De los hechos particulares, las grandes preguntas. Para conocer, la experiencia prevalece siempre sobre la abstracción. Un astrofísico mira el camino de Azurmendi, corazón de la Jornada de apertura de curso de CL, y lo confronta con el método de la investigación científica. Para entender una diferencia crucial
Escuchar a Mikel Azurmendi en su conversación con Fernando de Haro, o leer su libro El abrazo, es quedar atrapado por el relato de una vida vivida con una intensidad extraordinaria bajo el empuje de una insaciable sed de justicia. Una sed que ha guiado a este filósofo y antropólogo vasco en un recorrido dramático y bastante excepcional, pasando del seminario católico al grupo armado independentista ETA, atravesando contextos cargados de ideología pero sin dejarse determinar nunca por ellos. Hasta toparse, casi por casualidad, con una extraña realidad de hombres y mujeres que le dejaron «súbitamente atónito de su modo de estar en el mundo», hasta el punto de que aquella «tribu de CL» se convirtió en el principal objeto de sus estudios de antropología marcando un punto de inflexión en su itinerario existencial.
Pero en medio de todo ello, lo que más llama la atención es el estilo de su relato. Al narrar su historia, Azurmendi lleva en los ojos ciertos hechos que le han sucedido, y esos hechos son la fuente de su juicio y de su pensamiento. Cada pasaje está marcado por acontecimientos concretos de los que recuerda la fecha, el contexto, el nombre de las personas implicadas. Ahí está el encuentro con Fernando de Haro, las conversaciones con Javier Prades; la gente de la Cañada Real dedicada a los drogodependientes, la conferencia en EncuentroMadrid; y luego esas familias, esos profesores, ese cartel colgado en la pared de un colegio donde lee “Tú eres un regalo”.
Azurmendi habla con la lúcida conciencia del estudioso y al mismo tiempo con la sencillez del niño. No teoriza, no abstrae, más que lo estrictamente necesario. Mientras cuenta esos acontecimientos, siente aún el contragolpe, como si le volviera a suceder en ese instante. De la observación de esas situaciones concretas nacen en él grandes preguntas, que le llevan a interrogarse sobre Dios, sobre la encarnación, hasta llevarle al umbral de la conversión. Pero, para él, esas grandes preguntas no son categorías universales separadas de los hechos que ha vivido; al contrario, esas preguntas parecen tomar cuerpo y aclararse precisamente dentro de esos hechos concretos, no despojadas de las circunstancias históricas en que tuvieron lugar.
En definitiva, el enfoque racional que emerge del testimonio de Azurmendi indica un claro y declarado predominio de la experiencia vivida sobre cualquier teorización o abstracción a principios universales.
Me ha sorprendido la posible analogía, y al mismo tiempo la diferencia, entre esa actitud racional y el método típico de la investigación científica. Bien mirado, se trata de una comparación por analogía. Una búsqueda existencial es algo muy distinto de un estudio científico. Son dos caminos que tienen como objeto realidades de distinto orden y requieren métodos distintos. Pero precisamente por ello puede ser interesante señalar asonancias y diferencias.
Partamos por ejemplo de lo que sucede en física. En este ámbito, el predominio del dato de la experiencia sobre la abstracción también constituye una base fundamental del método. Naturalmente, en este contexto la palabra experiencia se entiende en su sentido estricto como “experimento” u observación de ciertos fenómenos naturales; y por abstracción entendemos la “teoría física”, que trata de explicar dichas observaciones. Pero también en este campo específico hay una cosa que está clara: el dato prevalece sobre la teoría. Si los datos experimentales respecto a cierto fenómeno no son compatibles con la interpretación teórica, entonces habrá que prepararse para abandonar esa teoría y buscar otra mejor. El criterio de verdad hunde sus raíces en la concreción de la realidad tal como se presenta a la observación. Los físicos formulan hipótesis, pero su banco de pruebas siempre es una confrontación atenta y leal de dichas hipótesis con el dato experimental. Por eso, cualquier itinerario científico sano tiende a mantener el rango de extrapolación dentro de porciones del mundo susceptibles de verificación experimental, al menos como línea de principio.
Esta referencia continua a la concreción de lo real no es nada obvia ni inmediata, y exige un compromiso concreto. Como escribió en una famosa cita el premio Nobel Alexis Carrel, «estamos confinados en abstracciones en vez de ir al encuentro de la realidad concreta… Observar es más difícil que razonar. Es sabido que poca observación y mucho razonamiento llevan al error. Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad» (Alexis Carrel, Reflexiones sobre la conducta de la vida).
Aquí está por tanto la analogía. Igual que en el camino existencial, también en el científico el predominio de los hechos sobre las interpretaciones es un criterio fundamental de método, del que dependen todos los pasos sucesivos.
Dicho lo cuál, también creo percibir una diferencia fundamental. Si bien es cierto que en física los datos experimentales son los que dictan el criterio de verdad, el objetivo del experimento es en definitiva afirmar o falsificar una cierta visión sintética del mundo, es decir, una cierta teoría. En este sentido, un experimento se concibe típicamente como herramienta para llegar a conclusiones universales. Una vez terminado un experimento particular, este ha agotado su objetivo y queda rápidamente archivado en favor de proyectos para el experimento siguiente. Ciertamente, es interesante conocer qué situaciones históricas particulares han permitido llegar a ciertas leyes universales, quiénes han sido sus protagonistas, en qué contexto, etcétera. De hecho, resulta vital si queremos hacernos una idea de cómo avanza efectivamente la ciencia. Pero se puede entender la mecánica cuántica incluso sin ser expertos en historia de la ciencia, y sobre todo sin tener que repetir personalmente todos los experimentos que han llevado a su formulación. El valor de esos hechos, por cruciales que sean, está en haber servido de ejemplo para dirimir entre diversas hipótesis y establecer la teoría. Una vez captado el sentido universal de los resultados experimentales y consolidada la concepción física subyacente, esos hechos históricos particulares que son cada uno de los experimentos tienden a desvanecerse y esfumarse rápidamente en el pasado.
A nivel existencial, en cambio, los “hechos” parecen desempeñar un papel cualitativamente distinto. En el relato de Azurmendi parece claro que ciertos hechos (encuentros, circunstancias) no son puras herramientas para la formulación de una nueva doctrina, ni ejemplos para elaborar una nueva concepción de la vida. En ese caso también se trata de fenómenos “observables”, tan interesantes y notables que requieren una “explicación”; pero, a diferencia del ámbito científico, ninguna explicación de un hecho que toca hasta el fondo el corazón del hombre es capaz de dejar a ese hecho obsoleto. Al contrario, la aparición en el horizonte de una hipótesis “explicativa” (¿Dios se ha hecho hombre?) hará revivir cada vez más intensamente esos acontecimientos en la memoria, incrementando el afecto y la gratitud por haberlos vivido.
El primado de los datos sobre las interpretaciones, de la experiencia sobre la abstracción, está en la base de cualquier itinerario sano de conocimiento. Pero según el método –y según estemos hablando de la ley de la gravedad o del sentido de la vida– las cosas van de una manera o de otra. Tal vez podamos decir que cuanto más esencial sea un objeto para vivir, más pasa su conocimiento por la concreción de hechos irreversibles que acontecen con una misteriosa unicidad.
Cuántas veces contaba don Giussani ciertos episodios que marcaron de manera permanente su vida, y cada vez sacaba juicios nuevos y sorprendentes. Ante su mirada, esos acontecimientos parecían tener un potencial de riqueza inagotable. Entonces, nada es más deseable que hacer nuestra esa mirada, y escuchar lo que Julián Carrón recordaba en la Jornada de apertura de curso de CL: «Al igual que Azurmendi, cada uno de nosotros es invitado ante todo a mirar lo que sucede ante sus ojos, lo que está sucediendo ahora».
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