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Huellas N., Abril 1984

IGLESIA

La Iglesia de Madrid ante el drama del paro

Cristina López Schlichting

Durante los días 23, 24, 25 y 26 de enero ha tenido lugar en la Fundación Pablo VI el I Congreso Diocesano de Lucha contra el Paro. Resume este congreso tres años y me­dio de trabajo de la Comisión Dioce­sana de lucha contra el paro, creada por el Consejo Episcopal e integrada por todos aquellos cristianos que conscientes del problema, han tomado iniciativas con relación a éste.
Los medios de comunicación se han hecho eco de la labor económi­ca de la Comisión y el público se ha visto sorprendido al recibir la noti­cia de que ésta había repartido más de 100 millones de pesetas, inten­tando crear puestos de trabajo y ayu­dar a familias de trabajadores afecta­dos. Lo que, sin embargo, no ha sido reflejado por el mundo periodístico han sido las motivaciones y los obje­tivos de la propia Comisión, ni lo que aún es más importante, la postura del congreso frente a este tremendo aspecto de la realidad social.
Pero vayamos por partes, el congreso, que -más que ofrecer una solución estructural, social o políti­ca al problema del paro-, pretendía analizar en profundidad las relacio­nes de la Iglesia con los madrileños en paro, se abrió con una serie de informes que aclararon el panorama que iba a ser considerado.
El paro afecta a 2.342.309 de personas de las cuales 313.900 son madrileñas (18,5% de la población activa). De éstos sólo 670.000 cobran el seguro de desempleo, los restan­tes, teniendo en cuenta que no existe el subsidio de desempleo, están aboca­dos a una lamentable situación que resumió el psicólogo José Mª Fernán­dez Martos una personalidad aniquila­da, pérdida de la confianza en uno mismo, paso paulatino a una situación de ansiedad, problemas familiares, complejos, complicaciones sexuales, agresividad y, en última instancia, alcoholismo, drogadicción y delincuen­cia. "Quitar a un hombre su trabajo es quitarle el núcleo de su identi­dad" (Fernández Martos). El enfoque social reveló lo que ya está en la mente de todos, que el paro es la consecuencia de una sociedad indus­trial capitalista que camina a la injusticia más feroz y a un paro estructural constante imprescindible para la susbsistencia del sistema. Sería infantil creer en algún momento en la posibilidad de creación de los 800 o 400,000 puestos de trabajo que ofrecen respectivamente el Partido So­cialista o el Grupo Popular.
Por otro lado es evidente que la salida de la crisis es el objetivo prioritario de una sociedad cuya respuesta consiste en lograrlo, aunque esto implique el aumento del número de parados.
Bajo ningún pretexto la Iglesia podría sumarse a esta postu­ra. La solidaridad y la justicia han de ser, con mucho, previos, como se oyó en el congreso. Entre paz, justi­cia y libertad debemos atender prime­ro a la justicia, ya que sin ella no hay paz ni libertad posibles.
Si las conclusiones fina­les, que fueron entre otras "hacer. de la lucha contra el paro y a favor de los parados el objetivo priorita­rio de nuestra Iglesia y también el objetivo ciudadano principal" y "fomentar el espíritu de solidaridad en­tre las instituciones de la Iglesia, sugiriendo la revisión de sus presu­puestos de gastos y la posible situa­ción de improductividad de sus patri­monios", han sido aireadas desde los medios de comunicación, de nuevo no lo han sido tanto las exigencias éti­cas que se plantearon de cara a cada cristiano mínimamente sincero:
- obligación de un voto responsable en cuanto a política económica se refiere
- obligación moral de la inversión a pesar del riesgo ( "un cristiano co­herente debe renunciar al negocio como un valor absoluto")
- exigencia ética de una participa­ción de los obreros en el capital y la gestión de la empresa renuncia al pluriempleo y a las horas extras
- anticipación voluntaria de las jubi­laciones
- eliminación del fraude fiscal en la declaración y en el seguro de desempleo
- fin del trabajo clandestino de ni­ños (unos 300.000 en España) fórmulas legales para posibilitar
- como ya se hace en otros países ­jornadas de trabajo reducidas
- compartir el producto bruto inte­rior, esto es, el salario, entre ocupados y desocupados
- conveniencia de una justa ley de incompatibilidades
- máxima limitación del gasto público hacia los sectores que favorecen la carrera de armamentos o que no tienden a crear empleos
- colaboración con la campaña "Un día de tu salario mensual para tus her­manos en paro"
Todo ello supone una tremen­da exigencia y exige una toma de conciencia frente a la situación a la que nos ha enfrentado este I Con­greso Diocesano.
Juan Pablo II comentó a su paso por Barcelona que el paro es un problema ético y espiritual porque es síntoma de un orden moral enfermo y Monseñor Suquía hizo de nuevo hinca­pié en este punto en el discurso de clausura del congreso. Nada más rotun­do, en este sentido, que el primer objetivo de la Comisión Diocesana de lucha contra el paro recogido en su informe para el congreso "intentar crear en los madrileños una alternati­va de valores en una economía de escasez". El paro refleja, en efecto, la crisis de la sociedad y de su sistema de valores, se imponen una alternativa y una renovación de los principios existenciales.
Y aquí entramos nosotros, aquí entra la Iglesia, si nuestra vida no es una farsa, si creemos realmente que Cristo aporta al hombre toda la novedad de su misma esencia humana y experimentamos sinceramente la libertad del encuentro, es tarea nuestra proponer el nuevo orden con un testimonio claro y valiente. Debe­mos ser conscientes de los problemas de nuestro entorno y solidarizarnos con todos aquellos que lo sean. Se exige una conversión radical que des­tierre la imagen previa de una igle­sia despreocupada. A este respecto es decisiva la encuesta presentada ante El Congreso Diocesano: los madri­leños creen que las preocupaciones de la Iglesia están distorsionadas, pues ven a la Iglesia "más preocupada por la moral individual que por la moral social".
¿De quién es la culpa? ¿Po­demos aislarnos en el paraíso del confort y del consumismo, del bienes­tar y el individualismo?
Urge una respuesta entu­siasta a las iniciativas del congre­so. Una vida que dote al vocablo "solidaridad" de un contenido defini­tivo.
El problema se extiende más allá de la dialéctica capitalis­mo-colectivismo. Como se afirma en una editorial reciente del "MAS" (pe­riódico de las Hermandades del Traba­jo) no podemos, desde luego, "vender nuestra primogenitura por un plato de lentejas": el colectivismo puede ser la solución económica pero junto al derecho al trabajo el hombre com­pleto: persona-hijo de Dios, que po­see el derecho a una educación libre, a la vida, a fundar una familia esta­ble, etc...
El sistema cooperativista podría ofrecer soluciones, pero siem­pre y cuando la libertad quedase ga­rantizada.
Lo que sí se evidencia es la falta de coherencia de un sistema que superpone la supervivencia de sus propias estructuras al hombre mismo, un sistema que en lugar de estar al servicio de la persona, la esclaviza. Es esto lo que denunciamos los cris­tianos.
Al final del Congreso quedó en el aire la pregunta de si sería posible transformar la sociedad ac­tual o si sería necesario renovarla por completo.
Al cabo, lo único cierto es que la alternativa ha de partir de todos los hombres conscientes y unidos, evitando luchas de clases y egoísmos estamentales, intentando su­perar, en nombre de la dignidad perso­nal, el individualismo burgués.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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