Hace ya 80 años, el 1 de mayo para ser exactos, moría en Praga un compositor a cuyo funeral asistió una enorme multitud de personas.
Antonin Dvorak fue un músico afortunado. Al contrario que otros grandes músicos fue reconocido en vida. Nunca pasó penurias económicas y su vida matrimonial fue un éxito. Aquellos que piensen que un artista debe llevar una vida agitada, verán en Dvorak una gran excepción. Sus dos grandes aficiones, la colombofilia, a la que dedicaba los veranos, y las máquinas de trenes, nos dan imagen de la humana simplicidad de sus costumbres. El contacto con su obra nos invita a gozar plácidamente de la existencia.
Antonin Leopold Dvorak nació en Nelahozeves, cerca de Praga, en 1841. Su padre era el carnicero de la localidad, y él comenzó sus andaduras por el mundo de la música como violinista del coro de la iglesia. Las penurias económicas de su casa le obligaron a ejercer el empleo paterno pero, afortunadamente, en 1857 se matriculó en la Escuela de Organo de Praga, donde terminó sus estudios con la calificación de "excelente talento". El hecho de que Smetana dirigiese la orquesta del Teatro Provisional donde Dvorak tocaba, supuso un gran aliciente para él, y comenzó diez largos años de aprendizaje de composición. Así en 1873 llegó el reconocimiento público a su labor con el estreno de Hymmus, de una clara tendencia patriótica, gracias a una beca en cuya concesión influyó Brahms, Dvorak pudo dejar la orquesta y centrarse más en la tarea de la composición.
A partir de aquí, su carrera ascendente ya no paró. Fue considerado, junto con Brahms, el mejor músico de su época. Vagó por toda Europa dirigiendo sus propias obras. Fue nombrado miembro de muchas Academias, el Conservatorio de Praga le ofreció la cátedra de composición, e incluso, estuvo impartiendo clases durante dos años en el Conservatorio de Nueva York. Se dice que aceptó por el mero hecho de ver las flamantes máquinas de tren norteamericanas, aunque hay que tener en cuenta que el contrato suponía 15.000 dólares anuales, (una verdadera fortuna para la época). De esta época (1839) es su Sinfonía n. 9 "Del Nuevo Mundo" cuyo éxito fue enorme.
Pero la campiña checa tiraba del corazón del músico más que el dinero y en 1895 volvió a su país donde compuso el bellísimo Concierto para violoncelo y orquesta.
Unos dolores de cabeza a los que Dvorak no concedió importancia degeneraron en una congestión cerebral que acabó con su vida.
Hablar de la producción musical de este gran maestro en un espacio tan pequeño es imposible. 9 Sinfonías, Danzas y Rapsodias eslavas, Oberturas, Operas, conciertos para instrumentos solistas y un largo etc. suponen la obra de un hombre tan humilde que, cuando triunfaba el estreno de una de ellas, se marchaba a casa dejando al público aplaudiendo y aclamándole.
Muchas son las obras por las que podemos entrar en su mundo, así que os recomendamos las más conocidas citadas anteriormente. Su sinfonía n. 9 y el Concierto para violoncelo y orquesta. Ambas están editadas en Deutsche Grammophon, con la Orquesta Filarmónica de Berlín y von Karajan. El solista de chelo es el archiconocido Rostropovich.
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