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Huellas N.5, Mayo 2007

PRIMER PLANO - Obediencia es...

Valdo y Francisco.
La línea divisoria

Laura Cioni

Ambos plantearon el valor de la pobreza en el origen de sus movimientos, pero para el Pobrecillo de Asís todo se jugaba dentro de la obediencia a la Iglesia

La línea divisoria entre Pedro Valdo y san Francisco de Asís es la obediencia. Es conocido que, en el seno del amplio movimiento de reforma de la Iglesia que marcó de manera particular los siglos XII y XIII, las posiciones de ambos no estaban muy lejanas. Y sin embargo san Francisco consiguió lo que no logró Valdo, es decir, contribuir a esa reforma con un árbol exuberante y fecundo de frutos de santidad y doctrina para hombres y mujeres de cualquier condición social, justamente en virtud de la obediencia a la Iglesia institucional que caracterizó su personalidad –y la de otros–, cuando se dio cuenta de la amplitud social del movimiento que se había suscitado.

Elección radical
Vayamos por orden. La pobreza, como centro de la reflexión sobre la reforma gregoriana y como práctica de vida en los movimientos de distinta naturaleza que proliferaban después del año Mil, era cosa conocida desde hacía tiempo. La reforma cisterciense, por ejemplo, se planteó en el seno de la gran tradición benedictina como vuelta a la regla que prescribía el trabajo manual, en contraste con la riqueza y el poderío de la Orden de Cluny. Pero solo con el surgimiento de nuevas formas de vida social –la ciudad sobre todo– la aspiración a una vida evangélica integral, a “seguir desnudos al Cristo desnudo”, como entonces se decía, se convierte en impulso para vivir una fraternidad de pobres en los pueblos y en los caminos de la vida normal, más que en los monasterios o en los eremitorios. Se hace más visible y cotidiana, por tanto, la elección radical que algunos realizan en el seguimiento del Evangelio al pie de la letra. La Iglesia en general aprueba y permite estas nuevas formas de vida, sin obligarlas a permanecer en los estrechos límites de las Órdenes existentes, como había sucedido a comienzos del siglo XII con un predicador bretón, Roberto de Arbrissel, precursor de san Francisco, comparado con frecuencia con él, que tuvo que canalizar su vasto movimiento hacia la regla monástica benedictina con la fundación de la Orden de Fontevraud.

Vida evangélica
Así sucedió, por ejemplo, en la ciudad de Lyon, en donde se desarrolló un movimiento laical de hombres y mujeres en torno a la figura de Pedro Valdo, rico comerciante, que en 1173 repartió sus bienes entre los pobres. Tal movimiento quería vivir una vida evangélica en las condiciones normales de la existencia cotidiana, en la familia y en el trabajo. Aunque estos movimientos suponen un reto para el mundo cristiano, carecen de doctrina para la predicación y fácilmente caen en la herejía. A menudo la altura misma del ideal que inspira a este y a otros grupos similares, les lleva a posiciones extremas, al escándalo por la desastrosa situación del clero y con frecuencia a formas de insubordinación a la autoridad eclesiástica. Resulta significativo el propósito expresado por Valdo y por sus seguidores en torno al año 1180: «Y porque, según el apóstol Santiago, la fe sin obras está muerta, renunciamos al siglo y a todo lo que poseíamos, y tal como aconsejó el Señor, lo distribuimos a los pobres, y decidimos ser pobres, de modo que no nos preocupamos del mañana, ni de poseer oro ni plata, ni nada más fuera de la comida o del vestido cotidiano de quien quiera proporcionárnoslo. Nos proponemos observar como preceptos los consejos evangélicos». En 1184 Valdo fue excomulgado, aunque más tarde Inocencio III hizo lo imposible por reconocer sus valores positivos. Evidentemente el Papa discernía en los movimientos laicales de naturaleza ortodoxa y heterodoxa realidades a menudo profundamente distintas, que trataban de insertar el mensaje evangélico en un orden social que vivía una rápida transformación desde la economía agrícola a la mercantil, con sus valores de ganancia y beneficio.

Amor a Cristo
San Francisco hace lo mismo: reniega de la vida y de los valores del mercado, se pone bajo la tutela de la Iglesia como consecuencia de una llamada al seguimiento radical de Cristo pobre y obediente hasta la cruz. Es imposible trazar aquí, aunque sea brevemente, su itinerario espiritual. Pero los puntos cardinales de la conciencia subjetiva que tuvo de su obra se ponen de manifiesto en las tres indicaciones dictadas en Siena en 1226, con ocasión de una grave enfermedad, y que constituyen su testamento: en ellos prescribe a todos los hermanos que se amen recíprocamente, que amen y respeten la pobreza, y que sean siempre fieles y estén sometidos a la jerarquía eclesiástica y al clero.
Este último propósito reafirma precisamente la diferencia entre el movimiento franciscano y los grupos heréticos, no porque Francisco quisiese minimizar la originalidad de su propia obra o porque Roma fuese Roma, sino porque toda forma de rebelión contra la autoridad implicaba apropiarse de instrumentos y asumir programas de poder que eran radicalmente contradictorios con la elección evangélica que perseguían. Y es en el nivel de la fe, y no de la disciplina, y por tanto en el nivel de la profundidad del amor a Cristo, en donde se debe buscar el motivo de la obediencia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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