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Huellas N., Abril 1984

CRÍTICA

Dvorak, grandeza y modestia

José Ramón

Hace ya 80 años, el 1 de mayo para ser exactos, moría en Praga un compositor a cuyo funeral asistió una enorme multitud de personas.
Antonin Dvorak fue un músi­co afortunado. Al contrario que otros grandes músicos fue reconocido en vi­da. Nunca pasó penurias económicas y su vida matrimonial fue un éxito. Aquellos que piensen que un artista debe llevar una vida agitada, verán en Dvorak una gran excepción. Sus dos grandes aficiones, la colombo­filia, a la que dedicaba los veranos, y las máquinas de trenes, nos dan imagen de la humana simplicidad de sus costumbres. El contacto con su obra nos invita a gozar plácidamente de la existencia.
Antonin Leopold Dvorak na­ció en Nelahozeves, cerca de Praga, en 1841. Su padre era el carnicero de la localidad, y él comenzó sus andaduras por el mundo de la música como violinista del coro de la igle­sia. Las penurias económicas de su casa le obligaron a ejercer el empleo paterno pero, afortunadamente, en 1857 se matriculó en la Escuela de Organo de Praga, donde terminó sus estudios con la calificación de "exce­lente talento". El hecho de que Smeta­na dirigiese la orquesta del Teatro Provisional donde Dvorak tocaba, supu­so un gran aliciente para él, y comen­zó diez largos años de aprendizaje de composición. Así en 1873 llegó el reconocimiento público a su labor con el estreno de Hymmus, de una clara tendencia patriótica, gracias a una beca en cuya concesión influyó Brahms, Dvorak pudo dejar la orquesta y centrarse más en la tarea de la composición.
A partir de aquí, su carrera ascendente ya no paró. Fue conside­rado, junto con Brahms, el mejor músico de su época. Vagó por toda Europa dirigiendo sus propias obras. Fue nom­brado miembro de muchas Academias, el Conservatorio de Praga le ofreció la cátedra de composición, e incluso, estuvo impartiendo clases durante dos años en el Conservatorio de Nueva York. Se dice que aceptó por el mero hecho de ver las flamantes máquinas de tren norteamericanas, aunque hay que tener en cuenta que el contrato suponía 15.000 dólares anuales, (una verdadera fortuna para la época). De esta época (1839) es su Sinfonía n. 9 "Del Nuevo Mundo" cuyo éxito fue enorme.
Pero la campiña checa tira­ba del corazón del músico más que el dinero y en 1895 volvió a su país donde compuso el bellísimo Concierto para violoncelo y orquesta.
Unos dolores de cabeza a los que Dvorak no concedió importan­cia degeneraron en una congestión ce­rebral que acabó con su vida.
Hablar de la producción mu­sical de este gran maestro en un espacio tan pequeño es imposible. 9 Sinfonías, Danzas y Rapsodias esla­vas, Oberturas, Operas, conciertos pa­ra instrumentos solistas y un largo etc. suponen la obra de un hombre tan humilde que, cuando triunfaba el estreno de una de ellas, se marchaba a casa dejando al público aplau­diendo y aclamándole.
Muchas son las obras por las que podemos entrar en su mundo, así que os recomendamos las más cono­cidas citadas anteriormente. Su sinfo­nía n. 9 y el Concierto para violonce­lo y orquesta. Ambas están editadas en Deutsche Grammophon, con la Orques­ta Filarmónica de Berlín y von Kara­jan. El solista de chelo es el archi­conocido Rostropovich.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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