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Huellas N., Febrero 1982

TEXTOS

Tomás de Aquino. El juego

(S. Th., 2-2, q. 168, a. 2c)
Así como el hombre necesita descanso para su cuerpo, que no puede trabajar continuamente, porque tiene una potencia finita, proporcionada a determinados esfuerzos; lo mismo sucede con el alma, cuya potencia es igualmente fi­nita y proporcionada a determinadas operaciones ( ... )
El cansancio es mayor cuando se dedica a la vida contemplativa, porque en ella la razón se despega más de lo sensible, mientras que algunas operacio­nes de la razón práctica suponen un mayor esfuerzo corporal.
En ambos casos, el cansancio del alma es proporcional a la vehemencia con la que el hombre se dedica a la actividad intelectual. Y así como la fatiga cor­poral desaparece con el descanso del cuerpo, la fatiga del alma debe cesar con el descanso del alma. Ahora bien, el descanso para el alma consiste en una distracción agradable. Por lo tanto, hay que recurrir a este medio para reparar la fatiga del alma después de haber puesto fin al esfuerzo del trabajo intelectual.
En las "Colaciones de los Padres" de Casiano, se lee que algunos se escan­dalizaron un día al encontrar a San Juan jugando con sus discípulos. En­tonces San Juan pidió a uno de ellos, que tenía un arco, que lanzara una flecha; y, después de haberla lanzado varias veces, le preguntó si podría seguir haciéndolo indefinidamente. El arquero respondió que no, porque al
final el arco se rompería; y San Juan le hizo observar que el espíritu tam­bién se rompería si era sometido a una continua tensión.
Es preciso recurrir de vez en cuando a palabras o gestos que no tienen otro fin que el agrado del alma, es decir, a juegos que de algún modo le sirvan al alma de descanso; como dice Aristó­teles en el libro IV de la Ética: "En esta vida se descansa jugando". Hay que aprender, por tanto, a divertirse. Pero, al hacerlo, conviene tener en cuenta tres cosas: ante todo y sobre todo, no buscar diversión en palabras o acciones vergonzosas o perjudiciales; según Cicerón, hay una manera de jugar vil, libertina, disoluta y obscena. Se­gundo, cuidar que el alma no pierda nunca su nobleza; de ahí el consejo de san Ambrosio: "Hay que procurar no destruir, bajo pretexto de descanso, la armonía y el concierto de las buenas obras"; y Cicerón a su vez, dice: "No se permite a ­los hijos que para divertirse hagan lo que quieran: no deben traspasar los lí­mites de la modestia, porque hasta en el juego debe brillar la rectitud del espíritu". Por último, el juego, como todo acto humano, ha de ser adecuado a la persona que juega, al momento y al lugar donde se juega, y de una manera general, a las circunstancias que lo rodean; como dice Cicerón, "algo digno del hombre y del momento.
Todas estas cosas han de ponderarse y ordenarse por la razón. Ahora bien, como toda disposición estable para actuar según la razón es una virtud moral, puede existir una virtud en el juego: es lo que Aristóteles llama "eutrapelia" (que significa buen humor). Tener buen humor es saber dar un giro de amenidad a las palabras, a los gestos. Y en cuanto que por medio de el se introduce la mesura en los juegos, el buen humor se contiene en la virtud de la modestia.

 
 

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