«Si un gesto es algo que tiene la capacidad de tocarme, ¿qué permite que esto suceda?». La provocación de la Jornada de apertura de curso que, como tantos momentos comunes, se celebró “a distancia”. Algunos breves testimonios
¿Cuántos se conectarían para seguir la Jornada de apertura de curso de CL el pasado 26 de septiembre? Desde casas o salones parroquiales, terrazas o tabernas... En los distintos países del mundo donde el movimiento está presente, muchos se han puesto frente a una pantalla en vivo, o en diferido, hasta mediados de octubre. Sin cantos de entrada, servicio de orden o tarjetas para pasar. Ni grandes cenas de comunidades o grupos después de la misa, «que forma parte del gesto», como hemos aprendido a lo largo de los años. Eso, un gesto. Esta palabra, que en tiempos de Covid parece chocar tanto con “restricciones, distanciamiento, prohibición de reunirse”, ¿qué nos dice hoy? La educación del movimiento siempre ha dado importancia a los “gestos”, sobre todo comunitarios, acostumbrándonos a un orden, a una forma, vinculando siempre las propuestas a los tiempos y circunstancias: la Escuela de comunidad, la caritativa, los Ejercicios, las vacaciones comunitarias... Todo ello para favorecer la experiencia personal, como hemos visto y experimentado, porque es verdad, muchas veces.
«Ahora nos vemos obligados en cierto modo a sosegarnos, a frenar», comentan algunos universitarios españoles. Con la duda –al fin y al cabo, de muchos– de que esto no pueda ser una nueva oportunidad, diferente. «Comprobémoslo, sin dejarnos atrapar por esquemas o imágenes», sugiere Julián Carrón al final de la Jornada de apertura. «Si un gesto es algo que tiene la capacidad de tocarme, de cambiarme, ¿qué puede permitir que suceda ese cambio? ¿Qué puede mover desde dentro nuestro yo?».
Está claro que los modos “normales” son otra cosa. «Pero aun así, ¡qué descubrimiento! Apartada la forma, permanece lo esencial. Y ahí estás tú, tal como eres, frente a lo que se te propone». Roberto es de Romagna y fue a casa de un amigo para seguir la conexión, «con Lamberto y Paola, una pareja que es el corazón del movimiento en Carpegna», un pequeño pueblo en las colinas entre Emilia-Romagna, Las Marcas y Toscana. «Personas a las que siempre he mirado como un lugar donde respirar por las dificultades de mi vida. Él, con baja inmunidad después de una grave enfermedad, ella con problemas en las piernas». Paola, cuenta Roberto, a la menor distracción nos llamaba al orden desde el sofá, porque no quería perderse una sola palabra. «Participamos en ese gesto comunitario desde su cuarto de estar, en el hogar. Todo fue esencial. No faltaba nada. Los tres estábamos allí en primera persona... Exactamente como lo que estuvimos viendo. La experiencia personal de Azurmendi, en una situación igualmente sencilla, en la huerta, la cocina, tomando un café».
Un amigo de Portugal, Gonçalo, dice que, dada la fórmula online, no se esperaba que, en esta ocasión, la Jornada de apertura de curso incluyera la misa como culminación del gesto. Pero le llega la invitación de una amiga para participar en la celebración eucarística con la comunidad, después de la conexión. Ya contaba con otros compromisos, pero cambió sus planes. «De regreso a casa, mi esposa notó que estaba cantando. No hubiera sido lo mismo no asistir a la misa». La misa no es un añadido, sino parte esencial de la propuesta. «Por primera vez me di cuenta de ello. Me ocurrió exactamente lo que había escuchado en la conexión: fascinado por lo que había visto y oído, comencé a ver».
Angelo, de 58 años, con dos hijos, vive en Battipaglia, en el área de Salerno. «El chico, de 17 años, tiene síndrome Down». Pertenece al movimiento desde los dieciocho años, cuando quedó fulgurado por una canción de Chieffo: «Il viaggio, que desde las primeras notas... “Sin duda, aquello era para mí”». Parte precisamente de su historia, de esta compañía de rostros «que puede que ni siquiera sean los que tú elegirías, y sin embargo mantiene todo su valor a nuestro pesar». Entonces, dice, a raíz de las dificultades de este último año, «comencé a preguntarme quiénes eran realmente para mí». De ahí, después del verano, surgió un pequeño grupo de Escuela de comunidad en su ciudad y la idea de quedar en una parroquia para participar en la Jornada de apertura de curso, sin juntarse con los amigos de Salerno, como siempre habían hecho. «Era la oportunidad de invitar a nuevos amigos». Y ahora comenta: «¡Qué espectáculo! Es una revolución. La posibilidad de deshacerse de todos los esquemas e ideas y darse cuenta de lo que tienes delante: “¡secundar el hecho!”, como decía Carrón. Es la experiencia que describe Giussani en El sentido religioso, cuando nos pide que nos imaginemos saliendo del vientre de nuestra madre en este mismo instante, con la conciencia que tenemos ahora». Es lo mismo que le pasa a su hijo. «Él está haciendo lo suyo, lo deja de repente, se acerca a ti y te abraza: “¡Papá!”. Y a lo mejor regresa diez minutos después y vuelve a hacer lo mismo, como si no me hubiera visto en diez años. Él no da la realidad por sentada. No tiene prejuicios, esquemas, normas a seguir. Quiero poder vivir así».
En Ho Chi Minh City, Vietnam, como en otros lugares del mundo, participar en un gesto a través de internet no es excepcional. «A menudo es la única manera posible, viviendo a tantos
kilómetros de distancia unos de otros. Son momentos deseados, porque por allí pasa para nosotros la propuesta del movimiento». Giovanni es de Pavía, su trabajo le alejó de su tierra hace casi diez años. Quedaron en una casa los cuatro, todos italianos expatriados, para seguir en directo la Jornada de apertura. «Aunque sea así, a través de una pantalla, resulta vital. Vivimos en un lugar donde es difícil entablar relaciones». El boom económico y la cultura local hacen «muy difícil concebir una amistad gratuita». Y a veces te encuentras cínico, intolerante, «casi dejas de querer abrirte...». De ahí la necesidad de algo que siempre te saque de ti mismo. «No logras esconderte, aunque sería muy fácil». No tienes grupos o grupitos que te recuerden citas e iniciativas. Y nadie te persigue si no te conectas por vídeo: «Tienes que moverte tú».
«¿Vivir un gesto por internet? Recuerdo la discusión con un amigo sobre el Meeting», dice Stefano, de Ascoli Piceno. «Le había parecido demasiado redimensionado en la edición especial de este año». Limitado, poco incisivo, con poco eco. Inútil, quizás. «El 26 de septiembre estaba en mi casa, conectado. Aquí, aparte de los pequeños grupos, no hemos organizado nada. Ya había visto la entrevista a Azurmendi en el Meeting, pero fue una absoluta novedad volver a verla. Me conmoví. Pensé en las miles de personas que estaban conectadas: “vaya con el Meeting redimensionado”... En cambio, Carrón estaba poniendo algo que venía de ahí delante de todo el mundo. Jesús, aun así, actúa».
Barbara conoció el movimiento hace poco, «prácticamente solo por Zoom, durante el confinamiento, invitada a la Escuela de comunidad y a otras reuniones por un amigo nuestro», cuenta Stefano. Barbara describe los últimos meses en un mensaje posterior a la Jornada de apertura. Sus primeras veces, al principio con la webcam apagada: «Me daba vergüenza, era la última en llegar y no conocía a nadie». Sin embargo, lo escuchaba todo, entre tantas palabras y conceptos complicados de entender. «Algo me intrigaba, me sentía acogida, tanto que apenas terminaba una reunión empezaba a esperar la siguiente». Y añade: «Soy una privilegiada, me siento amada. Esto sucede después de conoceros online». Luego habla de Azurmendi, «un privilegiado como yo, básicamente nos pasó lo mismo: él por la radio, yo por Zoom. Están cambiando muchas cosas en mi vida, incluso con mis hijos, tanto que casi no me reconozco. Tal vez solía usar una máscara y ahora soy yo misma».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón