregorio Ordóñez me enseñó a ser valiente y a no confundir la prudencia con la cobardía. Al mismo tiempo, descubrí otra cosa muy importante, que es la fortaleza de los propios principios, valores y convicciones, y que estaba muy seguro de ellos y muy orgulloso de tenerlos. Yo creo que eso no se descubre en un día ni en una semana, sino años, y te vas dando cuenta de que cada día confías más, dentro de tus limitaciones, en tus propias convicciones, en tus tradiciones, sin avergonzarte nunca de ellas. Fijaos que la democracia española había hecho de la Transición la razón de ser y de estar de un partido, la UCD, pero el segundo proyecto español (que impulsaba el PSOE de Felipe González) fue el del cambio. Después de todo ello, lo que quisimos hacer intuitivamente algunos –y creo que lo hicimos, aunque poco a poco y con despistes iniciales– fue asentar a España en la fortaleza. No sólo en la Transición, no sólo en el cambio, sino en la fortaleza. Y para que uno se sienta firme en la fortaleza moral, necesita principios, convicciones, valores o, si se quiere, tradiciones.

La idea de España es esencial
Por eso, ¿en qué dos terrenos he aprendido que yo tenía que cambiar respecto de lo que fue mi quehacer público político en años anteriores? Principalmente dos. Primero, en hablar claramente de España, es decir, en recordar que España es una gran nación.
Porque lo que puede ser un sentimiento inicial que tú tienes, un sentimiento familiar, se convierte al cabo de los años en una certeza. Te das cuenta de que para combatir el terrorismo, además de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, además del Estado de Derecho, necesitas un proyecto político, precisas que haya una nación detrás de ti. Te das cuenta de que el éxito de la lucha contra el terrorismo depende de la fortaleza que tú tengas con respecto a tu nación.
He aprendido también en estos años que la idea de España es esencial para hacer frente a los problemas del futuro, en la Unión Europea, en la inmigración, en la política del agua, en la lucha contra el terrorismo, en la política energética. Se hace una política u otra en función de si piensas que España es una gran nación o si crees que España no es una nación. Eso lo único que te confirma es que ahora tienes la obligación de explicar esa convicción que tú tenías más y mejor, y públicamente, y no avergonzarte de ella.

Vida personal y foro público
La segunda cosa que me he planteado en estos años es que si los valores, los principios, las convicciones, las tradiciones son tan importantes en tu ámbito personal y familiar, ¿por qué no los vas a explicar en un foro público? ¿Por qué lo que es importante en tu vida privada no lo vas a poder defender en la vida pública? ¿Por qué tenemos ese complejo de no saber defender los valores cristianos –si son esenciales en tu vida– en la sociedad? ¿Por qué vamos a estar siempre asustados, amedrentados, acomplejados por si defendemos la idea de España a la par que los valores cristianos vamos a ser acusados de nacional-catolicismo? ¿Es que defender la idea de España y al mismo tiempo defender unos valores cristianos y decir que España y la libertad son las dos caras de una misma moneda hace daño a alguien?

El futuro de nuestra democracia
Por eso creo que en mi tercera etapa política he aprendido que hay también que defender directa y públicamente esos valores a los que antes me he referido, porque cada día son, en mi opinión, más transcendentales y más decisivos para el futuro de nuestra democracia. Siempre he dicho que un médico católico primero debe ser un buen médico; y un político que se dice católico, fundamentalmente tiene que ser un buen político: si es Ministro del Interior, sobre todo debe ser un buen Ministro del Interior y si es un Parlamentario Europeo, lo primero es ser un buen Parlamentario Europeo. Ahora bien, la experiencia de estos años me dice que, además de cumplir bien con tu obligación, tienes que destinar parte de tu tiempo, de tu quehacer a defender públicamente tus valores más fundamentales y esenciales. En definitiva, eso ha sido mi vida. Como podéis ver, en ese terreno, he tenido el privilegio de poder ver cómo cambiaba yo también y de qué manera he ido evolucionando, cómo he ido perdiendo miedos y complejos. He de decir que cuando cuento lo que me ha pasado en los años 80 y 81, parezco un super-hombre. Pero yo las películas de miedo en televisión no las puedo ver, me tapo los ojos porque me da mucho miedo.

Atrevernos a decir la verdad
He aprendido que una persona es capaz de resistir todas las situaciones en la medida en que tenga unos principios, unas convicciones profundas. Creo que lo que nos corresponde ahora más que nunca a los católicos es decir la verdad y contar nuestra verdad en la vida política y pública española. Atreverse a decir la verdad no es fácil. Cuando ves cómo un gran medio de comunicación está exigiendo una derecha laica, dices «bueno, aquí lo que a algunos les molesta es que haya valores cristianos que puedan aglutinar hoy a la sociedad española». Ya sabemos que esa es la tarea más difícil hoy. Y por eso creo que tenemos que atrevernos a decir la verdad. Si buscas la verdad, al final siempre alcanzas la libertad, no al revés. Creo que si algo he aprendido en mi vida política es que cuando me he atrevido a decir la vedad es cuando realmente he sido útil a la España de hoy y a la de mañana.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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