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Huellas N.10, Noviembre 2020

PRIMER PLANO

Mateo y el ciento por uno

Paola Bergamini

Un estudiante de Filosofía narra su conversión. De la decisión de combatir la fe a la fascinación por una amistad. Y un conocimiento distinto: «Lo que había despreciado se desveló con toda su grandeza». Un encuentro tras otro

«Ateo militante». A Mateo le parece una definición perfecta de sí mismo. «Ateo» de nacimiento porque sus padres, agnósticos, no le impartieron ninguna educación religiosa; «militante» porque a los 16 años decidió que no le bastaba con no creer, quería combatir la fe. Se lanzó a la lectura de ciertos autores “paladines” de la razón contra la superstición religiosa. Empezó con Voltaire y los ilustrados, hasta llegar a Piergiorgio Odifreddi y Margherita Hack. Pero no era suficiente. Para derrotar al enemigo, hay que conocerlo desde dentro.
Empezó leyendo algunos libros del cardenal Gianfranco Ravasi, y algo se empieza agrietar. ¿Pero cómo? Siempre le habían enseñado que el cristianismo está alejado de la cultura, pero en cambio se encuentra con que tiene que medirse con un estudioso de un bagaje cultural enorme. Su curiosidad aumenta. Se pone a leer textos de exégesis bíblica y las Sagradas Escrituras, el Sermón de la montaña le deja de piedra. Él, un apasionado de la filosofía, atraído por el estoicismo de Séneca, ahora cuenta que «en aquel texto descubrí una profundidad moral inimaginable. Fue mi primer encuentro con el cristianismo. Pero era una fascinación moral. Todavía estaba lejos de la conversión del corazón».
En Roma, en una escuela de verano de escritura creativa, Mateo conoció a Lorenzo, un joven brillante, inteligente, lleno de vida… y creyente. «Mis prejuicios quedaron hechos pedazos». Se hicieron amigos y Lorenzo le recomendó las Confesiones de san Agustín. En la vida del filósofo de Hipona, especialmente en la primera parte, Mateo se encuentra con algo que también le está pasando a él. Paralelamente, como contrapunto, lee Así habló Zaratustra, de Nietzsche. «Me encontré ante una encrucijada: ¿a cuál quería seguir como modelo de vida? ¿Dionisio o el Crucificado? Si el ateísmo era cierto, mi existencia era como un destello del ser en medio del océano de la nada». Esas son sus palabras: el ser o la nada. «A pesar de la aprobación de los demás, del éxito… nada le bastaba para vivir. Solo quedaba desesperación». Mateo describe aquel momento así: «Me decidí por Cristo. Lo que hasta entonces, por mis prejuicios, había ignorado o despreciado se desveló en toda su grandeza. Podría decirse que era como el ciego de nacimiento que recuperó la vista». Fue su primer “sí” en el camino de la conversión.
Un camino marcado por encuentros que le van mostrando la humanidad del cristianismo. Como todos los años, se va de vacaciones con su familia a la casa de un amigo de sus padres. «Nunca había ostentado su fe en “discursos” religiosos, todo lo contrario. Pero durante aquellos días se dio cuenta de que algo me atormentaba». Y una noche le dijo a Mateo: «No eres verdaderamente humano si no crees en algo que nos trasciende, si no admiras algo más grande». Aquellas simples palabras fueron para el joven el soplo de la Gracia. En su habitación, solo, reza por primera vez.

Nada es como antes. Cambió su mirada. Las fiestas con sus amigos, las discotecas, dejaron de satisfacerle, algo le faltaba. Por otro lado, se dio cuenta de que corría el riesgo de caer en el gnosticismo: una fe abstracta fundada en el estudio pero sin vida. Fue Lorenzo quien le puso en guardia cuando volvieron a encontrarse en el Festival de literatura de Mantua: «No tienes que leer tantos libros de teología, tienes que amar».
Lorenzo y aquel amigo de sus padres le testimoniaban una alegría de vivir que le fascinaba. ¿Qué hacer? Será su madre quien le ayude, sugiriéndole que se acerque al padre Bernardo, en la abadía de San Miniato, en Florencia, a quien su madre tenía mucho afecto. El abad le recibe con un abrazo: «No me interesa darte “nociones” ni una doctrina. Deseo ayudarte a “ver” la belleza del cristianismo». Aquella noche, de vuelta a casa, Mateo tuvo por fin una sensación de paz, se sentía invadido por un amor gratuito.
Comienza con el padre Bernardo el itinerario de preparación al Bautismo. «En el encuentro con él y los demás monjes se abrió para mí un nuevo horizonte. Imprevisto, pero al mismo tiempo esperado desde hacía mucho tiempo. Eran como Evangelios vivientes a los que yo podía seguir». El 2 de junio de 2018, a los 18 años, Mateo recibe el sacramento. En el altar le acompaña como padrino el amigo de sus padres. En los bancos de la iglesia, toda la familia. Su padre pide una dispensa para poder leer la segunda lectura. «Fue un signo de respeto por su parte hacia mi libertad». Pero no todos actuaron igual. Un primo le avisa: «En dos generaciones, eres el primero que se bautiza. Todavía estás a tiempo de cambiar de idea». También hubo algún que otro amigo que no le entendía y se burlaba de él. «Era un desafío que tenía que asumir». Aunque a veces sentía el peso de vivir la fe en soledad. Aún más difícil, si no imposible, con los de su edad. Lo que dio paso a una pregunta: «¿será posible que no pueda encontrar a nadie?».
Después de la selectividad, Mateo se matricula en Filosofía y se costea la publicación de un libro titulado Itinerario por lo divino, donde recorre el camino de su conversión. Lo escribió para sus amigos ateos, y se lo regaló.

En enero de este año, en una cena con compañeros del instituto con los que había colaborado en el periódico escolar, se sentó al lado de Filippo, estudiante de Literatura antigua. Empezaron a charlar y el chico le habló de sus amigos del movimiento, de la vida que llevan en la universidad, y al final le dijo: «¿quieres venir a la misa de la comunidad?». Mateo fue y allí conoció a Stefano, Lorenzo y otros. «Me parecía increíble: jóvenes como yo que vivían la fe concretamente en la vida cotidiana». Quedan para la Escuela de comunidad… pero llega el confinamiento.
Meses sin poder verse. Filippo le envía algunos libros. El sentido religioso le impactó especialmente. En septiembre, recibe la invitación a la Jornada de apertura de curso. En el monitor aparece el título, “Solo ves lo que admiras”. Solo puede pensar una cosa: hablan de mí. «En esas palabras volví a ver los rasgos de mi conversión». Al terminar, mira las caras de estos nuevos amigos: son personas normales, jóvenes como él que viven la fe. «Esto les hacía felices. Era el ciento por uno del Evangelio». Por fin se siente como en casa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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