Nacida y criada en un contexto alejado de la Iglesia, Elisa Fuksas, cineasta, escritora e hija de Massimiliano, el famoso arquitecto de prestigio internacional, cuenta su recorrido hasta la fe y el Bautismo. Pero sobre todo lo que ha empezado a partir de ahí. «Sencillamente vivir»
Se sienta en la mesita de un bar del centro de Roma y se quita la mascarilla, que lleva a juego con la chaqueta y pantalones negros. Sonríe con la mirada y el primer comentario es sobre la pandemia: «Madre mía, el Covid, ¿tú no tienes miedo?».
Joven, bella, con un apellido importante, Elisa Fuksas, hija del famoso arquitecto Massimiliano, acaba de publicar su último libro, Ama e fai quello che vuoi (Ama y haz lo que quieras, ndt.), y de presentar un documental en el Festival de Venecia, iSola. Ambos narran los tres últimos años de su vida. En el libro explica cómo ella, niña bien de Roma, liberal, de izquierdas, serenamente agnóstica, de repente (aunque no demasiado) comienza un camino para recibir el Bautismo. En cambio, el documental está construido con filmaciones que ella misma grabó con su móvil durante el confinamiento, en vísperas del cual le diagnosticaron un tumor de tiroides. El mundo se detiene y ella se encuentra sola en casa con su diagnóstico y el miedo a contagiarse. Luego, otra noticia: la enfermedad, otro tumor, de una querida amiga suya de Milán.
Elisa retoma la vida, los afectos, su perra Stella. La existencia cotidiana dentro de la enormidad de la pandemia. De fondo, nos da a entender, la experiencia de fe. Una historia de amor que le cambia la manera de mirarse, a sí misma y al mundo. Sin embargo, todo había empezado con una traición. Cuando vivía con Giacomo, Luca, un hombre maduro y con dos hijos, le pidió matrimonio. Ella le respondió: «Ya te casaste y no funcionó». Él insistió: «Lo digo en serio. Casémonos por la Iglesia». Casi de la nada, un pensamiento recorre la cabeza de Elisa: «Pero ni siquiera estoy bautizada…». Aquí empieza la entrevista con Elisa. En ese instante tan misterioso (y aparentemente irrelevante).
¿Quién eras en ese momento? ¿De dónde nacía ese pensamiento?
Hoy, solo ahora lo veo más claro, puedo decir que venía de una época en que empezaba a hacerme ciertas preguntas. Acababa de terminar un documental, Albe. A life beyond the Earth (Amaneceres. Una vida más allá de la Tierra, ndt.), que hablaba de siete personas de Roma que creen tener relaciones cotidianas con extraterrestres. Son personas socialmente marginadas, para las que esa capacidad de tener estas visiones constituía una especie de rescate. Se sienten depositarias de un secreto enorme: no estamos solos en el universo. Hoy puedo decir que esa también es una forma de religiosidad. La necesidad de algo más allá. Yo percibía su fascinación. Luego, durante aquel trabajo conocí a un sacerdote sardo, un poco raro. Mientras le escuchaba, me eché a llorar. Tenía miedo. Me preguntó de qué y le dije: «De morir». Me respondió: «Si te bautizas, ya no tendrás miedo». Fue bastante antes de que Luca me pidiera matrimonio.
Un pensamiento que se convirtió en deseo.
Me puse a buscar en Google: “sentido del bautismo”, “cómo hacerse católico”, “bautizarse de mayor”… No sabía nada. Descubrí que los Evangelios formaban parte de la Biblia, que hasta el Cantar de los cantares era un texto sagrado. De locos. Una ignorancia supina. Hasta el algoritmo de Facebook se dio cuenta de que algo había cambiado: dejó de proponerme publicidad de anticonceptivos y empezó a anunciarme viajes a Jerusalén y libros del Papa y sobre el Papa.
En el libro cuentas algunos encuentros con el cardenal Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia.
Es amigo de mis padres. Es una de las ventajas de ser “hija de”. Hoy es también amigo mío.
Él te encomendó al padre Elia Carrai, un joven sacerdote con el que nace una amistad importante.
Sí, en lo primero que me fijé al verle fue en sus deportivas Vans y en sus gafas de diseño. Pensé: «Un cura no puede tener gustos hipster». Estaba llena de prejuicios.
Hiciste un camino con él.
Sí, quedamos y nos escribimos. Me recomendó algunos libros. Le conté lo que me pasaba entonces, que es lo que cuento en mi libro: mi ex que se instala en mi casa, mi relación con Luca y sus hijos, la enfermedad y la muerte de mi abuela. Pero también mis torpes intentos en el comedor de los pobres o cuando descubro las adoraciones nocturnas en las iglesias de Roma. En un momento dado, Elia me escribe: «No solo se trata de tomar decisiones, sino de que tu libertad esté cada vez más disponible para descubrir y secundar ese designio de bien que hay en tu vida». Es lo que intenté hacer.
En una conversación con el cardenal, dices que tu obsesión era caer en la cuenta de verdad de la existencia del otro. ¿Qué tiene que ver eso con el descubrimiento de la fe?
Mi problema, aunque creo que es bastante común, es que uso un poco a los demás como pantallas en las que proyecto mis historias. Yo no me acerco a ti porque me interese lo que me diferencia de ti, sino porque quiero invadirte con mi ego y, mirándote, puedo enamorarme de mí misma. Descubrir que existe Otro que te invita a amar de verdad, ¡guau!, me pareció una tentación irresistible. En un momento dado me dije: quiero ver si puede ser también para mí.
Has nacido y crecido en un contexto alejado de la Iglesia.
Sí, tuve que despojarme de muchas cosas. Llevaba encima muchas cerrazones y superestructuras.
¿Como cuáles?
Cada uno tiene su historia. Yo tengo la mía. Y aparte de mí misma, también soy “hija de” una persona que ha realizado muchas obras. Siempre te acaban asociando y juzgando en virtud de la existencia de otra persona. La gente cree saber ya quién eres. Pero tú también te vuelves perezosa y das muchas cosas por descontado. Para mí, el Bautismo fue volver a empezar una vida desde el principio. Lo cual no significa traicionar mi procedencia, sino reivindicar una identidad distinta. Por ejemplo, me extrañó encontrar una joya de libertad en la Iglesia, que es el último lugar donde la habría buscado.
¿Por qué?
Si pienso en el conformismo de mis amigos y del mundo del que procedo, cuando discuto con Elia me parece estar hablando con un joven punk. Le envidio un poco. Tiene una libertad que yo no tengo y no sé si llegaré a tener algún día.
¿A qué libertad te refieres?
Al principio, con el voyerismo propio del que no sabe nada, me preguntaba si no se habría enamorado nunca, cómo llevaría el celibato… Preguntas un poco infantiles que le hice igualmente. Y él me contó una historia de sabor casi medieval: una experiencia de una potencia que yo no había ni soñado. Había una chica a la que él nunca puso una mano encima… Decía que, si lo hubiera hecho, lo habría reducido todo a una posesión. Un amor que, solo de oírlo, te hacía enamorarte de ese amor. Me conmovió.
¿Por qué te da envidia?
Un poco en broma digo que el verdadero amor libre es el que propone la Iglesia. Crecí pensando en un tipo de relación donde la premisa no es libre. Dos personas están juntas y, en el fondo, no quieren nada una de otra. No aceptan el intercambio. Dios mío, no sé si tendrán hijos por intercambio… Pero es tan radical vivir, estar aquí en este momento, tener la capacidad de pensar, escribir, amar… Yo quiero vivir al máximo, hasta el fondo. Entonces, si te amo, te tomo por entero. Abrazo tus enfermedades, tus miedos, tus hijos… Te abrazo por entero. Es un terreno delicado y no quiero juzgar a nadie. Pero yo, por lo que he vivido, puedo decir que me parece más libre esto que lo que ofrece la burguesía.
¿Cómo reacciona la gente cuando dices que te has hecho cristiana?
Nunca habría pensado que podría sorprender, turbar, herir, ofender, hasta decepcionar. Ha sido extraño. A veces incluso divertido, porque algún amigo me ha preguntado si estaba en crisis, si me había enterado de algo que me hubiera pasado de pequeña, si había estado «en una comunidad terapéutica»…
¿Y tú?
Yo decía: «No, chicos, ha sucedido». Hay escándalo y envidia. Porque luego, la reacción siguiente es: «Afortunada tú que crees…». Como si fuera algo sencillo o, más o menos, resolutivo. Porque, al final, en cierto modo ahora vivo peor. No porque haya perdido algo: tengo más instrumentos para entender el mundo. Pero la cuestión es que, para mí, ahora todo debe tener sentido. Mi vida es mucho más atormentada. No busco respuestas, porque las preguntas se suceden continuamente, pero busco el sentido. Y el mundo, nuestra sociedad, nos somete a una dura prueba respecto al sentido de las cosas.
Pero si es más difícil, ¿qué conveniencia tiene?
Claro que conviene. Porque, en medio del caos, hay una perspectiva. Y eso te da un poder añadido. De todas formas, vivo mejor porque me siento presente en la vida, en las cosas. El otro día, en una presentación de mi libro, había una señora que me preguntó: «¿Cómo piensa continuar este camino? ¿Ha pensado en hacerse monja?». Respondí: «¡Claro que no!». Nunca podría renunciar a Stella, mi perra (se ríe). Pero me hace gracia que esa mujer me preguntara aquello porque creo que continuar es sencillamente vivir. Aunque…
¿Aunque?
Aunque mis amigos no crean. No tengo a nadie con quien hablar o vivir ciertos momentos. Me lo pregunto muchas veces: ¿cuándo podré estar acompañada? Luego, con este libro, recibo mensajes de gente que nunca habría esperado: curas, fieles, enfermos. Un mundo. Un mundo que no es el mío. Cuando te escribe una chica diciéndote que, al leer lo que has escrito, ha revivido un camino muy parecido al tuyo, entiendes la intensidad de lo que has contado. No porque lo haya hecho yo sino porque es un hecho muy potente. Yo pensaba que había que encontrarse con alguien yendo a alguna parte, pero creo que al final se trata del movimiento inverso: los demás se van acercando. Es un milagro sorprendente. Es una aventura que no sé dónde me llevará. Cuando creo haber entendido, hay como una inteligencia que me desplaza y me vuelve a poner de nuevo en juego.
Cuentas en tu libro que has leído El sentido religioso y dices que te llamó la atención la manera en que Giussani explica el asombro.
Encontré una capacidad para narrar de manera humana algo que va más allá de lo humano. Explica este acercamiento a Jesús mostrándolo como una persona de la que te enamoras. Esto también me dio envidia. Giussani propone un amor que se renueva continuamente gracias al asombro. Pero todos hemos experimentado lo contrario: las cosas nacen, viven y al final mueren. Es la entropía. En cambio, el amor por Jesús es un amor que supera las leyes de la naturaleza. Y eso es lo que busco en mis relaciones. Yo quiero enamorarme así. No quiero menos. Es difícil, es un trabajo enorme.
En la película donde cuentas tu confinamiento, dices que para ti ha sido una verificación de la fe, ¿en qué sentido?
Es una prueba que me he impuesto yo. En el fondo, cuando todo va bien es fácil creer. Tienes tu vida y luego añades un nivel más, que es el de la religión. Pero no puede ser así. Entonces me pregunté: ¿tu fe se sostiene ante una dificultad como esta?
¿Cómo sabes si has superado la prueba?
En vez de odiar, quejarme, preguntarme “¿por qué a mí?”, me decía: «Ok, si es así, quiere decir que debo atravesar esta prueba, debo conocer algo, descubrir otra dimensión de mí misma para que salga a la luz, o no».
¿Y qué has descubierto?
El sufrimiento y la muerte siempre me han aterrorizado. La muerte, durante ese periodo, no era una idea abstracta. Tuve que medirme con ella. Pero también son aspectos centrales del cristianismo. No creo que sea casual haber elegido una religión fundada sobre la resurrección de la Pascua.
Tanto el libro como la película terminan diciendo: «Siempre tengo miedo a morir. Siempre tengo miedo a vivir. Aunque ahora, tal vez, un poco menos». ¿Qué significa ese «un poco menos»?
La noche de Pascua de 2019 recibí el Bautismo, donde, como se dice, muere el hombre viejo que hay en ti. Exactamente 365 días después me operan de un tumor. Pensé: «El año pasado fue una muerte simbólica. ¿Y este año? ¿Moriré de verdad?». Luego entré en una habitación del hospital y vi el crucifijo colgado. Por primera vez, no lo vi como un objeto decorativo, como un símbolo o un signo de superstición, sino como dos ejes cartesianos que, al cruzarse, creaban un espacio nuevo. Me di cuenta de que este orden distinto con el que empezaba a mirar las cosas me estaba cambiando. Me daban ganas de ir al encuentro de lo que estaba a punto de pasar, con un entusiasmo un poco loco. Es la conveniencia de la que hablábamos antes. En cierto modo, sea como sea, esta familiaridad con la vida te pone en una condición diferente. En ese «un poco menos» reside esa cantidad marginal, ese grano de arroz, esa nimiedad que me hace decir: después de todo, he acertado.
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