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Huellas N., Abril 1984

IGLESIA

El trabajo construye el hombre y la sociedad

José Luis Restán

¿Cuál es el sentido verdadero y último del trabajo? ¿Cuál debe ser la postura del hombre ante esa dimensión fundamental de su existencia? ¿Cómo incide el Evangelio con su mensaje sobre esta realidad?
Vamos a rastrear las posibles respuestas a los grandes interrogantes que nos plantea el hecho del trabajo humano, en la rica y sugerente enseñanza que Juan Pablo II viene realizando sobre el tema a través de cartas, discursos y encuentros con el mundo del trabajo.

En primer lugar, una cues­tión de método: La Iglesia piensa en el hombre y se dirige a él no sólo a la luz de la experiencia histórica, no sólo con la ayuda de los múltiples métodos del conocimiento científico, sino ante todo a la luz de la palabra revelada del Dios vivo (Lab. Ex. n 4).
* Por eso el Papa arranca su refle­xión de las primeras páginas del li­bro del Génesis, identificando uno de los rasgos que hacen del hombre imagen de Dios, en el mandato recibi­do de su Creador de someter y dominar la tierra, reflejando la acción misma del Creador del universo. Pero el trabajo sólo corresponde a este con­cepto fundamental de la Biblia cuando al mismo tiempo, en todo el proceso el hombre se manifiesta y confirma como el "que domina" (Lab. Ex. n 4 y 6).
Más aún, se puede decir que el hombre "somete" a sí la tierra cuando él mismo, con su comportamien­to, se hace señor de ella, no escla­vo, y también señor y no esclavo del trabajo (Hom. en Jasna Gora).

El hombre como persona, es pues, sujeto del trabajo. Y es este sujeto, con toda su dignidad propia de ser cuando a imagen de Dios, el primer fundamento del valor del trabajo. Incluso en nuestra época, marcada por el papel creciente y valioso de la técnica en todos los procesos de trabajo, el sujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre. Podría decir­se incluso, que los interrogantes e­senciales que se refieren al trabajo humano, tienen una carga particularmente intensa de contenidos y tensio­nes de carácter ético y ético-social (Lab. Ex. n 5).
* Pero el sentido del trabajo no se agota, en el sometimiento de lo creado y su puesta al servicio del hombre conforme al mandato bíblico. El traba­jo contribuye a construir el propio hombre en su integridad psicológica, moral, social y cultural.
No en vano, en orden a pro­ducir su fruto, la tierra iba a depen­der del genio y la maestría... de aquellos a quienes Dios se la iba a confiar (Hom. en Living Histori Farms, Desmoines). Y así, mediante el trabajo no sólo transforma la naturaleza, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido" se hace más hombre" ( Lab. Ex. n 9).
Sería absurdo que el traba­jo, mediante el cual la materia es ennoblecida, produjese una mengua en la dignidad de aquél que es sujeto, y por el que encuentra todo su valor. Por eso no basta con reivindicar la virtud de la laboriosidad como acti­tud moral, sino que es preciso al tiempo construir un orden social del trabajo que permita al hombre "hacer­se más hombre" en el trabajo ( Lab. Ex. n 9).
*El trabajo además, sugiere relación y diálogo, pues se hace con otros y para otros. Haciéndolo con y junto a otros, comprende el hombre cómo cola­bora a incrementar el bien común y a multiplicar el patrimonio de toda la familia humana (Lab. ex. nº 10).
Haciéndolo para otros, esta­blece con ellos un diálogo al servi­cio de la vida, del que los objetos de intercambio son los productos de ese mismo trabajo, estableciéndose una solidaridad que no debe contentar­se con el nivel de la reivindicación y de la justa lucha por los derechos, sino que debe alcanzar el plano de la conciencia de ser llamados por Dios a construir un mundo nuevo en el que habite la justicia y la frater­nidad, anticipo del Reino de Dios, en el que no había ya ni carencias ni limitaciones. (Hom. Estadio de Ja­lisco, Guadalajara).
El trabajo pues, posee en sí una fuerza que puede dar vida a una comunidad: la solidaridad... No una "solidaridad contra", sino una "solidaridad para", para la justi­cia para la paz, para el bienestar y para la verdad en la vida social (Disc. en Montjuich, Barcelona).
*Pero nuestro rastreo en busca de las fuentes del sentido del trabajo quedaría frustrado si no afrontase que en el trabajo del hombre está profundamente grabado el misterio de la cruz, la ley de la cruz ( Hom. Nowa Hutta)
Y es que todo trabajo, tan­to manual como intelectual, está uni­do inevitablemente a la fatiga y al dolor. Esta asociación del dolor al trabajo constituye el anuncio de la muerte y señala la necesidad de tras­cender el ámbito de la acción terre­na. Sin embargo, hay que gritar con todas las fuerzas: el trabajo no es una maldición, es una bendición de Dios que llama al hombre a dominar la tierra y a transformarla, para que con la inteligencia y el esfuerzo humanos continúe la obra creadora y divina (Hom. Estadio de Jalisco, Gua­dalajara).
Es cierto que el pecado ha añadido a la original bendición de Dios un elemento de sufrimiento. Sin embargo, el sudor y la fatiga que el trabajo necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad, des­cubren al cristiano una pequeña parte de la cruz de Cristo, y éste la acepta con el mismo espíritu de reden­ción, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros (Lab. Ex. nº 27). En efecto, pues si con el sudor de la frente ha trabajado el labrador, y con el sudor de la frente trabaja el obrero de la industria, así también con el sudor de la frente ( con el tremendo sudor de la muerte) agoniza Cristo en la cruz ( Nowa Hut­ta).
Hay que descubrir pues, có­mo esa fatiga inherente a todo traba­jo humano puede convertirse a la luz de la fe, en causa de profundización para el hombre, en estímulo de comu­nión y solidaridad mutua, y en suma, en participación de la obra redentora de Cristo.
Ahora bien, en el trabajo, merced a la luz que penetra en noso­tros por la Resurrecci6n de Cristo, encontramos siempre un tenue resplan­dor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los "nuevos cielos y la nueva tierra", los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo son participados por el hom­bre y por el mundo (Lab. Ex. n2 27).
El Papa confiesa haber aprendido nuevamente el Evangelio a través de sus experiencias persona­les de trabajo (Hom. Nowa Hutta); quizás es un modo más de seguir a Aquel que siendo Dios se hizo semejan­te a nosotros en todo, y dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero (Lab. Ex. n2 6)•

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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