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Huellas N.5, Mayo 2007

PRIMER PLANO - Obediencia es...

Educación

a cargo de Paolo Pérego

Profesora de latín y griego en el liceo Berchet de Milán, Elisabetta Cassani aborda la obediencia en el ámbito escolar. «Si falta una finalidad, si no se tiene ninguna meta, la obediencia carece de sentido»

Nunca como ahora el concepto de obediencia queda marginado –si no ignorado– cuando se habla de enseñanza.
La pérdida general de significado que caracteriza a nuestro mundo afecta a la institución escolar, que tiende a sustituir la obediencia por la obligación. En todos repercute en cierta medida esa mentalidad según la cual “pedir que obedezca” es sinónimo de “obligarle”; con el pretexto de atenernos a los protocolos, los profesores evitamos implicarnos como personas y preferimos limitarnos a mandar.

¿A qué se debe esta falta de implicación?
Sin libertad no puede haber obediencia. Tampoco la puede haber si no hay una finalidad: la obediencia está en función de la meta. Si no se quiere alcanzar ninguna meta, la obediencia carece de sentido. Es un aspecto esencial de la parálisis educativa que padece nuestra enseñanza. A fuerza de neutralidad, de teorizar la ausencia de valores absolutos, ¿cómo puede un profesor pretender que le obedezcan? La “enseñanza neutral” no propone una meta, no sabe educar: pero así resulta imposible también exigir una obligación, como demuestra la situación en las aulas que todos conocemos.

La “enseñanza neutral”, por tanto, es perjudicial para el estudiante.
No solo para él. También pierde credibilidad el profesor, que no sabe “en-señar”, mostrar que la realidad es signo: en nombre del respeto a una libertad abstracta e inexistente, se oculta la propia posición y de esta forma se renuncia a ser autoridad. Como consecuencia aparece desautorizado, porque deja espacio a un relativismo en el que nada tiene una evidencia incontestable.

¿Por qué debería obedecer un estudiante?
Creo que la relación educativa que se produce en la enseñanza nos convence que es extremadamente conveniente obedecer. Educar, lo sabemos, es abrir a la realidad: por tanto implica una escucha cordial y un seguimiento de las indicaciones que la realidad misma nos pone delante, lo cual sucede dentro de un camino educativo. Cuando pasa de la obligación a la obediencia, el estudiante experimenta la libertad: en último término, por ejemplo, sabe que ir al colegio e implicarse en el estudio le conviene; pero hace falta que alguien le sostenga en esta convicción suya inicialmente frágil. Sin reglas, que a veces pueden resultar costosas, no se llega a la libertad; pero la observancia de las reglas debe apoyarse en la presencia afectuosa de un “maestro”, que aprecia en primera persona su validez. La primera obediencia de un maestro es a la persona que tiene delante. Obedecer a mi condición de profesora implica, por ejemplo, no pretender que todos mis alumnos alcancen el mismo nivel fijado de antemano, sino valorar cómo cada uno alcanza ciertos objetivos, contando con su propia historia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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