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Huellas N., Diciembre 1982

NUESTRA PRESENCIA

Convivencia de Navidad 1982

José Luis Restán

CONSTRUIR LA PAZ: UNA TAREA DE TODOS QUE COMIENZA YA

Descargarse de tópicos usa­dos, rebasar la barrera del ámbito puramente abstracto y de los enunciados genéricos, es una tarea primordial a la hora de afrontar en propiedad, desde una perspectiva cristiana, el problema de la paz.
Ante todo, queremos sentar una tesis: es posible y además urgen­te, realizar un juicio cristiano se­rio y operativo alrededor del proble­ma de la construcción de la paz. No es una evasión, no es una moda, no es un optimismo; se trata de una cuestión de fidelidad a nuestra pro­pia identidad cristiana, y de sensibi­lidad evangélica, se trata de una acción más, encaminada a hacer de la fe y la vida una misma cosa.
Si hay un problema que ator­menta a los hombres de nuestro tiem­po, ese es el problema de la paz. Buena parte de las generaciones que pueblan hoy la tierra, han sido testi­gos de los horrores nunca sufi­cientemente ponderados de esa hecatom­be histórica que fue la Segunda Gue­rra Mundial. De entonces acá, si bien se ha conseguido esfumar terporalmen­te el problema inmediato de una ree­dición de aquel conflicto (con carac­teres aún más dramáticos sin duda) ,
esa monstruosa manifestación del mal de que es capaz el hombre, se ha multiplicado en conflictos continua­dos y sistemáticos que no son sino la afloración localizada de un proble­ma mucho más hondo.
Cuando escuchamos comenta­rios sobre el tema, siempre se mane­jan los mismos términos: potencias, estrategias, equilibrio, polos, com­pensación. Nuestra sensibilidad cris­tiana para afrontar las realidades del mundo nos sugiere que todo ello ( aún reconociendo la necesidad de un análisis incluso técnico que conduzca a soluciones posibles y prácticas) no hace sino echar tierra encima de la verdadera raíz del problema.
¡La violencia es una menti­ra!, la guerra es en su esencia misma la negación de la verdad más auténtica del hombre; es la afirmación de los poderosos según la carne, el sa­crificio de la vida concreta e infini­tamente valiosa de cada hombre a for­mulaciones que hablan de soberanía, hegemonía, independencia e incluso ho­nor; es la máxima tergiversación de los valores, degrada la dignidad del hombre y prepara un futuro lleno de oscuridad a las generaciones venideras.
En nombre del pragmatismo, las naciones se entregan a la espiral que sustenta este horror en diversos lugares de la tierra, y que prepara un posible advenimiento de una situa­ción permanente de tensa alerta en la que cualquier fallo puede dar lu­gar a una catástrofe irremediable.
Si plantear un desarme unila­teral puede parecer una utopía simpli­ficadora, afirmamos que plantear el afrontamiento de este problema en tér­minos simples de equilibrio de fuer­zas, sin incluir el indispensable fac­tor moral, es una manera de perpetuar el actual y vergonzoso estado de co­sas.
Al abordar el problema de la paz, tocamos necesariamente el fon­do mismo del misterio de la existen­cia humana: el contraste entre su tensión hacia el bien, hacia la ver­dad, y su propensi6n a extraviar el camino, su miseria y pobreza radical expresada en el ejercicio de su liber­tad en contra de sí mismo.
Para nosotros, cristianos llamados a vivir en este momento his­tórico marcado por el enfrentamiento y la división (cuya máxima expresión es la guerra), el problema de la paz es un problema de construcción: cons­truir la paz es una tarea posible y urgente que comienza ya.
A menudo pensamos que nada po­demos hacer, que éste es problema reservado a hombres de Estado, o in­cluso, abrazando inconscientemente una dialéctica marxista, que el juego de las fuerzas económica, demográficas e ideológicas tiene una resultan­te inexorable a la que no se puede torcer con planteamientos de denun­cia, con alternativas válidas y con posturas que broten auténticamente del Evangelio.
Pero nuestra vida no nace del azar o del amasijo incierto de un conjunto de fuerzas ciegas, sino del acontecimiento de Jesucristo. Él es la garantía de que es posible otra forma de vivir, de que no sólo es posible sino que estamos convoca­dos a ella; no tenemos que aceptar nada como irremediable, porque nues­tra vida brota de la Verdad única, que se convierta en verdad para el hombre concreto.
Pero estamos ante algo que desborda los límites de un análisis meramente humano; estamos ante un mis­terio, el misterio del mal, que nos deja perplejos y nos sume en la impo­tencia. Por eso nosotros, cristianos, experimentamos que la paz sólo es realizable en último término como don de Dios ; al igual que rechazamos la posibilidad de hacer presente la civi­lización del amor dejando de lado a Dios, tenemos la certeza de que una paz justa y duradera solo puede -- encon­trar su punto de apoyo en el Dios que es la verdad profunda del hombre y que le revela su origen y su destino


YA CASI COMO INSTITUCIÓN -PERO NO COMO COSTUMBRE- SEGUIMOS CELEBRANDO LA CONVIVENCIA DE NAVIDAD, ESE DIA EN QUE NOS REUNIMOS PARA REZAR, RECORDAR CUÁL ES EL MOTOR DE NUESTRA VIDA, COMPARTIR NUESTRA ILUSIÓN Y REFLEXIONAR SOBRE LA VER­DAD DE NUESTRA VIDA EN UN AMBIENTE DE ALEGRÍA Y AMISTAD VERDADERA, DE NUEVO, UN AÑO MAS, NOS VEREMOS PARA ESTAR JUNTOS UN DÌA LARGO EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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