Un misil sin detonar en las calles de Stepanakert, Nagorno-Karabakh.
Un conflicto que viene de lejos, treinta años, olvidado y nunca resuelto. El mundo lo recuerda cuando la tensión aumenta. Ante los feroces enfrentamientos en Nagorno-Karabaj, la región disputada entre Armenia y Azerbaiyán, resuenan las palabras de la última encíclica de Francisco, Fratelli tutti: «La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados como “daños colaterales”. Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención a los refugiados, a los que sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que perdieron a sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto. Así podremos reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos perturbará que nos traten de ingenuos por elegir la paz».
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