Esos pequeños gestos
Leo en Un brillo en los ojos: «Lo que permite vivir intensamente la realidad es la relación con el Padre y, por consiguiente, en todo lo que se hace se testimonia esa relación con el Padre». Para mí, esto significa permanecer unido a esta compañía, no como si fuera un paréntesis propio de la etapa universitaria, sino como una propuesta para toda la vida en cualquier momento y en cualquier lugar. Se me hizo aún más claro pensando en lo que me sucedió este verano, cuando por cuarto año consecutivo trabajé de camarero en un Resorts. Hacia finales de julio, el director, justo antes de abrir el comedor, me dijo que debía servir una mesa de abogados milaneses donde había una señora muy exigente y meticulosa. Durante los distintos momentos del desayuno y la cena, noté que la señora me pedía una cucharilla que utilizaba para disolver un medicamento en un vaso de agua, y que luego ese vaso se quedaba sucio. Entonces, puse un vaso extra con una cucharilla al lado para que pudiera tomar su medicina y luego beber en un vaso limpio. Cuando lo notó, se volvió hacia mí con una cara completamente diferente. Estaba encantada, como si le hubiera dado un millón de euros. Cuando llegaba al servicio de la cena, mi cara era totalmente distinta, porque por la tarde solía llamar a mis amigos del CLU, los de primero; mantenía el contacto con ellos, hasta el punto de preguntarles todo lo que se me ocurría, o comentarles las dificultades que surgían en mi trabajo. Llegaba al servicio de la cena agradecido por haber conocido algo tan grande y por tener amigos que me lo recuerdan, ya sea por teléfono o trabajando como yo de camareros. Pasé toda la semana mostrando pequeños gestos de atención hacia ella, al igual que hacia los demás clientes, pero ella estaba agradecida. El último día, justo antes de irse, esta señora se acercó y me dejó un sobre. Pensé que era un consejo y en cambio había mucho más ahí dentro, con esta breve carta: «Hola Matteo, gracias por la atención hasta el más mínimo detalle que has tenido con nosotros, nunca nos han tratado con tanto cariño. ¡Gracias! Esperamos volver a verte el año que viene». Yo no había hecho nada extraordinario. Hice lo que me salía del alma por todo lo que he encontrado en mi vida. Sin darme cuenta, a esta abogada le acerqué algo más grande que yo: una atención que no es mía. La atención que Otro tiene hacia ella.
Matteo, Bolonia
«¿De verdad, ha ido todo bien?»
Uno podría preguntarse: «¿De verdad, ha ido todo bien?». Sí, todo fue bien. Dios nos dio una gran alegría a través de nuestro hijo Pedro, de seis años. A finales de mayo, se acercó a mi esposa Silvia y le dijo: «¿Sabes que hay un bebé en tu barriga?». Parecía que un ángel nos anunciara lo que llevábamos esperando desde hace año y medio. Luego vino la confirmación, y fue una alegría para toda la familia. Valentina, de doce años, estaba muy ansiosa y conmovida porque, gracias a Dios, iba a tener otro hermanito, tanto que quiso echarle agua bendita a la barriga de mamá y le dijo: «¡Mamá, todo irá bien!». Todo era señal de que el nuevo pequeño, que medía solo cuatro milímetros, era querido y amado. Nuestra familia se unió aún más gracias a este evento, pura gracia. Luego vino la prueba: el sangrado, la pérdida de nuestro hijo, la vida de Silvia en peligro y una intervención de urgencia. ¿Cómo que «todo fue bien»? Todo lo que Dios quería darnos fue bien, ser los padres de un alma que necesitaba pronto cerca de Él, que no podía esperar. Él nos concedió esta gracia, nos dio la oportunidad de recordar, una vez más, que nada de lo que hacemos, lo hacemos por nosotros mismos. Nos concedió, una vez más, la certeza de que Él nos apoya y nos ayuda. Nos entregó de nuevo la vida de Silvia, para que siga siendo esposa y madre de esta familia, y así pueda cuidar de Pedro y Valentina.
Gualter, Aracaju (Brasil)
Poniéndome en la piel de esa madre
Al salir de la misa dominical, entristecida por otra decepción provocada por la conducta inapropiada de mi madre, me encuentro con una madre que me cuenta todo su dolor al ver a sus hijos cada vez más distantes y reacios a participar en la misa y los sacramentos, sus muchos esfuerzos inútiles, que solo habían provocado más desapego. Escuchándola, me dije que no estaba de humor para contestarle, buscaba excusas para cortarle el discurso, pero algo en mí no quería irse. Me quedé en silencio brindándole mi compañía durante varios minutos, luego se subió al coche sin esperar de mi parte frases o recetas efectivas para curar sus heridas. En casa, sin embargo, había algo que no me cuadraba. Así que tomé el móvil y le escribí lo que habría podido aliviar mi dolor si hubiera estado en su lugar, es decir, que el cristianismo no se propaga por proselitismo, reglas, rituales repetitivos, sino por atracción, es toparse con el hombre Dios, como lo fue para los apóstoles: no entendían todo, pero sabían que sin su compañía ya nada tendría sentido. Le dije que estaba lejos de Dios cuando era una adolescente y que en la universidad me encontré con personas que me llamaron la atención, me involucraron y, con ganas de ser cristiana como ellos, comencé mi camino. Le envié el mensaje y ella respondió inmediatamente. Me dijo que se sentía acogida y que nunca había escuchado a nadie, ni siquiera en la Iglesia, que le dijera que el cristianismo comienza con un encuentro, y que quería mi fe, el único apoyo para mirar a sus hijos y poder acompañarlos sin juzgarlos. Ahora entiendo qué significa que siguiendo el Acontecimiento podemos ser un recurso para los demás, un punto de apoyo desde el que seguir adelante y esperar.
Silvia, Turín
Una pregunta en medio de la muchedumbre
Vivo en una zona rica de Brasilia, conocida como uno de los “polos gastronómicos” de la ciudad, donde hay muchos bares y restaurantes. Aunque el Distrito Federal al que pertenece Brasilia cuenta con el mayor porcentaje de mortalidad por Covid, los locales están cada vez más abarrotados, con verdaderas multitudes, como si la pandemia no existiera. Hace unos días, mientras paseaba con mi perro, se reunió una muchedumbre, tanto que la policía tuvo que intervenir para dispersar a la gente. Ese mismo día, voy a casa, abro mi celular y descubro que la madre de un amigo ha muerto a causa del virus. Me sorprendió ese contraste: personas que viven de manera hedonista, de espaldas a la realidad, y cientos de personas que mueren todos los días por una enfermedad altamente contagiosa. Estaba enojado y abrumado por la impotencia, porque el hedonismo egoísta y la negación del Covid me parecen una pesadilla y una distopía. Lo que me ayuda es la propuesta que leo en Un brillo en los ojos y que vi en la Jornada de apertura de curso de CL. Estoy muy agradecido por la provocación a tener una mirada capaz de admiración. Me pregunto qué es lo que admiro, que hace que no me hunda en la nada y el odio ante esta dramática situación. Lo que el movimiento me propone y me testimonia es una luz que penetra en esta oscuridad.
Dimitri, Brasilia (Brasil)
Las bodas del hijo
Publicamos la carta que, al no poder estar en la boda en Moscú, los padres de Simone le enviaron con ocasión de los esponsales con Anastasia.
Somos una familia de curiosos peregrinos. Empezando por nosotros dos, que enlazamos Milán con Malta, a 1.600 kilómetros de distancia. Hace unos días celebramos nuestro 35 aniversario de bodas y si reparamos en lo que ha trabado nuestra historia, no encontramos otra respuesta que «un centro afectivo» al que siempre hemos mirado, al que nos hemos abrazado y desde el que nos hemos sentidos abrazados. Las nuestras son dos historias diferentes, pero comparten el mismo Acontecimiento que nos tocó a los dos, nos sostuvo entonces y sigue siendo nuestro apoyo hoy y todo el tiempo que Dios nos conceda vivir. Esto nos hizo felices, y en los vaivenes de la vida hemos podido tocar el ciento por uno aquí en la tierra y comprobar que lo que se nos prometió se ha cumplido. Hoy vosotros, Anastasia y Simone, empezáis un nuevo camino. Dos historias que parten a 2.700 kilómetros de distancia (el círculo se ensancha) y a las que deseamos de corazón que gocen del verdadero «centro afectivo» de la vida. Como dijo hace años una amiga, un matrimonio es cosa de tres. No poder acompañaros físicamente en este paso tan decisivo es un dolor para nosotros, los padres. Una pregunta punzante nos ha acompañado en estos días: ¿qué quiere Dios que entendamos a través de este hecho, tan diferente a como lo habíamos imaginado? No hay una respuesta teórica, pero solo mirando la experiencia de nuestra vida podemos hallar un significado. En nuestra familia, hace muchos años, vivimos la experiencia de acoger a un niño. Un día, durante el almuerzo, Simone y Chiara, para burlarse de nuestro último hijo Stefano, entonces muy pequeño, le dijeron que él también había llegado en acogida años antes. Aparte del drama que tuvimos que manejar durante unos minutos, esta escena siempre ha permanecido en nuestra mente: ¿cuál es la diferencia entre un hijo propio y uno en acogida? ¿Que uno es nuestro y el otro no? Eso también es cierto. Pero, ¿qué significa que es nuestro? ¿Acaso son nuestros los hijos? Todos, en un momento dado, se van. Entonces tuvimos claro que Dios nos confía a los hijos como un don suyo, para que los acompañemos en la vida por el tiempo que se nos conceda, para luego devolvérselo a Él. En tiempos y formas que a veces nos resultan misteriosos. Hoy es como si Él nos dijera: «¿De qué tenéis miedo? Yo estoy aquí a través de los amigos que he puesto a su lado». Nosotros no estamos allí, pero lo está Él, que nos ha acompañado a lo largo de los años. Esto es lo principal, no hay nada que añadir. Basta con vuestro sí para que podáis ver nacer y crecer un pueblo a vuestro alrededor.
Carmen y Mauro, Castelleone (CR)
El espectáculo de los primeros
Hemos participado en la Jornada de apertura de curso junto con los estudiantes universitarios de primero de nuestra comunidad. En el diálogo con ellos, surgieron dos hechos. Primero, la gran curiosidad por empezar la vida universitaria, el intento de ir a estudiar a la universidad para seguir los cursos, sin que los detenga el miedo a un nuevo lugar que, por las circunstancias en que vivimos, tiene numerosas restricciones. En segundo lugar, un chaval que conocía el movimiento por primera vez, se quedó especialmente tocado por estas palabras de Mikel Azurmendi: «No es terapia de grupo, es terapia de Dios. ¡Qué terapia! Para explicar una vida, el primer punto es que tienes una identidad». Nos dijo que él también sentía esta necesidad y que ese día había encontrado el grupo que buscaba. Estaba asombrado por cómo personas tan diferentes estaban atraídas por lo mismo, por el mismo encuentro, y esto era evidente en cómo habíamos cenado y jugado juntos a pesar del distanciamiento. Vino a la siguiente Escuela de comunidad y, al final de su intervención, dijo que un encuentro como ese solo era posible si Jesús estaba entre nosotros. A veces damos por descontada nuestra compañía, pero en esta ocasión hemos podido observar y seguir lo que estaba sucediendo entre los estudiantes de primero, reconociendo la naturaleza excepcional que tiene el estar juntos de esa manera. Es imposible explicar plenamente el encuentro realizado con palabras, en cambio es fácil sorprenderse y conmoverse frente a lo que Cristo obra constantemente.
Miriam y Francesco, Milán
Yo sabía a quién agradecer
He enseñado durante muchos años en un instituto concertado y he vivido siempre con emoción y entusiasmo mis clases. En septiembre me jubilé y nunca imaginé terminar mi experiencia como profesora durante la emergencia del Covid, mediante clases a distancia. Esperaba disfrutar de una despedida “presencial” con los alumnos y compañeros. Planeaba hacer mi último viaje educativo con mis clases, las últimas iniciativas y también coleccionar muchas “fotos de recuerdo”... En cambio, este tiempo ha sido una sorpresa inesperada: la falta de contacto no ha dejado huecos vacíos, sino una densidad de relaciones nueva y más verdadera, tanto con los chavales como con sus familias. Lo atestiguan también los numerosos mensajes llenos de gratitud que recibí. Ellos me agradecían todos estos años de trabajo, pero yo sabía a quién agradecer, sabía que ser docente así, aun con mis limitaciones, se debe a un acontecimiento, un carisma encontrado, el de don Giussani, que nos enseñó que educar es introducir en la realidad total y que se educa cuando uno mismo es educado. Esta conciencia es lo que ha hecho “especial” la relación con los alumnos que he tenido durante todos estos años. El agradecimiento por esta historia debe ser “concreto”, por eso he querido entregar mi primer sueldo de jubilación al fondo común de la Fraternidad.
Carta firmada
¿Por qué no dar todo a Cristo, aquel que me lo ha dado todo?
El testimonio de Luis Javier Rosales, 32 años, mexicano, que ha sido ordenado sacerdote el pasado 5 de septiembre en Bogotá, pertenece a la Fraternidad de San Carlos Borromeo.
Nací en Los Mochis, una pequeña ciudad al norte de México de apenas cien años de vida, que ha ido creciendo en el corazón de un inmenso valle agrícola, bañada por el sol y por la brisa del mar. Después de una infancia tranquila, en los años de secundaria y bachillerato sentí que crecía en mí un fuerte sentimiento de insatisfacción: ya no me bastaba aquel “pequeño mundo”, las cosas que hablaba con los amigos, la música y las tradiciones locales. Definía
todo esto como una “falta de horizonte”. Cuando llegó el momento de elegir universidad, no lo pensé ni un segundo. Ya lo había decidido, quería ir a la universidad más importante de Latinoamérica, la universidad Nacional Autónoma de México en la cosmopolita Ciudad de México. Lo quería todo: hablar con grandes profesores, tener amigos interesantes, aprender de personas que conociesen el mundo. Quería vivir en el corazón de mi país, para conocerlo y amarlo hasta el fondo. Con gran sorpresa para mis padres (porque no era muy buen estudiante…), me aceptaron en la facultad de ciencias políticas, para graduarme en Sociología. Durante los primeros años de universidad, muchas veces contaba que había salido de mi tierra como un “exiliado”. De hecho, mi pasado ya no tenía nada que ver con la cantidad de experiencias y rostros que me acompañaban cada día. El primer año fue durísimo: probé el gusto amargo de la soledad. Era como un vagabundo, estudiaba pero no sabía lo que estaba construyendo, a dónde me estaba dirigiendo, para qué servían los pocos nuevos amigos que tenía. Iba a grupos y centros culturales de izquierdas pero sentía que nadie comprendía hasta el fondo lo que deseaba realmente.
¡Cuántas tardes discutiendo hasta tarde sobre el futuro de México, sobre el sentido de las cosas, sobre las injusticias y lo que hace que la vida sea bella! Volvía a casa cada vez más melancólico. Empecé el segundo año y, de repente, sucedió el encuentro esperado desde siempre, el abrazo que deseaba. Gracias a mi hermano y su novia, conocí a Javier de Haro, misionero de la Fraternidad, entonces responsable del movimiento en México. Nos hicimos amigos de inmediato y a través de él conocí la comunidad de CL. Me abrazó tal y como era. La verdadera revolución, la que Cristo obra en la inteligencia y en el corazón del hombre, empezaba a suceder en mí como un amanecer, trayendo consigo una luz que ya nunca desaparecería. Fueron años de gracia absoluta en la universidad, con los amigos y la comunidad. Todo se volvía fascinante y precioso: profundizar en la sociología, el diálogo con los profesores de izquierdas, el deseo de dar todo mi tiempo y energías a la comunidad del movimiento, la vuelta feliz a Los Mochis por Navidad. Y, más aún, el encuentro con los amigos del pasado, la posibilidad de abrazarles y gozar de la sencillez de mi ciudad, la familiaridad con don Giussani y con la historia del movimiento, los viajes a Italia con el CLU, el equipe en La Thuile, el trabajo en el Meeting. De esta manera llegó también la idea del sacerdocio, a principios de 2011. ¿Por qué no dar todo a Cristo, aquel que me lo ha dado todo? Miraba a Javier y a los demás sacerdotes de la Fraternidad en México y veía a hombres verdaderos y felices de dar la vida por Cristo y por el movimiento. Felices también de vivir esta tarea en la misión, junto con otros.
Yo también quería vivir así, comunicando lo que había hecho cambiar mi vida. Y aquí estoy hoy, después de estos años de formación y de diaconado: puedo decir que Dios da todo a aquellos que quieren vivir solo de su abrazo.
Luis Javier, Bogotá (Colombia)
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