Desde hace unos años el cómic se lee. Se lee mucho. El número de revistas de este carácter se ha multiplicado por seis en los últimos tiempos. Y desde hace unos meses del cómic también se escribe mucho en la prensa. No es para menos porque en casi tres meses se han celebrado numerosas exposiciones de cómic de mayor o menor calidad, pero siempre con gran éxito de público, especialmente juvenil.
Hace unos años era considerado un producto editorial infantil, pero su relevancia estética, narrativa e ideológica ha convertido a la mayor parte del cómic en una manifestación cultural para adultos. El Salón Internacional del Cómic de Angulema, la II Exposición de Cómics y Fanzines de autores noveles ( que ha recorrido varias capitales españolas), la posible exposición en Madrid de una importante muestra del comic francés (según nos aseguraba el encargado en la Dirección General de la Juventud), y la exposición, también en Madrid de la revista "El Víbora", hacen del cómic un tema de gran actualidad.
Se han escrito múltiples estudios entorno a este fenómeno, pero son escasos los análisis que se hacen de él desde una perspectiva cultural, ideológica. Es una producción heterogénea, pero desde luego, el cómic que lee la juventud, el cómic de "adultos" (al que aquí nos referimos) tiene en su mayoría un carácter marginal, deliberadamente marginal.
Quizá por aquí podamos adentrarnos en una comprensión justa de estas producciones que reflejan toda una manera muy extendida de entender la vida y a su vez ejercer una influencia creciente en la juventud. Porque no basta con una inocente mirada estética y técnica a los dibujos de "El Víbora", "Totem', "1984" y una multitud de fanzines que de mano en mano se transmiten en el mundillo contracultural.
En realidad, unas de una forma más abierta y agresiva y otras más sutilmente, todas estas publicaciones son expresión de una cultura. "Contamos lo que hablamos y lo que vivimos, por eso en nuestras historietas hay sexo, drogas y rock and roll.
Es el costumbrismo de nuestro tiempo" afirmaba hace unos días José Mª Berenguer, editor de "El Víbora". No es de extrañar que una revista pretendidamente marginal como ésta alcance actualmente 50.000 números de tirada, pues expresa la mentalidad desde la que está viviendo una gran parte de nuestra juventud y que en todo caso es una mentalidad dominante que goza de la benevolencia de la mayoría: una cultura de la droga, del sexo instrumentalizado, desvinculado de cualquier tipo de donación, de la desarmonía y el rechazo de todo compromiso. Una cultura llena de cansancio y expresión radical de una profunda crisis.
Movimientos, publicaciones y todo tipo de manifestaciones con este carácter pseudomarginal ya llevan muchos años de vigencia en Europa, donde el furor contracultural hace tiempo que cedió. Se trata precisamente de una literatura cansada de esperar un futuro mejor que no llega y que ha decidido instalarse en el presente para ver qué de bueno puede sacarse de él. Hay que gozar, gozar ahora, como sea. Nada de proyectos de libertad, ni siquiera de felicidad. Nada de cristianismo (¿qué es eso?), de marxismo, de políticas concretas o de utopías posibles. La única filosofía es la del aquí y del ahora: el goce inmediato.
Este movimiento con el que enlazan deliberadamente estas publicaciones tuvo su apogeo en los 70, por lo menos en Europa. Son, o intentan ser, un rechazo de todos los valores de la sociedad en que viven y de todo el sistema social que les agobia. Y de paso se llevan todos los valores, los dominantes y los que no dominan para quedarse con uno sólo: yo. Porque en absoluto pretenden ofrecer una alternativa al sistema sino vivir, simplemente vivir como me dé la gana.
En el fondo tienen una pretensión voluntaria de marginalidad: tomar una posición que en modo alguno pueda ser asimilada por el sistema. Pero esa marginalidad es muy relativa porque toda esta literatura "underground" con su exaltación de la droga, de la perversión sexual (la homosexualidad, el lesbianismo y el travestismo), de la violencia a veces sádica, del egoísmo insolidario, la destrucción y el feísmo no es otra cosa que un subproducto del neocapitalismo. No sólo eso, sino que su pretendida marginalidad se esfuma cuando se constata el nivel de difusión de algunas de sus publicaciones y aún más (¡oh paradoja!) del apoyo del poder establecido a todo este tipo se manifestaciones.
Pese a los intentos verdaderamente serios de Roszak, el gran teórico de la contracultura, por definir la dignidad ética de todo este movimiento (amplio, difuso, sin contornos) radicalmente opuesto a una visión científica del mundo, cuando nos ponemos delante de sus realizaciones no queda más remedio que afirmar que se ha caído en la pornografía grosera, el sadomasoquismo, la evasión burguesa y en definitiva el nihilismo absoluto (que conecta con el cariz romántico nihilista del nazismo).
A pesar de todo, y con todas las variantes que el fenómeno del comic más o menos underground pueda tener, no posee toda la virulencia que tuvo en Europa y en USA hace tiempo. Ha entrado en connivencia con ese sistema que decía combatir y lo ha asimilado. La contracultura es un producto digerido y expulsado por el mismo capitalismo, por el mismo liberalismo consumista burgués. Y es que desde la raíz todas estas manifestaciones están enfermas, enfermas de muerte. La revolución que ha de venir está intacta, ellos no la han tocado.
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